Iluminaciones
Por qué el honor puede ser un valor cívico y moral
Economista y periodista. Trader de commodities, índices y monedas.
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¿En qué tipo de ciudadano queremos convertirnos? ¿Cuáles debieran ser nuestros valores cívicos esenciales? Estas son dos preguntas clave que deberíamos responder para impedir que la sociedad ecuatoriana termine de desbarrancarse.
Porque nada, o muy poco, sabemos sobre el significado de ciudadanía, civilidad o servicio público y nuestra educación política es prácticamente inane.
Pensadores clásicos como Locke y Rousseau vieron tempranamente la necesidad de tener una cultura que asegure el buen funcionamiento de los sistemas de gobierno y dedicaron sendas obras a ese tema.
Ambos pensadores buscaron formar un ciudadano cuyos intereses personales no entrasen en conflicto con el bien común, inculcando en ellos un acendrado sentido de la justicia y una clara misión de servicio público. ¿Pero cómo lograr semejante objetivo?
Locke entronizó a la razón como el ingrediente indispensable para alcanzar la virtud ciudadana y Rousseau hizo lo mismo pero con lo que el filósofo suizo llamó “amor propio”.
Ahora soy de la opinión de que Rousseau estuvo más cerca de dar en el clavo porque me parece innegable que los valores –cívicos y morales– provienen de los sentimientos y no de la razón.
Por ejemplo, cuando alguien siente repudio por la forma como fue tratado, un valor moral toma forma en su conciencia; uno que condena el trato desigual.
Así mismo, cuando una persona experimenta satisfacción de ayudar a alguien más, otro valor moral crece en su interior: el de la solidaridad.
Pero si son llevadas al extremo, las emociones que sentimos –de repudio o de satisfacción– pueden llevarnos al error: quien se sintió ofendido por cómo fue tratado podría comportarse vengativamente, y quien experimentó satisfacción por ayudar a alguien más podría caer en la autocomplacencia.
¿Cómo educar los sentimientos para que no sean manipulados y nos lleven al error? En 'The Honor Code. How Moral Revolutions Happen' Anthony Appiah, filósofo de Princeton, asegura que el honor es la brújula que impediría perdernos en el bosque de relativismo hacia el que nos ha conducido la fácil manipulación de nuestras emociones.
Una persona de honor es, en esencia, alguien que se ha ganado el respeto de los demás y –más importante todavía– el respeto de sí mismo.
Se ha ganado ese respeto porque ha resuelto todos sus dilemas morales favoreciendo su dignidad humana, impidiendo que su condición de persona honorable sea vulnerada.
El honor, explica Anthony Appiah, es el último sustrato de donde emana la virtud porque el honor salvaguarda lo más preciado que tenemos: nuestra dignidad personal.
Si pusiéramos al honor –entendido como el esfuerzo por cultivar el respeto propio– en el centro del debate social y político, tal vez tendríamos oportunidad de recuperar nuestro país y el éxito de cualquier reforma política estaría garantizado.
@GFMABest