De la Vida Real
Mi hijo, mi compañero de viaje para esta vida
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Me dijo que tenía su playlist lista con una selecta variedad de canciones para ir oyendo en el camino.
Y me dijo que revisó en Google Maps y que la reserva ecológica quedaba a dos horas de distancia de nuestra casa.
También me advirtió que debía llevar ropa abrigada y una chompa impermeable y sugirió:
-Está de comprar unas papas fritas y unos chocolatitos.
Mientras él hablaba, yo no podía creer que tuviera todo organizado. Pero lo que más me preocupaba era qué iba a hacer dos horas en el auto oyendo su música.
Tiene 12 años y yo 40. ¿Qué podemos tener en común? Él es mi hijo y yo soy su mamá. Los dos solos, sin hermanos, sin marido, sin ruido que distrajera la tensión que existe entre nosotros.
Pero él estaba empeñado en ir a tomar fotos para su primer contrato serio de fotografía. Y claro, necesitaba que su madre lo acompañara, no por un asunto de ser menor de edad, sino porque necesitaba chofer.
-Ché, haceme unas fotos como solo tú las sabes hacer. Andá acá, te paso los contactos y hacéme unas increíbles de un helecho gigante. Viste, este helecho debe tener más de mil años, es una locura. Lo quiero para hacer una gigantografía y ponerlo en la pared de mi casa acá en Argentina.
Fue el mensaje de voz de su primera cliente por Instagram. Lo primero que hizo cuando vio el mensaje fue gritar:
-Maaaaaaaaaaa, mira algo increíble que me acaba de pasar. Porfa llama a este número y pregunta si podemos ir este fin de semana. Porfa, má.
Las mamás nacemos con el chip de gestión incorporado, es cuestión de poner ON, y la ejecución está en marcha.
El sábado a las 08:00 estábamos listos para nuestro primer viaje en silencio. O tal vez con puro reguetón. Si escogía mi playlist, seguro nos peleábamos antes de salir.
Soy la mamá, la madura en esta relación. Puedo controlar mis impulsos de imposición, repetía como mantra en mi mente.
Nos subimos al carro. Nos pusimos cinturón de seguridad. Me encomendé a todos los ángeles y arranqué.
Él agarró su celular y lo sincronizó con el bluetooth de la radio, y como por arte de magia sonó 'Tabaco y Chanel' de Bacilos.
-¿Má, has oído esta canción? Es a lo bestia.
Y los dos cantamos a todo pulmón. Luego sonó 'Pedro Navaja'.
-Má, oye, es que oye la letra. Es una crónica increíble.
Mi mente estaba en el pasado, reviviendo cuando iba a la playa con mis amigos, y oíamos esta música, tomábamos cerveza y fumábamos tabaco. Pero, claro, me conformé con las papas fritas y la cola.
De cuando en cuando sonaba una canción nueva para mí, pero enseguida venía una de Calle 13, Café Tacuba o de Carlos Vives, sin dejar a lado a Julio Jaramillo.
-Má, oye esta letra, se llama 'Ódiame'. Si algún día me enamoro y me terminan, le voy a dedicar a mi ex esto a todo pulmón.
Y así, iba comentando cada canción, y yo lo contemplaba y quería comerlo a besos, pero me contuve. No solo porque estaba manejando, sino porque me topé con otra etapa de mi hijo.
No la de hermano mayor o hijo preadolescente, sino con un verdadero compañero de viaje para esta vida. Me dijo guiñándome el ojo:
-Má, abramos los chocolatitos.
Tuvimos unos 45 minutos de tráfico. Hubo demasiada neblina y algún accidente en la vía.
-Má, hay unas canciones viejas de Bad Bunny que no hablan de sexo.
Y puso play, y oímos una tras otra, y luego puso las viejas de Juan Luis Guerra. El tiempo pasó, la neblina se fue y el tráfico fluyó. Llegamos.
Almorzamos caldo de gallina con carne frita, arroz y papa cocinada, ensalada de lechuga y avena con naranjilla.
Agarramos nuestras cámaras de fotos y toda la tarde él y yo nos perdimos en el bosque primario. Nos dábamos tips para mejorar las fotos. Intercambiamos lentes, ideas y anécdotas.
Llegó la noche y prendimos la chimenea. Dormimos en camas separadas y, como colegas de verdad, nos levantamos temprano y no nos bañamos. Salimos a tomar fotos, tantas fotos como pudimos.
Encontramos los helechos gigantes. Caminamos cuatro horas o más tomando fotos, hasta que fuimos a desayunar leche con chocolate caliente, pan con nata y jugo de tomate cocinado.
Regresamos con la misma playlist, cantando a todo volumen.
-Si a la cliente no le gustan las fotos, no importa. Fue el mejor fin de semana de mi vida. Gracias, má, por pasar tan relajada.
Bajó las cosas del auto y pasó sus fotos a la computadora.