En sus Marcas Listos Fuego
La historia del guardia - héroe
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
Actualizada:
Asumo mi responsabilidad por haber agitado las redes sociales con la noticia de que un guardia de seguridad, al repeler la agresión de seis delincuentes, fue llevado a flagrancia por haber actuado conforme a Derecho.
Sin embargo, vale la pena pasar de la noticia a la historia, para que haya un remezón, para que nos veamos todos con vergüenza frente al espejo.
Empecemos por los datos.
Piza es una pizzería nueva, abierta con la ilusión y esfuerzo de quienes innovan y deciden entrar al sacrificio del libre mercado: apostarle al crecimiento sobre la base del trabajo.
Producto de la inversión, de horas incansables de laburo, de propietarios y trabajadores con los mismos objetivos, empezaron a llenarse y, llenos, con los clientes que con todo derecho salieron esa noche a comer, se desató el terror.
Una moto de alguna aplicación de delivery se acercó al local, pero el motorizado no venía por un pedido con el fin de llenar su cesta roja de pizzas, sino para llenarla de la propiedad privada de terceros, para apoderarse de la fuerza de lo que él con el sudor de su frente no se compró.
Y cuando sacó el arma de fuego, llegaron en otras motos sus compinches, cinco desgraciados (en todos los sentidos de la palabra) para encañonar a empleados, propietarios y clientes, y aclararles, tan educaditos ellos, con que los van a matar si no colaboran.
Ya podrán imaginar ustedes el terror incontenible, la sensación de vulnerabilidad, el cálculo sensato de la probabilidad de terminar con las cabezas destazadas de un disparo por cometer el maldito error de querer cenar libres y sin miedo.
Cuando los delincuentes estaban por salir, el guardia del edifico, al notar que algo sospechoso ocurría, se acercó al lugar y, cuando se hizo presente, fue recibido con disparos.
¿Qué debía hacer? Defenderse, pero obvio. Sacó su arma y realizó un único disparo. En ese momento los asaltantes se esfumaron, cobardes como ellos solos, a toda velocidad.
En la escena quedaron varios casquillos que ratificaron que no era un bluf. Los seis miserables (en todos los sentidos de la palabra) no amenazaban en vano. No. Disparar para ellos era no una opción, sino su forma de vida.
Tres horas más tarde, a un hospital público de la capital llegó un malencarado (en todos los sentidos de la palabra) ensangrentado y agonizante, quien finalmente falleció.
Ante la evidente muerte por impacto de proyectil, la policía se hizo presente y así se enteraron que el bandolero había sido alcanzado por un disparo cuando él mismo disparaba en otra dirección tras asaltar un restaurante.
¿Entonces qué creen? Pues que a nadie se le ocurrió mejor idea que ir a buscar al guardia, para esposarlo y llevarlo a flagrancia.
Sí, sí, ese es, en sentido formalista, el procedimiento conforme a los Arts. 527 y 528 del COIP. Porque somos cuadrados, porque nuestra forma de ver el Derecho es robótica, porque a los pobres policías no les queda otra, porque son los jueces los que deben resolver la controversia.
¿Y qué creen? 10 horas después, mientras el guardia soportaba el piso frío de un calabozo, la Policía capturó a los cinco asaltantes restantes. ¿Y a dónde creen que los llevaron? Pues a los calabozos en donde estaba el guardia. Por suerte, pensaron rápido y los colocaron en otra celda.
Marcela Estrella, la estrella de ese día, asumió el caso y tras más de 12 horas incansables en los que tuvo que conseguir testigos, buscar evidencias de descargo, recopilar videos, y elaborar una estrategia que le permita justificar una evidente legítima defensa, consiguió lo que la gravedad (la de Newton) imponía: una Fiscal estudiada, que tenía claras las causas de justificación, no formuló cargos y pidió que lo liberen y, ante ello, un juez garante, con algunas maestrías a su haber, hizo lo que la ley le imponía: ordenó su libertad.
La historia parece tener un final feliz, pero los finales felices no importan cuando su camino es un empedrado lleno de espinas.
Quiero que mediten lo siguiente: el guardia cumplió su deber y por eso está libre, pero: ¿saben ustedes lo que se siente ser esposado y ser llevado en un patrullero a flagrancia?
¿Se imaginan ustedes que les lean sus derechos y darse cuenta en el camino que no tienen dinero para un abogado?
¿Se han puesto pensar lo que se siente entrar a un calabozo lleno de criminales y borrachitos a esperar que en unas 16 horas se resuelva si regresas a tu casa o si vas directito al CDP del Inca o de Latacunga?
¿Saben lo que se siente llamar a tu esposa o a tus padres o a tus hijos para decirles que están presos? Pero lo más importante: ¿saben cuántos casos como estos existen? Cientos, miles. ¿Saben cómo están esos presos? Exactamente así, presos.
Si el guardia de esta historia no tenía la fortuna de contar con una abogada preparada, con todo un andamiaje para garantizar que testigos lleguen a rendir versión, que los partes policiales digan todo y no solo un resumen mugroso y mal resumido.
Que los videos de las cámaras de seguridad lleguen a tiempo, seguramente Fiscalía no hubiese contado con ninguno de estos elementos y por ende habría formulado cargos sin otra opción.
Esa es la realidad de este país y no me cansaré de decirlo: dejen de ser ilusos y miserables, dejen de creer que las cárceles están llenas de culpables. Lean bien: las cárceles están llenas de personas que no pudieron pagar un buen abogado. Es decir, de pobres, de los mismos relegados de siempre.