Columnista Invitado
Haciendo las paces con la incertidumbre que nos rodea
Doctor en riesgos de clima y agua por la Universidad de Oxford. Consultor del Banco Mundial en sistemas hídricos y energéticos. Investigador y Lecturer Asociado para Hidrología y Manejo de Riesgos, Universidad de Oxford. Investigador del Instituto de Geog
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En los últimos meses se han desencadenado eventos que hubieran sido inimaginables tan solo a principios de año. La propagación del Covid-19, aparte de las altas pérdidas humanas, impactó nuestros ritmos de vida y desestabilizó las economías globales.
Así, autoridades y líderes mundiales se ven presionadas a predecir qué es lo siguiente que sucederá o cuál es la forma óptima de navegar en estos tiempos.
Este razonamiento es válido cuando nos enfrentamos a situaciones que pueden ser enmarcadas dentro de distribuciones donde las relaciones y consecuencias de una acción pueden ser monitoreadas y cuantificadas controladamente. Es decir, en situaciones donde prevalece la estacionalidad.
Sin embargo, la crisis actual demuestra lo contrario.
No solamente nos damos cuenta de lo interconectado que está el mundo y de la rapidez con que los eventos se propagan, sino que además vemos las limitaciones de nuestro conocimiento para predecir algo complejo y caótico.
Lo que se evidencia cuando buscamos predecir el número fallecidos por la pandemia: en Ecuador los modelos sobreestimaron el número de fallecidos diarios hasta ponerlos en 500 por día para agosto.
Lastimosamente, además de esta pandemia, otras potenciales amenazas a nuestro bienestar como las crisis globales futuras por desabastecimiento de agua y por sequías, los desplazamientos humanos por conflictos, o los shocks financieros también comparten características de incertidumbre.
Es decir, los desafíos de nuestro mundo están caracterizados por una incertidumbre profunda. Las condiciones son tan complejas que es difícil enlistar, en términos probabilísticos, las múltiples visiones del mundo o los posibles escenarios futuros que pueden desencadenarse.
Pero incertidumbre no significa falta de conocimiento. Es una característica de nuestra condición humana y está presente en el mundo.
Por ejemplo, sería muy difícil predecir de qué forma se originaría la próxima pandemia, pero por los expertos sabemos que ciertas prácticas agrícolas no sustentables facilitan propagaciones de virus.
Nuestro conocimiento es limitado para predecir cuánto lloverá en el centro de Guayaquil durante la primera semana de enero de 2055, pero los científicos nos informan que las emisiones de CO₂ aumentan la temperatura del planeta, desestabilizan el ciclo global del agua y producen Fenómenos del Niño más intensos.
Incertidumbre tampoco significa inacción. La incertidumbre replantea la forma en que erróneamente tratamos de verticalmente llenar vacíos en información futura.
Nos obliga a avanzar hacia enfoques en que podamos utilizar nuestras herramientas y conocimientos para entender el contexto en que nos encontramos, evaluar nuestras debilidades estructurales y generar estrategias robustas, que respondan adecuadamente, independientemente del tipo de futuro que pueda desencadenarse.
Aceptando la incertidumbre, pero evitando el riesgo, es como la primera puede convertirse en una fuente de creatividad, de desarrollo y de bienestar.