¡Me acaban de asaltar!
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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"Me asaltaron" le explico a la señorita que me recibe en la puerta de la Vicepresidencia de la República, a donde llego en mangas de camisa en esta tarde lluviosa en la que vengo a entrevistar al vicepresidente Borrero.
Recapacito: era como el Covid, algún rato me tenía que pasar en esta descompuesta sociedad en la que todos tenemos un amigo al que asaltaron en la puerta de su garaje.
Y sabemos de la estudiante que tomó un taxi en Guayaquil y el chofer se detuvo en una esquina para que treparan dos cómplices y la violaran entre todos. ¡Horror!
Y es repetida la historia del pobre hombre que se resiste a que le roben el celular y le matan de un balazo.
De ahí que la recomendación sea entregar lo que te pidan y no agenciarte una cuchillada por cosas materiales.
Este martes, el joven chofer del Uber me pidió que me sentara adelante, así que arrojé mi chaqueta de pana en el asiento posterior, pero dejé a mis pies el bolso de mano con el teléfono, los papeles y los lentes.
Pasamos por el parque de El Arbolito, desolado bajo la lluvia pues ya no están los miembros de la Conaie que vinieron a exigir la realización del juicio político y prohibir la aplicación de la muerte cruzada, so pena de un levantamiento indígena que volverá a tomarse Quito.
Al voltear por la calle Ante en dirección a la Basílica, como el tráfico nos detiene, me atrae la mirada fija de un hombre que avanza por la acera en dirección contraria. Flaco, desgreñado, tiene la pinta de un drogadicto callejero.
He hecho, sin darme cuenta, lo que cualquier mujer sabe desde muchacha que nunca hay que hacer: establecer contacto visual con un posible victimario.
Unos segundos después el tipo irrumpe en el asiento trasero con un cuchillo pequeño en la mano. Segundo error: el chófer no había puesto los seguros de las puertas.
Curiosa reacción la mía: en lugar de asustarme, pienso que le voy a dejar plantado al vicepresidente.
El asaltante nos advierte que la moto está detrás y nos exige USD 20 a cada uno. Le paso el billete sin voltear a verlo.
El chofer, que está muy nervioso, se hurga en el bolsillo. Saca un dólar. Me toca poner USD 20 más. Fue una suerte tener billetes para aplacarlo. Al bajarse, agarra la chaqueta. "Me llevo esto también", exclama con una palabrota.
"Usted ha tenido nervios de acero", me dice luego el chofer. "No es eso. Estaba concentrado en la entrevista. Solo quería que se fuera el ladrón".
Como me he quedado en camisita y llueve y hace frío, pienso que me voy a mojar y atraparé un resfriado, pero está claro que la sacamos barata.
Igual que cuando una niña de meses finalmente me pasó el covid, pero, bien vacunado, solo me produjo catarro.
No he vuelto a la Vicepresidencia desde que entrevisté a Lenín Moreno. Estaba el hombre recién instalado en el puesto y contó por primera vez que, cuando le asaltaron y dispararon a quemarropa por la espalda, cruzó el túnel de luz casi hasta el otro lado. En comparación, lo mío es una tontera.
Enterado del contratiempo, Alfredo Borrero, un cuencano alto, simpático y culto, me da un saco de algodón y dice que ha leído dos de mis libros.
Observo los muebles y el decorado cambiados por los sucesivos huéspedes, empezando por Jorge Glas.
"Si estas paredes hablaran, ¡uuuyyy!", sonríe el vicepresidente. "Esa sería una gran entrevista. La próxima tenemos que hacer una güija", replico. Y enciendo la grabadora.