Contrapunto
La ironía oculta en la música de Gustav Mahler
Periodista y melómano. Ha sido corresponsal internacional, editor de información y editor general de medios de comunicación escritos en Ecuador.
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Siempre apátrida como él se definía y prohibido durante muchos años por cuestiones racistas, Gustav Mahler (1860-1911) de repente superó a Beethoven en número de interpretaciones de su música cargada de ironía y que solo los más sabios podían detectar.
La ironía, por ejemplo, fue advertida por Dmitri Shostakovich (1906-1975) para desafiar la línea oficial de Stalin y el Partido Comunista, que también controlaba la música y todas las artes.
Norman Lebrecht, colaborador habitual de BBC Radio es uno de los escritores que más ha profundizado en la obra musical del compositor; en su último libro descubre no solo el contenido de sus composiciones, también sus frustraciones matrimoniales con Alma Maria Schindler o simplemente Alma Mahler como siempre fue conocida.
‘¿Por qué Mahler? Cómo un hombre y 10 sinfonías cambiaron el mundo’, Alianza Editorial, Madrid 2011 es una investigación que encuentra explicaciones a todo lo que el artista comunicó a través de sus sinfonías, incluso la 10 inacabada y concluida post mortem.
"No había muchas cosas que me relacionaran con la vida de Bach, Mozart o Beethoven", explica Lebrecht, “porque sus amores eran insondables, sus costumbres aburridas, sus enfermedades medievales y sus fortunas dependían de mecenas”.
Pero Mahler, en cambio, era un hombre que se había hecho a sí mismo, motivado por la ambición: “Se enfrentó al racismo, al caos laboral, conflictos sociales, alienación, depresión y las limitaciones de la ciencia médica” de entonces.
Recurre a esa muy conocida y repetida frase atribuida a Mahler “¡Mi tiempo llegará!”, como en efecto ocurrió cuando el músico comenzó a ser interpretado por los más importantes directores musicales en todo el mundo, pero lo real es que con esa frase se refería a Richard Strauss (1864-1949): “mi tiempo llegará cuando el suyo haya pasado”.
¿Por qué un compositor que permaneció en el olvido durante tantos años de repente resurgió para reemplazar a Beethoven como el sinfonista más popular e influyente?, es la pregunta más importante que se plantea Lebrecht. Luego se interpela ¿quién es Mahler?, por qué su música nos afecta tanto y finalmente ¿por qué Mahler nos hace llorar?
Describiéndose a sí mismo como tres veces apátrida, Mahler afirmaba que tenía tres identidades: sus raíces judías (pese a que se convirtió al catolicismo para dirigir a la Filarmónica de Viena), su lengua alemana y “su inevitable sentido de no pertenecer a ningún lugar del mundo”.
Músicos como Shostakovich, dice el escritor, sabían cómo torcer esa línea, lo hizo en sus 15 sinfonías e igual número de cuartetos de cuerdas en los que describió la vida bajo el régimen de Stalin de una forma en la que el público entendía sin que los comisarios pudieran procesarlo.
Otro músico, Alfred Schnittke describió el comienzo de la desintegración soviética “sin que lo enviaran a las minas de sal; ambos emplearon un recurso que tomaron prestado de Gustav Mahler: la ironía musical”.
El autor ensaya que la música antes de Mahler tenía un léxico de emociones simples: alegría, tristeza, amor, odio, entusiasmo, belleza, fealdad… en su primera sinfonía Mahler introdujo significados paralelos; el funeral de un niño es interrumpido por una orgía delirante, un aparente lamento se vuelve absurdo sin perder su tragedia.
“Shostakovich, un hombre aparentemente tímido aplicaba la ironía mahleriana (entre códigos ocultos) en muchas de sus obras y de manera atrevida en su undécima sinfonía, en la que una oda comunista revolucionaria se enlaza burlonamente con fragmentos de la 'Resurrección (Sinfonía 2) de Mahler", sostiene Lebrecht.
(Nota: La Sinfonía 10, denominada también "del deshielo", fue estrenada por Shostakovich tras la muerte de Stalin).
Gracias al ingenio de los músicos soviéticos, Mahler se convirtió en una corriente subversiva, muy poco interpretada por las orquestas estatales, “pero tan permitida como el vodka en la corriente sanguínea nacional”.
En el otro punto geográfico de la Guerra Fría, tras el asesinato de Kennedy, Bernstein dirigía in memoriam la segunda sinfonía de Mahler; en el funeral de Robert Kennedy dirigió el adagietto de la quinta sinfonía y tras los ataques terroristas del 11S muchas emisoras cambiaron su programación por música de Mahler.
La segunda, quinta y novena sinfonías de Mahler eran la música de lamentación de los Estados Unidos, remata el escritor británico.
Mahler no escribía por placer sino para trascender. Su primera sinfonía abordaba la mortalidad infantil (cuando niño vio a cinco de sus hermanos salir en ataúdes de la taberna familiar donde nunca se dejó de cantar), la segunda rechazaba el dogma eclesiástico del más allá, la tercera se refería a los desastres ecológicos y la cuarta proclamaba la igualdad racial.
‘La verdad y nada más que la verdad’ subtitula el autor al capítulo acerca de la tormentosa relación entre Gustav y Alma Maria Mahler. Es, dice, “una historia de amor que se convirtió en materia de novelas, películas, canciones, teorías feministas y mitos populares”.
Una de las motivaciones de Mahler para crear su décima sinfonía fue como consecuencia del abandono definitivo de Alma, cuando decidió ir a vivir con el creador de la Escuela Bauhaus de las artes, la arquitectura y el diseño Walter Gropius (1883-1969).
De esa décima sinfonía, la más dramática, la de mayor aflicción, pero musicalmente la más expresiva creada por Mahler comentaremos en un próximo artículo.