Dato y Relato
F.U.C.K., otra vez
Ph.D. en Economía Universidad de Boston, secretario general del FLAR y docente de la UDLA. Ex gerente general del Banco Central y exministro de finanzas de Ecuador, y alto funcionario de CAF y BID.
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En la repetición está el gusto: mi colega de la página editorial de PRIMICIAS, Felipe Rodríguez, escribió recientemente un artículo titulado así: F.U.C.K. en el que comentaba que este vocablo tan usado en inglés se originaba en las siglas de 'Fornication Under Consent of the King', un "letrero que se colocaba en la puerta cuando estabas autorizado por el Rey a tener relaciones sexuales".
Es una excelente anécdota, muy buena para contarla en las fiestas o escribir artículos divertidos como el de Felipe. Lastimosamente, no es cierta.
De acuerdo con varios sitios que chequean la veracidad de los hechos, como por ejemplo AFP Factual, es una leyenda urbana falsa. El uso de esta palabra con sentido sexual se remonta a inicios del siglo XIV y no tiene nada que ver con la realeza inglesa. Se trata de un error.
Pero no hay problema: errar es humano y es una de las principales herramientas para el aprendizaje. Solamente cayéndose es cómo los niños aprenden a caminar. Pese a ello, equivocarse tiene una connotación negativa para personas y empresas, y suele ser penalizado.
Lo grave es que el temor a cometer errores podría conducir a una parálisis en la toma de decisiones e inhibir la experimentación y la innovación.
Por supuesto que existen errores torpes que pueden ser costosos y tener consecuencias graves, como dejar abierto el gas de la cocina o manejar un vehículo en contravía y sin frenos. Estos deben ser evitados.
Hay también actividades en las que no existe espacio para los márgenes de error, como las de un neurocirujano o las de un operador de una central nuclear.
No obstante, la sociedad y los sistemas educativos deberían evolucionar y concebir al error como una oportunidad de aprender y de avanzar.
Muchas empresas están creando espacios seguros para experimentar y fallar, como una metodología de aprendizaje. Google, por ejemplo, creó Google X (actualmente X Development), una compañía independiente dedicada a innovaciones disruptivas.
Sus proyectos son considerados 'moonshots' o apuestas arriesgadas, en los cuales el fracaso es un gaje del oficio. Cometer errores pronto, conscientemente, no muy costosos, y acelerar el aprendizaje para el próximo proyecto, esa es su filosofía.
Algunos de sus proyectos fallidos más sonados fueron el aeropatín 'hoverboard' o la mochila propulsora 'rocket pack'. Otros, como el vehículo autónomo, siguen adelante y están en camino de convertirse en tendencia disruptiva global.
Para muchos pequeños empresarios, que no tienen el bolsillo de Google para financiar experimentos, una inversión fracasada puede ser fatal.
Ese fue el caso de Leticia Gasca, una emprendedora mexicana que luego de quebrar su primera 'startup' se quedó destrozada emocionalmente por más de siete años. Se dio cuenta de que su historia era común entre muchos emprendedores y cofundó 'Fuckup Nights' (nombre apropiado para el tema inicial de este artículo).
Es una plataforma de catarsis para compartir y aprender de historias de fracasos. Desde 2015, 15.000 emprendedores han contado sus experiencias fallidas en 391 ciudades del mundo ante un millón de asistentes.
Han superado la vergüenza de confesar sus meteduras de pata con el fin de contribuir al aprendizaje colectivo y evitar que se repitan errores. ¿Se atreven a contar su historia?