El Chef de la Política
Aprender de lo público: el desafío del nuevo gabinete ministerial
Politólogo, investigador de FLACSO Ecuador, analista político y Director de la Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política (Aecip).
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Cuando una persona ha tenido una larga experiencia laboral en el sector público, las posibilidades de que sea acogido en el ámbito privado descienden considerablemente. Las formas de relacionamiento entre empleado y empleador son distintas.
En un caso, si el gerente ordena algo, se cumple a la brevedad. En el otro caso, si el superior jerárquico dispone, no necesariamente se cumple.
En lo privado, la idea de minimizar gastos y maximizar beneficios es esencial, mientras que en lo público hay ocasiones en las que hay que privilegiar la inversión aun cuando el retorno social no resulte del todo óptimo.
En una arena las personas son clientes. En la otra, son ciudadanos que demandan un bien o servicio. En lo privado se tiende a modelar las preferencias del consumidor hacia lo que se ofrece; en lo público hay que adaptarse a las perspectivas que tiene la población sobre la obra o infraestructura que lleva al bien común.
En definitiva, las dinámicas son distintas, ni mejores ni peores.
Por ello, a un administrador de lo público de larga data le cuesta entender lo que el mundo de lo privado entiende como giro del negocio. El mismo choque de costumbres y hábitos afecta a quien estuvo siempre en el mundo empresarial y, de golpe y porrazo, se encuentra frente a los avatares que conlleva el manejo del aparato estatal.
Cuesta tiempo entender los códigos de relacionamiento y más aún conocer cómo se toman decisiones en lógica pública. Si bien a algunas personas el cambio les afecta menos, en la transición hay un tiempo de aprendizaje.
Ese tiempo de aprendizaje, en un gobierno corto como el de Noboa, es quizás el punto más débil de la conformación del actual gabinete ministerial.
Varios de los colaboradores del presidente no registran experiencia previa en lo público, mientras que otros presentan pasos fugaces por la administración estatal, en general en temas diferentes a los que corresponden a la Cartera de Estado que acaban de asumir.
En áreas clave, como Defensa Nacional, el nuevo ministro ha sido ajeno a las dinámicas de las Fuerzas Armadas y la comprensión de la seguridad desde las anteojeras de lo público. Con el respeto que merece todo tipo de actividad laboral, no es lo mismo ser un experto en el manejo de armas y diestro en artes marciales que enfrentar opiniones diversas, en ocasiones altisonantes, como las que surgen de las charreteras de Generales y Almirantes.
Lo mismo sucede en los Ministerios del Interior y de Gobierno. En el primer caso, la seguridad interna requiere de alguien "con calle", que comprenda los alcances y límites del Estado para enfrentar a la delincuencia organizada y el narcotráfico. En el segundo, la experiencia para lidiar con las hambres atrasadas y los intereses particularistas de buena parte de la clase política requieren temple, capacidad de negociación y presencia.
Todos esos requisitos vienen de la formación profesional, pero esencialmente de la experiencia en el terreno. Allí donde las papas queman. Menudo desafío para la nueva ministra. Ojalá aprenda rápido y de forma eficaz los gajes del oficio.
Comentarios similares van en otras áreas, como la económica. Dirigir las finanzas de un Estado quebrado implica tener finura para manejar con una mano la llave de los recursos y con la otra los ritmos de la política. Aunque se puede ser inexperto y llegar a aprender, el problema es que siempre en el trayecto se van cometiendo errores y eso, en un país postrado como este, no es lo más recomendable.
En el plano de las Relaciones Exteriores las cosas son algo diferentes. Un Canciller inexperto, rodeado de buenos funcionarios de carrera que lo asesoren y procesen las dinámicas de trabajo para las que están formados, puede subsanar las debilidades de origen del ministro. Ahí se nota claramente la necesidad y utilidad práctica de una burocracia especializada, estable y profesional como la que existe en esa Cartera de Estado.
Pero la posibilidad de subsanar los puntos débiles anotados siempre está presente a través de la designación de consejeros presidenciales que aporten a proporcionar al presidente Noboa una visión amplia del país. Esos asesores no requieren nombramiento ni formalidades.
Son personas que critican decisiones presidenciales y sugieren cambios en las líneas de trabajo. No son los aduladores o lambiscones que han frecuentado Carondelet en los últimos años y que van desde periodistas, pasando por inversionistas, políticos en etapa terminal y profesores universitarios.
Noboa, ojalá por el bien del país, se rodee de gente que le diga las cosas como son, no las cosas que quiere escuchar.
Si no lo hace y deja espacio hasta que sus ministros aprendan a gestionar el Estado, la fiebre de las próximas elecciones puede pasarle una seria factura no solo por la inexperiencia de sus colaboradores, sino también por las hasta ahora ocultas intenciones de sus aliados de momento.