Con Criterio Liberal
La incertidumbre que nos acecha en medio del encierro
Luis Espinosa Goded es profesor de economía. De ideas liberales, con vocación por enseñar y conocer.
Actualizada:
Vivimos en la incertidumbre. No sabemos qué está ocurriendo, ni tampoco sabemos qué ocurrirá. Y es la incertidumbre la que nos genera miedo y ese miedo nos puede llevar a actuar mal.
No sabemos ni cuántos fallecidos hay ahora en Guayaquil ni en el resto del país, no sabemos cuánto tiempo más tendremos que estar confinados, ni sabemos cómo lo están viviendo las personas más vulnerables, no sabemos qué medidas tomarán los gobiernos de Ecuador y del mundo, ni qué nos encontraremos al salir a la calle.
No sabemos siquiera si el confinamiento será una medida que cumplirá sus objetivos, pues según el propio Presidente Moreno dijo que en torno a un 40% de los infectados no lo cumplen. Ahí estaríamos ante el peor de los mundos posibles: el de la ineficacia.
Paralizamos la economía para frenar los contagios y no conseguimos ni evitarlos. Generamos pobreza y no evitamos la enfermedad.
No sabemos cuánto tiempo más se supone que nos debemos encerrar, pero no pueden ser semanas y semanas, pues ni la economía ni la sociedad lo aguantan. Simplemente no es una posibilidad real.
Ante la incertidumbre caben tres actitudes. La una es sobre-actuar y paralizarnos para preparar lo peor, que es lo que están haciendo casi todos los gobiernos del mundo con los confinamientos masivos.
La segunda es seguir avanzando con cautela, pendientes de lo que nos encontramos al siguiente paso en medio de la niebla, tomando medidas pero adelantando por la carretera.
La tercera es seguir adelante con seguridad, en la esperanza de que la incertidumbre se aclare y no sea tan grave, con confianza en nosotros mismos y nuestra capacidad.
Frente a la incertidumbre tendemos a pensar en lo peor, y al concentrarnos en el peligro cercano no vemos el más lejano. El confinamiento supone muchísimos problemas, para todos aquellos que no pueden salir a trabajar y ganarse el pan, para las empresas que quiebran, para quienes sufren ansiedad o violencia familiar.
Tenemos que empezar a hablar de cómo levantamos este confinamiento, de cómo salimos de esta situación.
No sabemos si esta pandemia será tan mortífera en Ecuador o en América Latina como lo ha sido en Lombardía o Madrid (pero no en otras regiones de Europa), no sabemos si la crisis que se avecina será más o menos dura o más o menos corta, no sabemos qué empresas conseguirán sobrevivir, ni cómo será la situación local ni global al salir.
No lo sabemos, y no lo podemos saber. Aunque los seres humanos siempre intentemos paliar la imposibilidad de predecir el futuro (por eso existen el tarot y la astrología), creo que no tiene mucho sentido ahora hacer predicciones sobre la economía ecuatoriana o mundial en 2020, o qué medidas habría que tomar para salir de esta crisis o hacer predicciones políticas para las elecciones del 2021.
Por más que distintos expertos nos presenten previsiones de cuánto decaerá la actividad económica o cuándo se recuperará, o proyecciones de cuántos infectados o muertos habrá en cada país o provincia, la realidad es que no lo sabemos nosotros ni lo saben ellos, pues no tenemos ni datos suficientes sobre la enfermedad ni el conocimiento sobre lo que pasará.
Lo que sí sabemos es que cada día que pasamos confinados se agrava la situación de los que lo están sufriendo más, que cuando salgamos nos enfrentaremos a un mundo distinto del que dejamos cuando nos enclaustramos, y que habrá que tomar medidas drásticas y distintas.
Sabemos, también, que los incentivos económicos siguen funcionando y que decomisar, hacer compras sospechosas o clausurar fábricas no sólo no ayuda a tener más insumos, sino que agrava aún más la situación.
Que la falta de claridad en las cifras de fallecidos o en la gestión de los insepultos solo añade más incertidumbre a la situación, y que cuánta más información y más precisa se proporcione mejor, pues se contrarrestan los bulos y rumores.
Encerrados en nuestras casas como presos condenados a la pérdida de la libertad de circular por las calles, de pasear o de trabajar, pareciera que somos todos culpables de algún delito. Y muchos se suman a esta idea intentando pensar en que “la humanidad tiene que cambiar” o que “la naturaleza se recupera del daño que le hacemos mientras nosotros nos encerramos” (frases muy repetidas más o menos literales).
Buscando culpas ya sean generales o particulares, cada uno de nosotros tiende a encontrarlas en nuestras obsesiones personales.
Puede ser tiempo de contrición para algunos, pero no creamos ilusoriamente que la humanidad será mejor cuando salgamos como si éste fuese tiempo de purga y penitencia y luego vendrá el perdón y la redención.
Eso sólo sirve para los creyentes si lo hacen con convicción de fe. La triste realidad es que seremos más pobres y deberemos hacer frente a más dificultades, menos confiados en los demás y más distanciados en la globalidad. Y que cada día que alargamos esta situación será peor.
Estamos en Semana Santa. En circunstancias normales para el orbe cristiano son días de recogimiento, cuánto más en esta ocasión, que cobra un especial significado, que nos sirva para reflexionar sobre nuestra estancia en este terreno mundo y para orar por el descanso eterno de los fallecidos.