Una Habitación Propia
Tus filtros de Instagram te hacen bullying
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Mi sobrina me abrió un Instagram hace algunos años. Yo ya no quería más redes sociales, tenía Facebook y Twitter, pero ella no podía soportar una tía tan anticuada.
Es por ella que tengo Instagram y lo amo porque lo uso como cajón de sastre de las rarezas más grandes que encuentro por las redes. Es divertido: la gente sabe que colecciono los mejores memes y noticias del mes y me envían sugerencias.
En mi Instagram no hay fotos mías ni de lo que como ni de los sitios a los que viajo, sino de cosas bizarras de todas partes del mundo.
Sin embargo, de vez en cuando caigo, por aburrida, me pongo a mirar tutoriales, videos y las cosas que postean mis amigas. En medio salen los filtros y, humana que es una, los pruebo a ver qué cara tendría si fuera un personaje de Disney o cuál es el color de pelo que más me favorece.
Los filtros son una cosa impresionante. Convierten tu cara miserable de estar acostada en pijama un domingo a las cinco de la tarde en la de una Barbie.
Ojos rasgados, piel impoluta, labios prominentes, rasgos delicados y aniñados.
Es un divertimento, lo sé, pero no puedo evitar pensar en lo que nos hace en las cabezas, sobre todo cuando nuestras cabezas están en desarrollo.
¿Por qué los filtros nos blanquean la piel? ¿Por qué los ojos verdes o azules son los que te hacen ver más bonita? ¿Por qué nos hacen a todas las narices respingadas y caucásicas? ¿Por qué no hay un filtro para vernos afro? ¿Por qué el ideal de belleza es occidental y del norte y no, por ejemplo, una persona de origen árabe, indígena, chino o africano?
¿Nos están enajenando los filtros de Instagram?
Yo he escrito mucho sobre los modelos de belleza que nos imponen las revistas, las películas y las influencers. Las mujeres los absorbemos sin plantearnos que jamás entraremos en ese molde porque nuestros cuerpos, latinos, africanos, indígenas, son genéticamente distintos a los de las mujeres caucásicas.
Nuestra belleza no es mejor ni peor: es distinta.
Me llama mucho la atención el modelo estético de Instagram que actúa, no sé cómo decirlo, como un bully -un abusón- sobre nuestra propia cara.
No nos dice fea, pero nos dice fea: cambia nuestro color de piel, la forma de nuestros ojos, narices y boca, la textura de nuestro pelo, nuestra estructura ósea e incluso nuestro peso.
Todo lo que, en teoría, está mal y es digno de ser corregido.
Sin tu nariz, sin tu pelo, sin tu boca, sin tus mejillas, sin esos ojos, sin ese pelo te verás preciosa.
Eso hace el filtro: desconfigurarte.
¿Se han dado cuenta de que ya hay gente en la vida real que parece que tuviera un filtro de Instagram perpetuo sobre la cara? Me imagino que van con esa imagen postiza de ojos imposiblemente felinos y boca de muñeca sexual a los cirujanos plásticos y les dicen "así quiero que me deje".
El quirófano debe reproducir el filtro en un juego digno de un episodio de Black Mirror.
Imagino que si tuviera doce años y me viera a mí misma con cara de conejita de Playboy sentiría aún más la inseguridad que tienen todas las adolescentes respecto a su imagen: vería a mi yo de la vida real espantoso.
Es lo preocupante de los filtros de Instagram: las niñas y los niños se pierden en esa maraña de píxeles perfeccionadores y creen que la imagen que ven en su teléfono es el ideal de belleza al que deben aspirar sin importar su raza, su procedencia, su fenotipo y lo que los hace únicos.
Aspirar a una belleza de robot, de humanoide producido en masa en una fábrica, nos debería dar terror y, sin embargo, todas dejamos de vez en cuando que el filtro de Instagram nos haga bullying y nos muestre cómo seríamos si, por ejemplo, no tuviéramos arrugas o flacidez.
Qué peligro tener en el teléfono algo que nos está diciendo todo el tiempo que tenemos que corregirnos.
Qué peligro, además, que te lo digan cuando eres adolescente y todavía no estás segura de qué mujer quieres ser.