De la Vida Real
La pasión por la fotografía con toques de nostalgia analógica
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Habré tenido unos 17 años cuando la pasión por la fotografía me invadió por completo.
Entré a un curso en la Alianza Francesa y juré que por años me dedicaría a esto. Hasta armé mi propio cuarto oscuro en una bodega de la casa de mis papás. Sabía revelar y tenía todo lo necesario para el oficio. Pasaba horas encerrada ahí haciendo prueba y error.
Usaba dos cámaras, una Pentax que era de mi papá, y luego me compraron una Nikon. No tengo idea de modelos y creo que por eso abandoné el oficio. Nunca entendí los tiempos, el diafragma, la velocidad, y el laboratorio también estaba lleno de números y métricas. Cosas complicadísimas para mí. Con la misma fuerza y pasión con la que vino a mi vida la fotografía, se fue.
Luego llegaron las cámaras digitales, y fui feliz. No había que enfocar manual y no tenía que pensar en el triángulo de exposición. La tecnología se volvió mi aliada. Aplastaba un botón, y de una se enfocaba y la foto salía perfecta. Claro, nunca más la volvía a ver, y ¿dónde estarán ahora esas fotos? ¿En qué computadora habré descargado?
Porque con el sistema analógico era increíble. Tomaba la foto como si fuera un tesoro. Estaba consciente que cada foto costaba. Se terminaba el rollo, y había que ir a revelar y esperar días a que las fotos estén listas, y luego ver el resultado.
Casi todas las fotos salían malas, algunas ni se entendía qué era, y las pocas que valían se guardaban en algún álbum familiar o quedaban rodando por toda la casa dentro de un sobre amarillo o azul, dependiendo en qué negocio fue revelado el rollo. Pero todo este proceso tenía su encanto y magia. Con la digital, el costo y el tiempo de espera se volvieron efímeros.
De alguna manera, la fotografía me siguió acompañando. A pesar de tener ya celular, siempre he tenido una cámara digital a mi lado. Cuando nació mi primer hijo, Jerónimo, más tarde llamado Pacaí, tenía una cámara Nikon con el lente fijo que era buenísima. Le usé poco porque me complicaba pasar las fotos a la computadora. Sí, reconozco que cualquier cosa que me haga pensar le convierto en un problema existencial.
Entonces, todas las fotos de mi primogénito fueron tomadas en baja calidad con un celular muy básico que tenía en ese tiempo. No tengo idea con qué mail habré sincronizado mi cuenta de Google, así que las únicas tres fotos que tengo de él son unas impresas súper pixeladas. Les juro que las fotos de mis abuelos de pequeños tienen mejor calidad que estas de mi hijo nacido en la época digital.
Algún rato cambié de teléfono y sincronicé conscientemente con una sola cuenta de Google y ahí sí tengo buenas fotos y buenos recuerdos. También aprendí a subir las imágenes de una cámara Canon a la nube por medio de un cable.
La era analógica se acabó, y en esa transición me casé, tuve hijos, y mi cuarto oscuro quedó en el olvido. Mis papás decidieron que ese espacio no utilizado y muy poco valorado debía volver a ser bodega. Cuando el Pacaí tenía unos seis años y ya amaba la fotografía, quise enseñarle mi maravilloso cuartito oscuro. Al entrar, no estaban mis cosas. Había unas cajas de vino y muchas maletas viejas.
Les pregunté a mis papás que dónde habían guardado todo mi equipo de revelar. Mi papá muy solvente me dijo: “Tinita mía, tu mamá botó todo a la basura”. Pensé que era chiste. Le pregunté a mi mamá, y resulta que sí era verdad. Mis dos ampliadoras, mi timer, mi tanque de revelado, mis químicos, tal vez ya caducados, y todo ahora estaban en el basurero de Zámbiza.
¿Qué podía hacer? Solo me quedaba matarle a mi mamá, cosa que no me convenía en absoluto. Le dije al Pacaí que igual eso ya no servía más, porque ahora todo es digital.
Seis años más tarde, mi hijo tiene 12 años y sigue amando con verdadera pasión la fotografía. Es un experto en el manejo de cámaras digitales. Y ahora se aficionó por la fotografía analógica. Me pidió que le compre una cámara con rollo por Mercado Libre, que fue lo más barato que he comprado hasta ahora, 20 dólares. Un amigo le regaló unos rollos de hace más 30 años, y me enfrento al pasado. Compro rollos por Amazon, porque aquí no encuentro, mando a revelar pésimas fotos y en muy mala calidad. Pero él –con esos ojitos que tiene– me derrite de amor y me convence de que va a mejorar, que solo necesita un rollo más...