Columnista Invitado
Hablemos de la institucionalidad, pero no como siempre lo hicimos
Máster en Política Pública en la Universidad de Calgary y director de Operaciones e Investigaciones de Latin American Initiative, en coautoría con José Paredes, estudiante de Economía de la Universidad Católica (PUCE).
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Por lo general, se entiende como instituciones a las organizaciones políticas, gubernamentales, sociales, religiosas, etcétera.
Para el premio Nobel en Economía, Douglass North (1993), sin embargo, las instituciones tienen que ver más con el resultado de los acuerdos a los que llegamos bajo el contrato social dentro del que vivimos.
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Para North, las instituciones influencian las relaciones humanas en todos los ámbitos, pero sobre todo en lo social y lo económico.
Pueden existir instituciones formales (creadas y que se imponen a la sociedad, como la constitución de una nación y las leyes que se desprenden de ella) o informales, tales como los códigos de conducta, que es lo que no está escrito ni establecido, pero que, si se incumplen, la sociedad coacciona en contra quien los quebranta.
North realiza una comparativa, analizando las instituciones como reglas de un juego. Donde el éxito de este juego "consiste en (adherirse) a normas escritas formales, así como en códigos de conducta generalmente no escritos que subyacen y complementan las reglas formales".
Usualmente, estas instituciones informales varían de un país a otro.
Muchos de los problemas de los que adolece nuestro país son el resultado de la complejidad de las relaciones institucionales que existen dentro de nuestra sociedad, tanto formales como informales.
Las instituciones formales en Ecuador son el resultado histórico de las instituciones que ya estaban establecidas en la América precolombina, específicamente las que habían sido establecidas por los Incas, que eran avanzadas y complejas y las que trajeron los españoles, alterando el orden social que ya existía.
Lo complicado para el Ecuador moderno es que los españoles en el siglo XVI parecen haber venido a reemplazar a la elite sagrada, semidivina del Inca, algo que acarrearía consecuencias importantes inclusive hasta nuestros días, debido a la estricta y rígida estructura social que los Incas tenían.
Benjamin Carrión, en su obra 'Atahualpa', nos recuerda como, en la tradición oral, se dice que el último Inca se refirió a los españoles como "estos viracochas", o dioses, lo cual ubicó a los conquistadores europeos en el más alto escaño de la nueva sociedad, así hayan tenido o no merito personal alguno.
Este dominio total y completo sobre la población local, por parte de una minoría de blancos europeos, se concretó con la ayuda de la Iglesia Católica y la fuerte voluntad de evangelización que esta traía.
Para complicar las cosas, el tipo de instituciones que existían antes del choque de estas culturas no era positivo.
Los incas y los españoles tenían algo en común. Ambas sociedades eran colonizadoras. Los incas sometían a las distintas tribus que existían regadas por todo el continente.
Este sometimiento a otras sociedades, junto con la imposición de nuevas costumbres, del trabajo forzado y la rendición de tributos al Imperio Inca, creó instituciones extractivas.
North define a las instituciones extractivas como aquellas que "están estructuradas para extraer los recursos de la mayoría para un grupo reducido y que no protegen los derechos de propiedad ni proporcionan incentivos para la actividad económica".
Los efectos adversos de tener a una elite excluyente y autoritaria, exacerbados por la existencia de instituciones extractivas, son claramente ilustrados en la literatura, donde es posible encontrar material que da un recuento de lo que le puede pasar a una nación que vive bajo una elite sin control.
En su obra 'Por qué fracasan los países', el investigador Daron Acemoğlu indica que países como Corea del Norte, Sierra Leona o Zimbabwe son pobres porque históricamente "han sido gobernados por pequeñas élites que buscan su beneficio personal a costa de la sociedad".
A diferencia de Gran Bretaña y Estados Unidos, que lograron industrializarse "porque sus ciudadanos derrocaron a las elites que controlaban el poder, creando una sociedad en la que los derechos políticos estaban repartidos, en la que el gobierno debía rendir cuentas y responder a los ciudadanos y en la que la mayoría de la población podía aprovechar las oportunidades económicas".
No es calumniar el recordarnos como las elites del país, por mucho tiempo y en diferentes grados, han sacado beneficio a costa de las mayorías ecuatorianas: empresas con doble contabilidad para no pagar los debidos impuestos, sobreprecios en los contratos con el Estado u obras mal hechas con el solo propósito de poder ser contratados de nuevo y pronto, y el pago de coimas a jueces y otros funcionarios públicos, entre muchas otras prácticas.
Y, por supuesto, el constante intento de expatriar capitales, que deberían quedarse en el país para financiar su desarrollo.
Desde el punto de vista de las instituciones informales que North propone, las diferencias entre las costumbres, las tradiciones y las leyes de cada bando ocasionó un choque de culturas, en el que un gran segmento de la población se quedó a medias, no siendo ni completamente indígena ni española, producto del mestizaje que tuvo que darse cuando llegaron tan pocos españoles que, en su mayoría, eran varones.
North, a diferencia de otros científicos sociales, les da mucha importancia a las instituciones informales, cuya adherencia requiere que el individuo pueda identificarse con el grupo que las mantiene.
Siguiendo la definición de North, las instituciones, tanto formales como informales, definen la vida de los individuos y la del país en general.
Entre otras cosas, las instituciones definen los incentivos. Y la existencia de incentivos es crucial dentro de cualquier sociedad; existen incentivos positivos, pero también los hay perversos, como los que mueven a la gente a quebrantar la ley.
Para el Ecuador, cualquier incentivo perverso que existiese dentro del sistema formal, debido a que este ha sido diseñado para beneficiar a un grupo en particular, tampoco puede ser neutralizado a través de las estructuras informales.
Esto se da, como se ha mencionado antes, porque la gente tiene poca adherencia a una buena parte de las estructuras de instituciones informales, debido a que un porcentaje importante de la población no se identifica con el grupo que las impone.
Todo esto trae como consecuencia que la gente, en general y no solo las élites, no se apeguen a las reglas del juego, lo que da como resultado un país sin seguridad en todos los aspectos, incluyendo la jurídica, lo que dificulta cualquier intento por avanzar económicamente y dejar atrás el subdesarrollo.
Aunque no existen soluciones fáciles que se puedan sugerir para corregir el comportamiento general de un país entero, debemos buscar salidas.
Cualquier solución tiene que enfocarse en las raíces del problema, sin embargo, esto es algo que los candidatos a las dignidades a ser elegidas en agosto no parecen comprender ni promover.
En ese sentido, y regresando a la comparativa de la sociedad como un juego, el Estado y específicamente el gobierno de turno, deben asumir el papel de árbitros, impartiendo justicia dentro del juego.