Una Habitación Propia
Fundas para cadáveres
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Esto no es nuevo.
En tiempos de desgracia siempre hay un ser sin alma que saca beneficio. Las guerras y las catástrofes naturales han dejado siempre dinero caliente y sanguinolento en algunas manos sin escrúpulos.
Están en la sombra, quietecitos, hasta que las cosas colapsan y empiezan a escucharse los gritos de auxilio.
Entonces aparecen, animales carroñeros, confiados de que en medio de la masacre no se escucha el ruido asqueroso de sus picos devorándolo todo.
Buitres. Se alimentan de cadáveres y de los que lloran a esos cadáveres.
Pescar a río revuelto, le llaman algunos. Yo le llamo ser una basura.
A veces me preguntan qué creo que vamos a aprender como especie de esto que nos está pasando. ¿La pandemia dejará alguna lección al mundo? ¿A nosotros los ecuatorianos? Tardo muy poco en responder que nada. Nada.
¿Cómo tener una esperanza de que vamos a ser mejores unos con otros y con el planeta si hoy, mientras escribo esto, hay gente pensando cómo enriquecerse con el dolor y la desesperación de los demás?
Si mientras ustedes leen esto hay alguien en la puerta de la estafa, maquinando cómo venderle al Estado insumos diez veces más caros que su precio real o vendiendo alcohol que no desinfecta o mascarillas que no protegen.
¿Cómo puede alguien pensar que cuando todo esto termine nos convertiremos en una lámina del paraíso? ¿Es que no han visto las noticias?
¿Es que no siguen el caso de los sobreprecios del IESS de Los Ceibos, en Guayaquil, una ciudad en llamas que debería generarnos piedad y no avaricia?
Imagino a esos delincuentes armando el plan, felicitándose por la estafa, mirando con lujuria los nuevos números gordos en la cuenta de banco y luego dando un beso de buenas noches a sus hijos.
Aprieto las mandíbulas. Se me llenan los ojos de venas rojas. Cierro los puños hasta hacerme daño.
No hay peor ladrón que el que roba mientras los demás están llorando.
Ya no hay duda: estamos rodeados de monstruos.
No, no creo que después de esta lección vamos a mejorar como raza, como no lo hicimos después de las guerras mundiales ni de Chernobil ni de todos los terremotos y tsunamis que el planeta ha soportado.
Tampoco estamos cambiando.
Lo que sí ha pasado es que cientos de esos buitres que comen miedo colectivo se han enriquecido a niveles obscenos mientras otros, nosotros, intentaban no morir o que no mueran sus amores.
Ellos se hacían ricos mientras nosotros estábamos doblados de dolor.
Si creyera en dios le pediría que se apiadara de nosotros.
Como no tengo dios escribo.