Esto no es político
Después de las bendiciones
Periodista. Conductora del programa político Los Irreverentes y del podcast Esto no es Político. Ha sido editora política, reportera de noticias, cronista y colaboradora en medios nacionales e internacionales como New York Times y Washington Post.
Actualizada:
Hace un par de semanas una funcionaria pública le respondía a una periodista en X. La periodista había hecho un hilo en el que cuestionaba las declaraciones de dicha funcionaria y a ella, por supuesto, no le gustó.
En lugar de responder con argumentos o sostener sus declaraciones, la funcionaria pagada con los impuestos de todos los ciudadanos, le respondió a la periodista que la “bendice” y que “debe ser difícil tener tanto odio en el corazón”.
La funcionaria era Diana Jácome, asesora presidencial. La periodista era yo.
Dos semanas después de eso, el programa de análisis político Los Irreverentes, en el que, junto a Fabricio Vela y José Luis Cañizares, buscamos aportar elementos para el debate y el escrutinio público, con rigor, equilibrio y sensatez, fue sacado del aire después de meses de presiones del gobierno.
Esto no se trata de mí o de mis compañeros. Se trata del ejercicio del periodismo; la necesidad de que haya voces críticas que hagan un contrapeso al poder que tiene cualquier personaje que dirija al país desde el Palacio de Carondelet.
Hoy, somos nosotros, ¿mañana a quién le toca?
Hoy, se cierra un programa, el nuestro, ¿mañana cuál será?
Imaginemos lo desigual que es enfrentarse, desde el periodismo, a todo el aparataje del estado. Ese estado que tiene medios de comunicación a su disposición —en los que ya ha empezado a crear su propia versión edulcorada de un país inexistente—; tiene también el control de la fuerza pública y una capacidad de influencia hasta en otras funciones del Estado; maneja recursos públicos y posibilidades de movilizar a “simpatizantes”; nombra funcionarios y tiene acceso a información privilegiada.
¿Saben qué más tiene en sus manos el gobierno? La pauta. La famosa pauta: ese dinero proveniente de sus impuestos y los míos, con el que se paga propaganda en distintos medios y que es una forma legítima de financiarse.
Imagínense qué pasa cuando, desde el poder, se empieza a chantajear a los medios con retirar la pauta, es decir, con dejar de comprar espacios de publicidad si es que el medio no retira, digamos, un programa del aire; o si no despide, digamos, a una periodista que al gobierno no le gusta.
Imaginemos qué pasa después de que un medio no cede ante esas presiones, mantiene a la periodista y al programa pero recibe, poco después, una advertencia más seria, por ejemplo, sobre la posibilidad de retirarle las frecuencias al medio. ¿Saben qué pasaría? Quebrarían al medio. ¿Saben por qué? Por el deseo arbitrario de que un programa no exista o de que una periodista se calle.
Si no hay voces capaces de exigir transparencia, evidenciar incoherencias o silencios, verificar datos, contextualizar declaraciones, el poder político desde Carondelet puede convertirse en una máquina que tritura todo lo que no se adhiere a su verdad oficial.
Es inevitable pensar en aquella advertencia que hizo el Presidente hace unos meses: que es un pésimo enemigo, nos dijo Daniel Noboa. De eso, no quedan dudas. Parece, eso sí, que no hace falta hacer demasiado para ser considerado enemigo del Presidente.
¿Contará, para convertirse en su enemiga, preguntarle sobre las denuncias que ha hecho en su contra su exesposa? ¿O será suficiente razón para que se enemiste, señalar que si no existe rol de Primera Dama, su esposa no puede usar recursos públicos o si, al contrario, quiere hacerlo, debe rendir cuentas? ¿O, bastará, atreverse a evidenciar las incoherencias del discurso de su asesora estrella?
Un demócrata entiende el rol de la prensa, incluso de aquella que le incomoda, incluso de aquella que le disgusta. Un político con algo de madurez sabe que, cuando está en el poder, debe aceptar las críticas y el escrutinio sin tomárselo como un ataque personal y sabe entender también que sus asuntos “personales” dejan de serlo por el simple hecho de ser el jefe de Estado.
Un presidente digno de ese cargo no se esconde para presionar, manipular y amenazar a medios buscando amedrentar a periodistas, ni arma campañas de desprestigio para dejarlos sin trabajo, ni usa el poder del Estado para, silenciosamente, perseguirlos.
Si hace unas semanas nos preguntábamos qué hace una asesora presidencial echando bendiciones a una periodista en lugar de rendir cuentas, hoy ya lo sabemos. Si hace unos meses nos preguntábamos qué clase de Presidente tendríamos, hoy ya lo sabemos.