De la Vida Real
La Amalia de actriz y su obsesión con tener el pelo rosado
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
Actualizada:
El martes pasado, me escribió una madre de familia al WhatsApp para preguntarme si quería que La Amalia, mi hija, saliera de extra en una película. "Están buscando niñas rubias", me puso.
Por un lado, me ilusioné, porque es lindo de niña vivir estas experiencias, pero tenía un problema: mi hija ya no era rubia. Tenía el pelo rosado.
Nos martirizó a mi esposo y a mí para que, por favor, la dejáramos pintarse el pelo. Nosotros –como padres responsables, maduros y juiciosos– nos negamos rotundamente ante su petición. Pero…
Sí, hubo un pero. Nos fuimos madre e hija, el sábado pasado, a cortarnos el pelo, y La Amalia me dijo:
-Má, solo averigüemos alguna alternativa de tinte para niñas.
Preguntamos, y la peluquera nos dijo que sí, que había un color fantasía que se va a las ocho lavadas.
Una hora más tarde, tuve una hermosa hija de siete años con el pelo fucsia. Pude ver a la niña más feliz del mundo.
La Amalia es de comunicación detallada. En el auto me contó, una vez más, que sigue a unos youtubers que se llaman 'Polinesios', y la chica tiene el pelo así de rosado.
Le di un sermón de lo importante que es no dejarse influenciar y tener personalidad. Me dijo:
-Má, no es influencia. La Lesslie de los 'Polinesios' jamás me dijo: 'Amalia, píntate el pelo'. No, má, no. Ella ni me conoce. Además, vive a miles de países de distancia. La decisión fue mía.
¿Cómo discutir ante esta lógica?
Tres días más tarde, le pregunté si quería salir de extra con su amiga María Alejandra en una película. Me dijo que sí, que su sueño es ser actriz. Le resalté que las niñas que buscaban debían ser rubias.
Ella solita se lavó ocho veces la cabeza en menos de dos horas. Efectivamente, salió con el pelo color palo de rosa.
Tenía que estar rubia hasta el domingo, así que cada día se lavaba dos veces la cabeza, y yo pensaba:
-Gasté USD 40 dólares para nada. ¡Qué dolor!
Priscila, la asistenta de producción, me escribió el jueves por la noche, a decirme que debíamos estar el domingo a las 09:00 en el parqueadero de la Universidad Internacional. "Debe llevar camisa y zapatos blancos", puso en el mensaje.
El domingo amanecí con una migraña terrible. No podía ni abrir los ojos. Llegamos a las 09:32.
Priscila me explicó que a los niños les iban a dar el vestuario. Como llegamos tarde, La Amalia se quedó sin falda del vestuario. Me da vergüenza contarlo, pero el viernes fui por todo el centro comercial a buscar la blusa blanca porque no tenía una.
Por los hijos las mamás hacemos puras tonterías consecutivas.
Hubo alrededor de 40 personas en el lugar, los niños perfectamente vestidos, y La Amalia con su pelo rubio al natural, su impecable blusa blanca y una licra vieja y desteñida.
Les peinaron minuciosamente a todos. Una señorita entró a decir que ya era hora. Nos advirtió que se iban a demorar, porque debían repetir la escena una y otra vez, pero que nos quedemos tranquilos.
Pedir a los papás tranquilidad es pedir un milagro. Me sentía en la sala de espera de un hospital, con angustia, incertidumbre y desconcierto.
La producción nos brindó café, sánduches de mortadela y fruta.
Unas mamás muy alhajas empezaron a hablar con Priscila para sacarle información sobre la película.
Con tremenda migraña, algo oí. La película se llama 'El niño probeta'. La mayor parte fue filmada en Nono. Llevan cinco semanas de rodaje. "Estamos felices, porque hoy es el último día de filmación. Ha sido un trabajo tenaz", dijo Priscila. Contó otros detalles que ya no pude registrar.
Me recosté en unas sillas y me dormí mientras oía los murmullos de la gente.
Pasaron más de dos horas, y los niños regresaron. Todas las mamás nos paramos a darles besos y les preguntamos cómo les había ido.
La Amalia me dijo:
-Má, la película se va a estrenar en un año a nivel nacional. Ahí vas a ver mi actuación, que en realidad no fue actuación. Fue repetir unas quinientas mil veces la entrada del Panchito, que así se llama el niño, pero que en la vida real se llama Pablito. Su mamá verdadera también actuó, pero no de mamá, sino de otra cosa, porque la mamá falsa era indígena y no se parecía al actor que era rubio, pero igual era su hijo en la película.
Agarramos las cosas y regresamos a la casa. En el viaje mi cabeza explotaba, y La Amalia no paraba de hablar.
-Má, ¿cuándo crees que me pueda volver a pintar el pelo de rosado?