Lo invisible de las ciudades
¿Hacia dónde va la Arquitectura en Ecuador?
Arquitecto, urbanista y escritor. Profesor e Investigador del Colegio de Arquitectura y Diseño Interior de la USFQ. Escribe en varios medios de comunicación sobre asuntos urbanos. Ha publicado también como novelista.
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Cada vez que termina un semestre, conviene reflexionar hacia dónde va la arquitectura en nuestro país y cuál es el futuro de la profesión. Son tiempos inciertos. La arquitectura no escapa a esta premisa que enmarca muchos aspectos de la vida contemporánea.
Empecemos por decir, que cada vez hay más arquitectos en nuestro pequeño mercado local. Solo en Quito, hay ya nueve facultades. Cada recién graduado debe pelear por posicionarse contra miles de similares, que también acaban de terminar sus estudios universitarios. Simultáneamente, deben abrirse campo frente a los que llevan algunos años de ventaja, en el mercado profesional. De paso, desde un punto de vista convencional, la demanda de arquitectos se vuelve cada vez menor. Hace poco saludé con un colega; y a mi pregunta de cómo le iba, respondió: “aparte de que no he diseñado y construido en diez años, ¡todo bien!”.
Actualmente, el ejercicio tradicional de la arquitectura moderna se distribuye -principalmente- entre dos vertientes. Una es la arquitectura como moda. Los mercados inmobiliario y de acabados han convertido a la arquitectura en una galería de fachadas extravagantes. Los nuevos edificios son pieles raras, que ocultan la misma estructura convencional y la misma organización interior. Este barroquismo tecnológico de pieles complejas no ha mejorado en nada la vida de los habitantes de las nuevas edificaciones. Al contrario, estas personas han visto perjudicada la calidad de sus espacios habitables. Se vive ahora en espacios más pequeños y se pretende compensar esto con más espacios comunales. Se pretende, pero no se logra.
La otra vertiente cae en el mismo juego de la imagen, pero a través de una estrategia completamente diferente. Se distorsiona la esencia artesanal de la arquitectura y se la convierte en pirueta. Se invierten los papeles, y de pronto, construir una vivienda es solo una excusa para demostrar una nueva forma de construir. En esta rama hacen su agosto quienes ven en el ambientalismo un gancho para atrapar clientes, más preocupados por la imagen, que por realmente amortiguar el impacto que tenemos en nuestro ambiente. No importa que sea verde, sino que luzca verde. Esta lamentable maniobra desacredita a quienes realmente actúan preocupados por mejorar las condiciones ecológicas de nuestro hábitat.
La arquitectura está teniendo dos cambios dramáticos a corto plazo:
- Uno está vinculado a la formación del profesional. El estudio de la arquitectura emula cada vez más y más al de la medicina. La especialización del posgrado es la que asegura un mejor posicionamiento laboral del joven arquitecto.
- El otro cambio viene por la exploración de otros campos, hacia donde llevar el ejercicio de la profesión. Muchos arquitectos del futuro pondrán en práctica sus conocimientos, en áreas nunca vinculadas con la arquitectura. Y así le abrirán paso a quienes vengan después de ellos.
Como alguien formado en artes liberales, me gusta creer que la arquitectura se sustenta más y más en principios humanistas; y que se aleja de las recetas repetitivas. La verdadera arquitectura debe ser un ejercicio ético del pensamiento humano. Creo que el arquitecto de estos tiempos debe formarse tanto en Platón, como en Vitruvio, Le Corbusier o Louis Kahn. Los grandes maestros de la arquitectura universal deben servirnos como un referente del pensamiento arquitectónico. Cualquier formación que esté sustentada solo en la imitación de sus obras, está condenada al anacronismo.
Finalmente, creo justo y conveniente que entre quienes enseñamos la arquitectura se dé el giro que hay actualmente en el alumnado. Ya es hora de consolidar la presencia de más arquitectas a cargo de las instituciones que forman a los nuevos profesionales del gremio.
Por ahí está el camino adecuado de la arquitectura de los próximos cincuenta años. Queda pendiente preguntarnos, qué nos dejará la inteligencia artificial a los arquitectos.