Lo invisible de las ciudades
La Gasca, otra vez
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Crónica de una desgracia anunciada. Hace dos años tuvimos el lamentable suceso en el barrio La Gasca; cuando un impresionante alud bajó por una de las quebradas del Pichincha y acabó con la vida de 28 personas. A ese trágico número debemos agregar 40 heridos y cuantiosas pérdidas.
Quito acaba de vivir una situación similar, en una escala menor, afortunadamente. Aun así, mientras escribo estas líneas, se reportan un fallecido y cuatro heridos, como el triste saldo de esta ocasión.
Ahora, la respuesta ante la emergencia fue más inmediata. Debo reconocer que el alcalde Pabel Muñoz sí estuvo en el sitio durante las maniobras de rescate, tal como le corresponde a quien ostenta el cargo de burgomaestre; a diferencia de su predecesor, que quiso manejar todo a control remoto.
Sin embargo, no quiero caer en una comparación simplista de desastres naturales. Ya es hora de hacernos la idea que viviremos con este tipo de calamidades de manera continua. Son los nuevos tiempos, en los que el cambio climático nos ha abierto una caja llena de incertidumbres.
En sus primeras declaraciones, el alcalde Muñoz manifestó que los índices de precipitación que hemos soportado en Quito, durante estos últimos días, ha estado muy por encima del promedio usual.
Quizá ya no debamos depender de lo usual y prepararnos para lo extraordinario; ya que todo apunta a que estas anomalías meteorológicas seguirán dándose e incrementando en intensidad. Debemos proyectar planes de contingencia a mediano y largo plazo, de manera simultánea, si es que realmente queremos tener una solución resiliente. Y estos planes son una valiosa oportunidad para enmendar los errores cometidos en el pasado.
Mientras se piensa en alternativas que reemplacen el embalse existente en la parte superior de la quebrada El Tejado, deberíamos considerar las posibilidades de recuperar el cauce natural de la misma, en las zonas de La Comuna y la Gasca.
Los de mentalidad inmediatista dirán que semejante propuesta es un proyecto faraónico. Quizás deberían considerar las pérdidas humanas y económicas que seguirán ocurriendo, si este desastre reaparece periódicamente.
Una de las cosas que deberíamos analizar es: ¿Cómo sería una quebrada rescatada, reabierta? ¿Estamos en capacidad de recuperarla completamente como un espacio natural, o se trataría de un espacio verde al que las personas tengan acceso parcial, como áreas semi-recreativas?
En varias partes del mundo existe la figura de los parques inundables, los cuales sirven como espacios verdes recreativos durante gran parte del tiempo; y que restringen el acceso de personas, cuando comienzan procesos de inundación o desfogue. En algún momento se habló de esa posibilidad, durante la proyección de la primera propuesta del parque Samanes, en Guayaquil.
En las diferentes ramas del urbanismo, se considera que el regreso de lo urbano a lo natural es casi imposible. El precedente más cercano que tenemos es Detroit, donde muchos lotes suburbanos regresaron a actividades agrícolas. No existe otro caso de estudio similar a ese.
El verdadero obstáculo para un proyecto de dicha envergadura radica en todas las personas cuyas propiedades deberían ser expropiadas.
Una vez más reitero lo indispensable que es modernizar nuestras leyes para dar cabida a la compra y venta libre de edificabilidad; que es una herramienta extremadamente útil para la preservación de inmuebles patrimoniales y también para la reubicación de habitantes en zonas de riesgo. Cuenta además con el atractivo de ofrecer mejores ingresos que la compensación de un inmueble expropiado.
El gran desafío que las ciudades deben enfrentar -no en el futuro, sino desde ahora- es lidiar con eventos impredecibles y de alto impacto. Los nuevos proyectos de contingencia ya no pueden tener como referente al pasado. En su lugar, deben arriesgarse a vislumbrar los desastres que nos esperan en el futuro.