Lo invisible de las ciudades
La transformación de lo rural a lo urbano
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Al igual que muchas ciudades alrededor del globo, Guayaquil y Quito son documentos vivientes de lo que es la coexistencia entre el espacio urbano planificado y el no planificado. Mientras que en Guayaquil esto se vincula al tráfico ilegal de tierras, en Quito resalta más el mal manejo de convertir a lo rural en urbano.
Los valles orientales del Distrito Metropolitano siguen siendo los que mayor cantidad de inversión inmobiliaria y mayor área tiene destinada a nuevos proyectos. En ellos, la planificación ha sido nula.
En su lugar, lo único que se ha dado es el permiso de urbanización de las tierras. De ahí que muchas de las urbanizaciones cerradas de aquel sector coincidan en linderos con las fincas y haciendas que existían ahí previamente.
Y no es que estemos en contra de urbanizar lotes rurales. Cierto es que las ciudades -para ser más eficientes- deberían aumentar su densidad poblacional, y que eso se logra verticalizando sectores (sobre todo cuadras; verticalizar lotes es insuficiente).
Lo que cuestiono es la velocidad con la que las áreas colindantes a la ciudad se urbanizan. Eso lleva a que tengamos deficiencias en los servicios; especialmente en lo que se refiere a la movilidad. Tenemos miles de vehículos circulando en caminos que no se han adecuado; ni para el cambio de uso de suelo, ni para el aumento de automotores.
Dichas vías fueron concebidas para facilitar la movilidad de personas y productos entre las parcelas de una o varias haciendas. De ahí que, al no aumentarse el ancho de vía de dichos caminos vecinales, tengamos congestionamientos como los que se dan en Cumbayá, Tumbaco y Puembo.
En ocasiones, dichos sectores sufren trancones que pueden ser igual o más tortuosos que los sufridos en el hípercentro de Quito.
Para evitar escenarios como este, se debe tener siempre en cuenta que la planificación urbana no se limita a proyectar usos de suelo y normativas de regulación constructiva.
En el urbanismo también son importantes los procesos. Las poblaciones previamente mencionadas dejaron perder la oportunidad de prepararse para su propio crecimiento. Todo proyecto urbanístico que se presente en zonas que estén pasando de lo rural a lo urbano, debería tener condicionantes de expropiación y servidumbre hacia sus frentes, con el fin de prever el ensanchamiento de vías para las futuras necesidades.
También debería exigirse que haya actividades que se vinculen de manera directa con la calle. Podrían ser comercios o actividades comunales. Los suburbios quiteños están repletos de calles amuralladas sin ventanas al exterior; el caldo de cultivo perfecto para la delincuencia.
Estos criterios deberían tomarse en cuenta en las futuras áreas de expansión, si es que se dieran; lo cual debería ser motivo de debate público.
A todo esto, debemos resaltar la urgencia con la que se debe acabar la farsa del manejo territorial en el Distrito Metropolitano de Quito. Es inconcebible que aún clasifiquemos a Cumbayá, Tumbaco, Nayón, Puembo y Pifo como parroquias rurales.
Más del 90% del territorio de Cumbayá se encuentra construido. Tumbaco y Puembo no se quedan atrás. Pifo tiene una progresiva infraestructura industrial, que cada vez le aleja más del campo y más le trae los usuales problemas urbanos. Debemos dejar las ambigüedades y manejar dichas parroquias como parte de la ciudad.
Todo lo expuesto hasta estas líneas es más un lamento, que un plan de recuperación. Poder reparar las parroquias ya desarrolladas de los valles orientales requiere una cirugía mayor. Puede servir para que las ciudades más pequeñas eviten caer en las desgracias provocadas por el crecimiento no planificado de las ciudades grandes.