De la Vida Real
Independiente Del Valle, mi gato
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
Actualizada:
Debo reconocer que no soy amante de los animales. O sea, los animales son parte de mi entorno, pero no me matan de pasión ni me son del todo indiferentes.
Cuando vivía con mis papás teníamos perros. Nuestra relación era distante: ni ellos me molestaban ni yo les paraba bola.
Cuando éramos chiquitos, tuvimos un gato que alguien le regaló a mi ñaño. Él sí es amante loco de los animales. Este gato me daba asco, porque tenía lagañas en los ojos y era un ser desagradable, pero, como era de mi ñá, no tenía más remedio que quererle.
Vivió con nosotros muchos años, hasta que un día desapareció. Para mí fue algo sin mucha importancia, pero para mi ñaño fue una verdadera tragedia. Al poco tiempo, mi tía le regaló una gata siamesa que no hacía otra cosa que maullar el día entero.
¡Qué animal tan desagradable! Era una gata flaca, elegante e insoportable. No me acuerdo qué fin habrá tenido. Lo que sí sabía es que yo jamás en mi vida tendría un gato como mascota.
Hasta qué un día, ya casada y con tres hijos, bajaba caminando de la casa de mi tía a la mía y en el garaje de mis papás oí el maullido de un ser vivo.
No soy amante de los animales, pero tampoco soy insensible.
Me acerqué muy lentamente a ver qué era. Alumbré con la linterna del celular y le vi a un gato horrible, casi, casi recién nacido. Era un espanto de felino. Le traté de agarrar, pero me sacó los dientes y me atacó. Parecía un león feroz.
Me asusté y salí despavorida corriendo a mi casa. Temblorosa y muerta del susto, le conté a mi marido lo sucedido. Él, que me conoce a la perfección, me dijo: "¡Ni se te ocurra, Valentina, traer un gato a la casa! Tenemos tres hijos menores de cinco años y un perro. En esta casa no entra ningún ser vivo más".
Por más que me quería olvidar del gatito, animal con el que tengo cero empatía y malos recuerdos, no podía dejar de pensar en que tal vez tenía frío o hambre.
A la media noche fui y le dejé leche caliente con pan remojado en caldo de pollo.
Apenas se despertaron mis hijos, salimos a verle al gatito. Sabía que mis tres cachorros lo amarían.
Este diminuto felino me volvió a gruñir. No había duda, era la encarnación de un feroz león. Estaba en la viga del tejado, pero el plato que le dejé estaba vacío. Con un pedazo de pollo cocinado logramos que bajara.
Mi hija, Amalia, que apenas caminaba, le acarició, le abrazó y le besó. Este monstruo cayó rendido ante tanto amor.
Le trajimos a la casa, y mi marido dijo: "No nos vamos a quedar con este animal descriado. No y no". Mi hijo mayor, el Pacaí, le convenció: "Pá, ya es nuestro. Se llama Independiente y su apellido es Del Valle". Las dos debilidades de mi esposo, sus hijos y el fútbol, en este ser tan chiquito.
No entiendo cómo el gato ha sobrevivido seis años. Los mellizos jugaban con él como si fuera un ser inerte, y el Independiente se dejaba. Es más, les buscaba.
No fue necesario comprar un cajón de arena. Él, como su nombre lo indica, es absolutamente independiente. Nunca rasgó los muebles de la sala ni les aruñó a mis hijos.
Es un divino. El veterinario nos recomendó castrarlo al año, así que jamás se ha ido de la casa.
El gato, así lo llamamos, porque su nombre es muy largo, es parte fundamental de nuestra vida. Es un amor loco de la Amalia por él y de él por ella. Le ve y le pide comida, hace siesta en su cama y siempre le busca.
Ella le abraza, le besa y le dice: "mi bebé, el más hermoso de la tierra". Y le lee cuentos mientras el gato la contempla.
Cuando era chiquito, mi hijo Rodrigo buscaba el botón para apagarle: "Má, ponle off, porque el gato hace un ruido que me desespera. Creo que está dañado. Oye cómo suena", me decía al oír su ronroneo. Y, más de una vez hasta ahora, le he encontrado buscando el botón para apagarle.
Mi marido todas las mañanas le saca a la perra al jardín y se encarga de ponerle comida al Independiente. El gato por las noches entra a la casa y se acuesta en alguna de nuestras camas. Es demasiado mimado.
Nunca pensé llegar a quererle tanto. Es que es perfecto y no tiene lagañas ni defectos. Recuerdo ahora cómo Borges, en el cuento 'El Sur', compara al gato con una "divinidad desdeñosa".