¡Ahora, que se cuiden los argentinos!
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Decía Maturana en los años 90, cuando no dábamos pie con bola, que "se juega como se vive". Pero desde el 2001, cuando clasificamos por primera vez al Mundial, la Tri viene demostrando que jugamos fútbol mucho mejor de lo que vivimos.
Mientras en el campo de la economía y la política vamos de tumbo en tumbo, apostando siempre al fracaso del otro, en las canchas de Sudamérica la selección nos ha curado del complejo de perdedores, enseñándonos que se puede enfrentar a los grandes de igual a igual si hay unidad, organización, juventud, atrevimiento, una meta clara y directores técnicos que conocen su oficio.
Los menores de 30 años, que también vieron a Liga ganar la Copa Libertadores en 2008, no tienen idea del nivel deportivo en el que estábamos cuando yo era niño.
Recuerdo el partido contra Argentina, en Guayaquil, cuando Ecuador participaba por primera vez en eliminatorias mundialistas; en ese caso, para Chile 62.
Era tal el regionalismo que la directiva prefería perder por goleada a alinear a algún serrano. Y ni soñar con jugar en Quito.
Además, en el todavía flamante Estadio Modelo, por sobreventa o falsificación, ingresó tal cantidad de gente que era un apretujamiento terrible en los graderíos, desde donde vimos cómo la Argentina de Corbatta y Sanfilippo nos metía seis goles hasta que abandonamos el estadio. (En el último cuarto de hora Ecuador anotaría tres goles).
Como habíamos viajado desde Manta, pernoctamos en el hotel Majestic, donde también estaba alojada la selección y esa noche fue un escándalo de trago y bulla hasta la madrugada porque eran irresponsables y muy poco profesionales, salvo Spencer, quien ya jugaba en el Peñarol de Montevideo.
Cuatro décadas después me saqué el clavo de esa mala experiencia. Aunque suene presuntuoso, soy uno de los dos o tres ecuatorianos que más cerca estuvimos, físicamente, del gol de Kaviedes que nos mandó de un cabezazo al primer mundial.
¿Cómo así? Pues porque tenía un pase a la cancha como fotógrafo, pero a diferencia de los profesionales que se agrupaban en el corner con sus poderosos teles, yo me había arrimado al arco uruguayo, el arco sur del Atahualpa, y cuando estalló el festejo del gol –que no cesaría hasta mucho después de la finalización del partido–, corrí hacia los graderíos.
–¡Ve, shunsho, es para allá– me gritaban apuntando a la cancha, pero yo tomaba fotos de la algarabía del público para mi libro de fiestas populares.
Ahora, ya clasificados por cuarta vez, el partido con Argentina en Guayaquil será muy distinto de aquel que vi de niño. Y que se cuiden Messi y compañía porque estos muchachos de la Tri están dispuestos a rematar con elegancia su brillante campaña.