Una Habitación Propia
Gorda: escóndete, ódiate, muere
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Esta semana el ventilador que desparrama caca no ha tenido ni un descanso en las redes sociales. Y, ya saben, uno de los objetivos favoritos de los fagocitadores de heces somos, desde siempre, las mujeres gordas.
La estupenda actriz española Itziar Castro publicó en Twitter una foto suya vestida nada más con una bata transparente. La foto es sexy y hermosa y ella también lo es. Se ve feliz, se ve completa, se ve segura, se ve atractiva.
Eso irrita a los que nos odian.
Los cientos de comentarios que generó la foto de Itziar me deprimieron y me llenaron de ira. Gentes malignas, amparadas en el anonimato de las redes, le dijeron de todo. Ya saben, comparaciones con animales e infinitos epítetos dolorosos como si ella no fuese una persona, sino otra cosa: una diana, un enemigo, un problema.
Otros, supuestamente bienintencionados, nada más le auguraron que estaría muerta en cinco años o menos, aunque ella no tiene ninguna enfermedad y los resultados de sus análisis de sangre hablan de una persona saludable.
La salud de Itziar no le importa un bledo a nadie. Lo problemático es que ella se atrevió a estar a gusto consigo misma.
Las mujeres gordas deberíamos estar escondidas, avergonzadas, de rodillas, matándonos de hambre, ocultas tras telas oscuras, pidiendo perdón por ocupar tanto espacio de la gente que sí se cuida y sí se quiere.
Nos quieren golpeándonos con el puño cerradísimo las panzas y los muslos. Metiéndonos a quirófanos para que nos rebanen los estómagos, haciendo dietas perversas, llorando ante la báscula cada mañana.
Nos quieren de luto perpetuo por la mujer delgada que no nos permitimos ser.
La gorda es triste o graciosa. Nunca sexy, nunca segura, nunca atractiva. Se nos admite la versión cabizbaja auto-odiadora o la que hace reír a los demás con su cuerpo impropio, su freakshow portátil.
Señoras y señores, pasen y vean.
Ayer la hijita de una amiga me preguntó por qué me gustaba tanto la ropa de brillos, las lentejuelas, la alharaca, y le dije sin pensar “porque cuando tenía tu edad me dijeron que una gorda nunca debe llamar la atención”.
Vestí (y visto) de negro casi toda mi vida –el negro adelgaza– y apenas hace pocos años me permito el glitter, la exageración, el animal print, lo carnavalesco. O sea, ser yo misma.
Por supuesto sé que me critican por estridente, por ser tanto de todo, aunque sé también que a las delgadas que visten como yo las llaman fashion y no ridículas.
Mi manera de vestir, como la foto de Itziar, es también una forma de resistencia, una declaración de intenciones frente a este mundo gordofóbico: nadie nos va a volver a quitar el brillo nunca más.