Punto de fuga
Los alcahuetes
Periodista desde 1994, especializada en ciudad, cultura y arte. Columnista de opinión desde 2007. Tiene una maestría en Historia por la Universidad Andina Simón Bolívar. Autora y editora de libros.
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En inglés serían enablers, que en español de diccionario viene a ser: facilitadores. Pero en español de la vida real se traduce como alcahuetes. A ellos, además de al presidente Noboa, es a quienes también tenemos que pedir cuentas, porque su política de dejar hacer, dejar pasar y alcahuetear nos está costando muelas y agotando la poquísima paciencia que nos queda.
Esta semana, después de haber visto por enésima vez, en todo su esplendor, palpitante, la vena autoritaria de Daniel Noboa, mientras despotricaba para mis adentros contra ese ser imberbe e incomprensible que gobierna el Ecuador, me surgió una pregunta: ¡¿Quién le permite hacer todo esto?! Respuesta en piloto automático: nosotros.
Pero esa es una respuesta simplona, aunque no deje de ser, de alguna manera, cierto. Porque en realidad quienes permiten que su temperamento atrabiliario y sus novatadas causen destrozos son quienes gobiernan junto a él. Es decir, todos esos otros funcionarios a los que les pagamos para que administren con criterio la cosa pública y no para que estén de acólitos, alcahueteando cualquier barbaridad.
De los miembros de su partido —que más que como coidearios actúan como empleados suyos— quizás no se pueda esperar otra cosa; parece que no les da para más. Ya los hemos visto actuando en la Asamblea, dándole un apoyo sin fisuras incluso ante las situaciones más descabelladas.
La mayoría de ministros, tristemente, juegan un papel similar y no el de titulares experimentados que rigen las políticas públicas, que es el que les corresponde. Con excepción de uno que ni siquiera juega, es más, ni siquiera finge que juega: el señor Michele Sensi-Contugi. ¿Quién le dijo a Noboa que puede mantener al Ministro de Gobierno en la sombra? En serio, ¡¿quién lo asesora?!
Si alguien sensato lo asesorara, no estaría emperrado en encontrar la leguleyada que le permita irse en contra de la Constitución para no encargarle el poder a la Vicepresidenta cuando le toque hacer campaña ya oficialmente —el resto del tiempo la ha hecho extraoficialmente—. En este caso, el alcahuete mayor es Esteban Torres; de oficio, alguna autoridad competente debería ya estar viendo cómo sanciona a un funcionario que está buscando, a plena luz del día, cómo burlar la Constitución.
¿Y quién habrá sido el alcahuete que, en cambio, casi logra que la Asamblea le cumpla el sueño al niño bonito de poner de embajadora en Estados Unidos a una persona que no cumplía ni el requisito más básico de la edad —y es probable que tampoco el de la experiencia y la competencia— para representarnos en el país más importante para Ecuador en materia de relaciones internacionales y económicas? Por suerte alguien denunció la alcahuetería, el chanchullo no pasó y hoy tenemos a un diplomático de primer nivel en el cargo, el embajador Cristian Espinosa.
Para los funcionarios de carrera, las obsecuencias y alcahueterías deberían estar fuera de toda consideración. Sin embargo, desde la Cancillería se han alcahueteado dos de los desafueros más preocupantes y vergonzosos de este jovencísimo gobierno.
Si la irrupción en la Embajada de México pudo haber pasado por un desatino enorme de la Canciller (que al fin y al cabo no es diplomática de formación), la revocatoria de la visa a la señora Santiago ya no tiene justificación posible. Alguien se está pasando de castaño oscuro en el Palacio de Najas con el acolite a cualquier arrebato. Es imposible que no haya un solo diplomático de carrera con capacidad de oponerse a la sacrosanta voluntad del imberbe, que parece que los tiene hipnotizados desde Carondelet (o así parece hasta que no se demuestre lo contrario).
Si en lugar de alcahuetes —ya sea porque son panas suyos o aspirantes a panas—, el presidente Noboa tuviera trabajando a su alrededor a gente que practica la sindéresis, con vocación de servicio y con conocimiento real de sus materias (hay un par por ahí, todo hay que decirlo), a estas alturas ya hubiera escuchado decenas de veces las frases: “No, no se puede”; o “No, no se debe”.
Y eso nos beneficiaría a todos, también a él, porque parece que el hecho de no haberlas escuchado nunca o casi nunca en su breve vida de heredero lo tiene viviendo en una realidad paralela, que puede llegar a dañar la calidad de vida de sus mandantes y estos decidan darle la espalda. Él, acostumbrado desde la cuna a los enablers —sí, en inglés, obviamente, because he is nice—, jamás ha recibido el memo de que no todo lo que se quiere, se puede o se debe hacer.
Va siendo hora, de que alguien le pase ese memo y le haga entender que no se manda solo. Si no lo hacen los alcahuetes, ya se encargarán los colmados la paciencia de hacerlo. Y no le va a gustar; a los alcahuetes, tampoco.