Una Habitación Propia
El hombre y el perezoso
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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He visto con horror, como muchos de ustedes, las fotos del hombre que maltrata a un perezoso, ese animalito que parece tener una sonrisa perpetua y que va tan lento que parece que ni se moviera.
El perezoso es un animal que come hojas de difícil digestión y con muy pocos nutrientes, por eso gasta las calorías mínimas y se mueve como un ancianito. No hace daño a nadie: come hojitas. Se mueve lento entre los árboles.
No tuve estómago ni corazón para ver el video de los palazos. Seguramente, es espantoso y seguramente se me saldrían las lágrimas.
El maltrato animal, sobre todo a animalitos que no tienen la agilidad para correr ni la fiereza para morder, me dobla en dos, me escuece el espíritu, me hace perder toda la fe en la humanidad que me queda.
Muero un poco cada vez que estas cosas pasan.
Sin embargo, como fanática de las historias de asesinos que soy, me quedé pensando en el hombre que hizo eso. Que agarró a un perezoso, ese animalito sonriente, lo abrió de brazos (seguro causándole dolor) y se tomó fotos, orgulloso de su hazaña.
A continuación, hizo un video matándolo a palazos.
¿Quién es ese hombre? ¿Por qué hizo lo que hizo? ¿De dónde viene? ¿Cómo lo criaron? ¿Cómo fue su padre o su madre? ¿Le dieron de palazos también a él cuando era un niño sonriente e indefenso como un perezoso?
No puedo dejar de pensar en la infancia de quienes maltratan de manera gratuita a los animales.
Alguna vez leí que los niños implicados en las peleas de gallos desarrollan una indiferencia ante el dolor animal y, por añadidura, al dolor humano.
El dolor de los animales, su disfrute, fácilmente escala al disfrute del dolor del otro.
Los asesinos en serie, los más monstruosos de los monstruosos, comenzaron matando pájaros, perros, gatos, a su hámster, conejos. Experimentaron con el dolor de los animales, con su capacidad de generar dolor en ellos, con una enfermiza necesidad de aniquilar a lo que vive.
Esos niños crecieron y mataron personas. Algunos los destazaron y se los comieron.
Su maldad no vino necesariamente de una enfermedad mental, los estudios demuestran que esos terroríficos asesinos vivieron una infancia terrorífica.
Castigos físicos o mentales, abandono de los padres, adicciones en su casa, golpizas, malos tratos del padre a la madre, prostitución y una serie de ambientes y actitudes con los cuales los niños no deberían crecer.
Pero lo hicieron.
Por eso al ver lo del perezoso no pienso en el animalito, sino en el hombre.
¿Qué le hicieron a ese niño que fue y quién se lo hizo?
La gente amada por sus padres, quienes crecimos en un ambiente seguro y sano, no paramos en una carretera a matar a palazos a un animal indefenso, sino que lo protegemos, lo ayudamos a cruzar, lo salvamos.
La diferencia entre salvar una vida y destrozarla está dentro de nosotros: es lo que somos, cómo nos construyeron.
Insisto en el niño que fue ese hombre y me lo imagino asustado ante los golpes, quizás, de una madre, de un padre, de una abuela. No me imagino a ese niño siendo feliz.
Y por eso cuando veo unos padres maltratar a un niño en la calle me meto y les digo que no. Ellos se sorprenden: ¿qué hace esta mujer diciéndome cómo criar a mi hijo?
Me agacho y le susurro al niño o a la niña que no ha hecho nada malo.
Tal vez un día se acuerden de esa señora extraña que se enfrentó a sus padres y les dijo que ningún niño merece ser tratado con violencia.
Tal vez un día un perezoso o cualquier otro animalito se cruce por el camino de esos niños ya convertidos en adultos y, en lugar de matarlo a palazos, lo ayuden a volver a su árbol.
Ojalá.
En las redes lo buscaban para acribillarlo.