De la Vida Real
Estoy harta de vivir con miedo
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Estoy harta de vivir con miedo. Primero fue el coronavirus. Nos encerraron, nos volvimos paranoicos del contacto con el otro.
Y ahora la delincuencia, la inseguridad, la poca credibilidad que tienen los políticos y el tremendo caos social en el que, poco a poco, nos sumergimos.
Nuestro estado de alerta está encendido: podemos ser víctimas de un asalto, de un robo, o de asesinato. Estamos con miedo y, ante eso, no hay encierro que nos salve.
Los delincuentes están armados y los ciudadanos, desprotegidos porque, para esto del crimen organizado, no sirven el alcohol, el gel, la mascarilla ni las vacunas.
¿Esperamos tal vez que nuestro cuerpo sea útil para el negocio de tráfico de órganos? No sé, pero cualquier pretexto es bueno para terminar con la vida de alguien.
Dicen que puede ser un ajuste de cuentas; otros, que se equivocaron de objetivo. Que fue por robar un celular o simplemente por una bala perdida de una balacera entre bandas. Se dicen tantas cosas porque las víctimas no tienen edad, etnia ni género. Todos estamos sujetos a 'el próximo puedes ser tú o tal vez yo'.
Ahora la delincuencia es el virus que nos tiene paralizados e impotentes.
Me preocupo por la seguridad de mis hijos. Y me pregunto: ¿cómo podría vivir si una bala perdida le quita la vida a uno de ellos? Pero también me pregunto ¿cómo podrían vivir ellos sin sus padres?
Reconozco que estoy siendo fatalista, pero piso la realidad. Los asaltos con armas suceden todos los días. Y no se oye solo en las noticias o en las redes sociales, sino que las víctimas son gente cada vez más cercana a nosotros, que nos cuentan lo que le ha pasado:
-Me asaltaron el otro día con un cuchillo en la Amazonas. Rompieron el vidrio del auto y me sacaron la mochila con la computadora.
Me dijo mi amigo Pedro.
-Vimos cómo un carro negro le asaltó con pistola a otro carro en plena Ruta Viva, a las siete de la noche.
Nos contó mi primo.
-Nos asaltaron ayer, señito. Entraron cuatro tipos armados y nos dejaron sin nada.
Me contó hoy John de la carnicería.
-Valenta, nos robaron todas las máquinas de la carpintería. Por suerte no estuvimos en la casa.
Me contó mi ñaño hace un mes.
Cuando un sicario o un delincuente mata a alguien, no mata solo a esa persona, mata a toda una familia. ¿En qué momento la vida dejó de tener sentido para el otro? ¿En qué momento los dólares son más importante que vivir con la conciencia limpia?
Dicen los expertos que esto es falta de valores, de principios, de educación y que como país no tenemos una estrategia para enfrentar esta realidad. Creo que, además, es falta de humanismo, de respeto y exceso de materialismo y mucha pobreza. No sé.
Lo que está claro es que la receta de una sociedad empática se arruinó con algún ingrediente que suplantó a todos los otros valores, creo que ese ingrediente son la corrupción y la maldad.
Sí, yo sé, siempre que hago estas reflexiones, me dicen que soy pesimista, que todo el mundo está así, que vea lo que pasa en Estados Unidos, que no sienta que solo es Ecuador, que México está peor.
También me dicen: "Valen, no podemos vivir con miedo, así era Colombia en los años 80". Y sí es verdad, pero, ¿qué afán tienen todos de normalizar la violencia, de resignarse a vivir de esta manera tan agresiva?
No entiendo por qué nos hemos vuelto una sociedad tan pasiva, condenada a pasar todo el tiempo asustados. Tal vez en el fondo, todos tenemos pánico de que, si levantamos la voz, nos maten o nos torturen a nosotros o a algún familiar.
¿Será que a los políticos les conviene gobernar un país caótico y con ciudadanos aterrorizados?
¿Tal vez quieren sacar ventaja con promesas falsas y milagrosas para sus intereses electorales o simplemente tienen convenios con el crimen organizado? ¿Son cómplices de una justicia que juega a favor de la delincuencia y la corrupción?
Quiero volver a las calles y caminar tranquila, despistada, viendo los árboles, las casas y los edificios horribles que están construyendo. Perderme y no tener miedo de preguntar una dirección sin ser una víctima más.
Quiero pasar por una esquina y parar a comer cebichochos en calma, sin pensar que va a pasar un señor en moto y a sacar una pistola. Quiero volver a sentirme segura junto a un policía.
Tal vez esté exagerando, pero, entre la delincuencia y la inseguridad, prefiero mil veces el covid, del cual me protejo con una mascarilla y con alcohol.