Dato y Relato
De inflación y otros demonios
Ph.D. en Economía Universidad de Boston, secretario general del FLAR y docente de la UDLA. Ex gerente general del Banco Central y exministro de finanzas de Ecuador, y alto funcionario de CAF y BID.
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Los mercados financieros internacionales reaccionaron con calma al anuncio oficial del resultado de la inflación de Estados Unidos en 2021: 7%, la cifra más alta desde junio de 1982, cuando fue de 7,1%. Ese día, el índice bursátil Dow Jones incluso cerró con leves ganancias.
La reacción de los agentes económicos ha sido interpretada como un respaldo a la estrategia de estabilización del Banco de la Reserva Federal (FED).
Se espera que, gradualmente, el FED retire la liquidez inyectada para enfrentar la pandemia e inicie aumentos escalonados de la tasa de interés. Los mercados anticipan que en 2022 se darán al menos cuatro incrementos a partir de julio.
Si todo sale según lo planeado, este cuidadoso apretón monetario reduciría la presión sobre precios y salarios, anclaría las expectativas inflacionarias en el mediano plazo y evitaría que se afecten la actividad económica y el empleo.
Es un plan de libro de texto y confiamos en que sea exitoso. Pero el camino es estrecho y con abismos alrededor.
Un temor evidente es que la inflación no ceda frente al aumento de tasas de interés y que el FED tenga que subirlas más drásticamente. Esto encarecería el crédito a hogares, empresas y gobierno, lo que contraería el crecimiento económico y la generación de empleo.
Podría desencadenar la volatilidad financiera, afectar la rentabilidad y solvencia de las empresas, y el financiamiento del déficit fiscal. Sería el peor de los demonios: la estanflación, es decir, el estancamiento económico con inflación.
Adicionalmente, este escenario golpearía duramente a los países emergentes, en especial a América Latina. Produciría salidas de capitales que se refugiarían en inversiones de menor riesgo, como los bonos del Tesoro estadounidense.
Tal reducción y encarecimiento del financiamiento vendrían en el peor momento para Ecuador, que requiere recursos externos para dinamizar su incipiente recuperación económica.
Frente a este escenario de incertidumbre, ¿qué se puede hacer?
El país ha dado pasos que reducen los riesgos: el inicio de la consolidación fiscal, la renegociación de la deuda externa privada, y el apoyo financiero multilateral.
Hay espacio para mejorar la estructura y el perfil de la deuda pública. Podría convertir todas sus obligaciones de tasa variable a tasa fija, y podría aumentar el plazo de la deuda tanto externa como interna para protegerse de futuros incrementos.
Las políticas de estabilización del FED fortalecerían el dólar. Es buena noticia para países que exportan a ese mercado o que reciben turistas norteamericanos, pero no para los dolarizados, como Ecuador, que más bien se encarecerían frente a mercados distintos a Estados Unidos.
Las políticas de sustento a la productividad serán claves para enfrentar este escenario.
Sin embargo, el impacto sobre los precios internos no sería inmediato.
Durante un tiempo, la inflación de Ecuador será menor que la de Estados Unidos, lo que nos da una ventana de oportunidades para recuperar competitividad en ese mercado, pero puede cerrarse si las inflaciones tienden a convergir en el mediano plazo. Hay que aprovechar esa ventana.
Las tasas de interés domésticas también subirían, por lo que las empresas ecuatorianas deberán optimizar su manejo financiero: reducir su apalancamiento, pasarlo a tasas fijas y ampliar los plazos, así como aumentar su stock de inventarios para protegerse frente a mayores inflaciones.
Para hogares, empresas y gobiernos, se espera una temporada con riesgos e incertidumbre financiera. La mejor receta para enfrentar estos demonios es mantenerse líquidos, solventes y creíbles.