Tablilla de cera
Dos años de la guerra en Ucrania y sus extraños ecos en Ecuador
Escritor, periodista y editor; académico de la Lengua y de la Historia; politico y profesor universitario. Fue vicealcalde de Quito y embajador en Colombia.
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Este sábado 24 de febrero se cumplen dos años del inicio de la invasión a Ucrania, que el dictador Putin imaginaba concluir en pocos días anexándola a Rusia.
Pero los ucranianos, con bravura y tenacidad admirables, no han permitido que ese designio se cumpla, y siguen resistiendo, heroicos, contra todo pronóstico.
Por cierto, esta es la segunda invasión de Rusia a Ucrania en este siglo. La primera comenzó hace 10 años, justo también por estas fechas, el 27 de febrero de 2014, cuando el ejército ruso se apoderó de la península de Crimea e incrementó los sabotajes y provocó revueltas en la región del Donbás.
Nadie sabe cuántas personas han muerto en esta guerra. A fines del año pasado, una ONG ucraniana calculó en 24.500 los muertos entre soldados y civiles y en 15.000 los desaparecidos de su país.
El New York Times, citando a fuentes militares anónimas de EE. UU., daba una cifra mayor: 70.000 muertes del lado ucraniano.
La cifra del lado ruso es peor: la misma fuente decía que Rusia ha sufrido 315.000 bajas (120.000 muertos y 195.000 heridos), la inmensa mayoría, soldados.
Muertes absurdas, a las que se suma el padecimiento de la población civil ucraniana con dos años de constantes ataques de misiles y drones rusos contra blancos ajenos a la guerra, como estaciones de tren, centros comerciales, plazas y escuelas.
Ucrania, que con tanto éxito frustró hace dos años la feroz ofensiva rusa contra Kiev, no ha podido recuperar desde entonces tanto terreno como se hubiera deseado en el Donbás, y acaba de perder la ciudad de Avdiivka, o mejor los escombros de lo que alguna vez fue Avdiivka. Pero eso no significa que esté derrotada. Al contrario, sigue anotándose triunfos. Por ejemplo, ha inutilizado ya a 26 navíos de guerra de la flota rusa del Mar Negro, un tercio del total de esa flota, un logro impresionante, considerando que se trata de la joya de la corona de la marina rusa y, sobre todo, que Ucrania no tiene armada y sus ataques los hace con drones navales.
Escenificada a 12.000 km de distancia, esa guerra parecía ajena a los ecuatorianos. Pero no fue así. Previendo que Rusia tenía malas intenciones, la Cancillería ecuatoriana llamó a los ecuatorianos residentes en Ucrania a registrarse (pasaron de 40, a inicios de febrero, a 500 el 17 y a más de 1.200 el día de la invasión) y el canciller Juan Carlos Holguín hizo llamados para que todos retornasen al Ecuador, mientras disponía abrir canales de comunicación con los padres de familia, preocupados por sus hijos (tan fluidos eran esos canales que el propio canciller les dio el número de su celular personal).
Con la invasión, comenzó el éxodo de los ecuatorianos. Se emitieron pasaportes virtuales de emergencia, con un código QR, porque, curiosamente, muchos no los tenían. La angustia hacía que los familiares clamasen por una operación de rescate dentro de un país invadido, algo que ni siquiera EE. UU. pudo realizar. Con seriedad y responsabilidad, Holguín ofreció a todos la posibilidad de volver, pero tenían que salir de Ucrania.
Para ello envió un equipo, encabezado por el viceministro Luis Vayas, que se desplegó en los principales pasos fronterizos y se encargó de recibir a los ecuatorianos, llevarlos a albergues y encaminarlos hacia Varsovia, desde donde despegaron, en los siguientes días, tres aviones fletados por el Ecuador, que trajeron de vuelta a más de 750 ecuatorianos (y sus mascotas), y hasta a ciudadanos de otros países.
Fue un operativo exitoso, con un liderazgo ejemplar y una sala de comando que se montó en horas y trabajó ocho días sin parar, día y noche, hasta tener a todos sanos y salvos en el Ecuador.
Así, la guerra se hizo muy cercana. Pasaron dos años, y cuando creíamos, otra vez, que el conflicto era ajeno, en este 2024 nos ha tocado de cerca, con el anuncio de que Ecuador entregaría a EE. UU. supuesta chatarra bélica rusa a cambio de armamento moderno. A leguas se veía la triangulación.
Pero todo cambió, con un retroceso atropellado de la posición oficial, en cuanto Rusia emplazó al Ecuador: las condiciones del contrato de compra de esos equipos prohibían su entrega a terceros sin el consentimiento del vendedor.
Además, aquel malhadado gobierno le recordó al nuestro, que, al ser neutral, Ecuador no puede entregar armamento a ninguna de las partes, ni siquiera por vía de terceros, y que el país tiene obligaciones especiales al ser miembro del Consejo de Seguridad de la ONU hasta fines de 2024.
Para mostrar lo que estaba dispuesta a hacer, Rusia suspendió la compra de banano a cinco empresas ecuatorianas (que representan el 25% de las ventas de la fruta a Rusia, ventas que, a su vez, representan una quinta parte del comercio bananero con el mundo). El pánico cundió entre los exportadores, incluidos los de flores, que se hallan en plena campaña del Día de la Mujer, el de mayores ventas al año en Rusia… y Ecuador tuvo que recular.
El país en todo este episodio, digámoslo claro, hizo un papelón. Pero eso no impide que, como ciudadanos, condenemos la invasión rusa, denunciemos su inhumanidad al mandar a decenas de miles de sus propios hijos a una muerte segura y censuremos las atrocidades y daños causados en Ucrania, país que tiene derecho a la paz y a la soberanía.
Por último, también unimos nuestra voz, débil, quizás, pero entera y firme, para condenar la muerte de la última víctima de la tiranía putinesca: Alekséi Navalni, mártir de la libertad.