Efecto Mariposa
La hipocresía sincera
Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.
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¿Usted considera que mentir es inaceptable? Si responde que sí entonces, ¿se podría concluir que usted nunca ha mentido? Con seguridad, la respuesta a esta última pregunta es no.
Todos, algunos con más frecuencia que otros, recurrimos a las mentiras blancas y de todos los colores.
Incluso quienes se presentan como la personalización de la verdad, han recurrido a algunas mentirillas para salir de algún apuro, para no herir a un ser querido o para salvar una relación.
El hecho es que, a pesar de que en nuestros discursos pregonamos la honestidad absoluta, en la vida real mentimos.
Y decir: "soy absolutamente honesto", y en la práctica no serlo, porque según algunos psicólogos es imposible, tiene un nombre: hipocresía.
Hipocresía porque, aunque mostremos posturas morales tajantes e incorruptibles, en privado, cuando nadie nos ve, podemos desviarnos de las normas sociales.
Es hipocresía porque, para mantener un estatus, se contradicen sin pudor nuestras acciones, deseos y palabras.
Porque somos imperfectos, aunque queremos parecer que no y, en el fondo, quienes nos conocen y nosotros mismos lo sabemos.
Sin embargo, son más valorados aquellos que nos mienten en la cara, aunque nos juran que nunca lo han hecho.
Aquellos que reconocen la debilidad humana y que aceptan que, de vez en cuando, dicen mentiritas piadosas no generan confianza.
La afirmación anterior no es mi percepción ni responde a mis preferencias. Elizabeth Huppert, investigadora de la Universidad de Chicago, junto a otros científicos, realizó un estudio para comprender a quiénes preferimos: si a las personas con posturas moralistas absolutas o a las personas que acepten que, en cuestiones de honestidad, puede existir cierta flexibilidad.
El resultado de la investigación es que quienes se presentan como honestos infalibles son más aceptados y tienen más credibilidad que aquellos que pueden mostrarse abiertos a cometer algún desliz.
Según los científicos, quienes tienen una postura flexible, en temas de honestidad, provocan desconfianza porque se piensa que, en el futuro, es más probable que cometan actos deshonestos.
En cambio, quienes aparecen intachables y se sostienen en que son templos vivientes de la verdad, nos dan la impresión de que nunca han fallado ni lo harán.
Y estos resultados se aplican para la vida en general.
Las parejas, por ejemplo, si uno de los cónyuges pregona que nunca le ha mentido a su par, el otro pensará que así es, aunque sus ojos no necesiten lentes de aumento para ver claramente cuando su amado (a) le ha mentido.
Para que no se piense que esto se aplica solo a asuntos mayores, como la infidelidad, pensemos en cosas como las cervezas que se tomó con las amigas. Ella dice que fueron solo dos, su pareja sabe que fueron dos, pero multiplicadas por cinco.
A nivel de país, y en esta época de elecciones, parece que ya estamos con una buena sobredosis de Valium pues, a pesar de que tanto nos han mentido y fallado, seguimos creyendo que nos dicen la verdad y que esta vez sí será diferente.
En verdad, los políticos saben bien que la estrategia de parecer santos y hablar con contundencia les trae votos.
Nos mienten porque saben que eso nos endulza, que eso los posiciona como candidatos potenciales a ganar una elección. En pocas palabras, entre más nos mientan, mejor será para ellos.
Por eso es que no hay político que acepte sus patrañas y negociados, siempre son santos y no saben de nada, nunca piden perdón, pues saben que reconocer que nos robaron o que nos engañaron les hará perder votos.
Y así es como siguen siendo candidatos y nosotros los seguimos eligiendo.
La psicología explica cómo, en lugar de en verdad procurar que nuestras relaciones y actos sean honestos, se alienta a que los más mentirosos se conviertan en hipócritas sinceros, solo para saciarnos.
Para cerrar esta última idea, nada mejor que citar una parte del poema 'El Dilema' de Ismael López:
Y así se hizo la paradoja del gran dilema:
Vivir hambrientos por aquello que nos alimenta.
Morir saciados por aquello que nos devora.