Tablilla de cera
La integridad que el Ecuador necesita con desesperación
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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Me enorgullece decir que cuando desempeñé funciones públicas, lo hice siempre cerca de personas íntegras e incorruptibles.
No habría estado junto a ellas si no lo hubieran sido, pero haber compartido con esas figuras insobornables los desvelos del poder nacional o local llenó mis reservas de optimismo de que en el Ecuador sí se puede ejercer el poder con limpieza, desprendimiento y sacrificio, en búsqueda del bien común.
Quizás un ejemplo sea suficiente. Al trabajar tan cerca del presidente Rodrigo Borja, en cuyo círculo más cercano estuve los cuatro años de su administración, sea como secretario de Comunicación, sea de la Presidencia, sea, finalmente, de la Administración Pública, pude ver constantes pruebas de su patriotismo, pero hubo un momento ejemplar y fue cuando el presidente llamó a su hermano Santiago y le prohibió vender hierro al Estado.
Santiago, sorprendido y molesto, le aclaró que ese había sido su negocio de los últimos años y que, al igual que a los constructores privados, había vendido hierro a ministerios y entidades públicas de todas las administraciones anteriores.
“Lo sé, pero en mi Gobierno no vas a venderlo a ninguna institución estatal”, dijo Rodrigo.
“¿Qué?, ¿¡quieres que me muera de hambre!?”, llegó a decir Santiago.
“¡Pues, te morirás de hambre, pero no vas a vender hierro al Estado en mi Gobierno!”, exclamó, tajante, Rodrigo.
Fue una escena dura, dramática, a decir verdad, y la presencié en persona. Me tocó ser testigo porque, como secretario de Comunicación, yo había estado tratando otro tema con el presidente y, al anunciar la secretaria que Santiago había llegado al despacho presidencial, obviamente me dispuse a salir, pero Rodrigo me pidió que me quedara.
Al presenciar el intercambio, no pude menos que sentir solidaridad con Santiago, pues su negocio era legal, pero el presidente Borja era así de terminante y así de rectilíneo: quería disminuir a cero la posibilidad de corrupción, no por su hermano, a quien conocía y quería, sino por las autoridades que tal vez iban a sentirse comprometidas.
Para mí fue otra comprobación de que colaboraba con un hombre impoluto, como siempre ha sido, y me place recordarlo hoy que se aproxima a sus 89 años rodeado del respeto universal.
Al presidente Noboa, luego del revolcón que su popularidad y la de su esposa han sufrido con un error que habría podido evitar, como dijo Thalía Flores, al iniciar y tener que suspender el proyecto inmobiliario en el esterillo de Oloncito, le toca ahora demostrar de manera urgente y contundente que está comprometido en serio con la ética pública.
Lamentablemente, ya van varias demostraciones de uso abusivo del poder. Lo hizo al alejar a su vicepresidenta por rencillas jamás aclaradas, al suspender contratos de seguros de su exsuegro, al nombrar ministros y embajadores sin experiencia ni conocimientos. Y pretender cambiar la ley para hacerlo con otra de sus amigas en el país más poderoso de la Tierra.
Nada de eso, y menos el conflicto de intereses del proyecto inmobiliario, fomenta la cultura de integridad y solvencia de las instituciones que el Ecuador necesita con desesperación.
Es que corrupción no es solo apropiarse de recursos públicos para beneficio propio. Ese es el delito de peculado, como se llama en el ordenamiento jurídico ecuatoriano, y se configura cuando un servidor público, en uso de sus atribuciones y cargo, se apropia o utiliza de manera fraudulenta los caudales o efectos estatales que le han sido confiados debido a su posición.
No solo eso es corrupción: también es el abuso de poder, que ocurre cuando una autoridad, usando el poder que detenta o la influencia directa o indirecta que ejerce sobre sus subordinados, utiliza el Estado para beneficio propio.
Esto era lo que, ante los ojos del público, parece haber sucedido en la tramitación del proyecto Echo Olón, con un registro ambiental veloz y las autorizaciones correspondientes a favor de los intereses de la compañía Vinazin, de propiedad de la primera dama, Lavinia Valbonesi, empresa que antes pertenecía a su esposo.
No era una acusación, como equivocadamente quiso presentar la Segcom y otros voceros gubernamentales, solo de los correístas o de políticos empezando la campaña electoral: era el país entero el que contemplaba, desilusionado, un nuevo caso de fracaso de la ética pública, un caso que atentaba al conjunto de principios, valores y reglas de integridad que deben regir la actuación de todo servidor público.
Por eso la decisión de suspender el proyecto es la más adecuada, aunque el comunicado que difundió la empresa al respecto deje mucho que desear, y no solo por su pesado tonito de “ustedes se lo pierden” sino porque no fueron el presidente o la primera dama los que se pronunciaron.
Con todo, suspender el proyecto bajó la llama de la hornilla en la que una olla empezaba a hervir en dos dimensiones: la ambiental y la ética. La afectación a un espacio natural que ha sido especialmente cuidado por una comuna estaba contagiando a todo el movimiento ambientalista, y amenazaba a hacer mella en los jóvenes, que son tan sensibles al tema ecológico, con lo que iba a minar las posibilidades de la reelección, objetivo del actual presidente.
El de la ética pública es más difícil de reparar, aunque no son precisamente los correístas quienes nos van a dar lecciones de ética o de compromiso con la sociedad para desempeñarse con niveles de excelencia, si son los primeros en utilizar el Estado, y hasta la Asamblea (como acaba de suceder con la emboscada canalla que le quisieron hacer a la Fiscal General) para garantizar su propio beneficio y su impunidad. Son gallinazos pretendiendo que no les interesa la carroña.
Demasiados ecuatorianos se dejan tentar por la capacidad de usar el poder en su propio beneficio y arreglar con millones mal habidos su vida y la de su descendencia, sin la menor vergüenza. Incluso lo festejan (como la fiesta del primer millón de dólares de Jacobito, el mismo al que lo atraparon, 26 años después, en la reciente francachela con drogas y armas sin el grillete que debía portar) o lo proclaman como demostración de sagacidad e inteligencia.
El joven presidente debe ahora tener claro que los recursos, privilegios o capacidades que se le han conferido por razón de su cargo jamás pueden ser usados para beneficio propio o para perjudicar a los otros (incluida la naturaleza).
Noboa debe haber aprendido de este revolcón que sus electores no le van a perdonar si usa el poder para facilitar sus deseos de farrear o la expansión de la riqueza de su familia y sus amigos. Y que la primera dama no puede tener negocios ni inmobiliarios ni de ningún tipo mientras esté desempeñando ese papel. Al contrario, que los dos están allí para dar ejemplo de integridad, de desprendimiento y de apoyo a la lucha contra la corrupción y la impunidad.