El indiscreto encanto de la política
¿Es el fin de las ideologías?
Catedrático universitario, comunicador y analista político. Máster en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Salamanca.
Actualizada:
Políticos, analistas y hasta académicos advierten la muerte de las ideologías políticas. El argumento recurrente es que, en una sociedad con problemas tan complejos, solo el pragmatismo es capaz de ofrecer respuestas concretas y viables a los cambios que estamos viviendo.
Recientemente, un aspirante a Carondelet -en aras de desmarcarse de la desgastada figura del político tradicional- señaló que trabajará para unir a Ecuador no por ideologías, sino por objetivos; apelando al manido discurso de que hay que superar las etiquetas de izquierda o derecha.
Este recurso comunicacional no es más que una electorera interpretación de las expectativas del grueso del electorado.
Según el Barómetro Cultura Política de la Democracia en Ecuador, apenas tres de cada diez ecuatorianos tiene confianza en los partidos políticos; y un sistema de partidos desprestigiado, sin duda, afecta la percepción ciudadana respecto de la importancia de las ideologías.
En este escenario encuentran cabida aquellos candidatos que tercian bajo las etiquetas de “apolíticos”, “antisistema” u otras creativas incongruencias que, por lo expuesto, llegan a sintonizarse rápidamente con el elector. Incluso, en muchos casos, estos personajes ganan elecciones, y es ahí donde empiezan los tropiezos.
En términos simples, una ideología es un conjunto de principios, valores y creencias que orientan nuestras decisiones. Un marco de referencia para el pensamiento que abre o cierra límites en nuestra vida.
En un contexto político, la ventaja de los partidos -especialmente de aquellos de alcance internacional- es contar con mecanismos permanentes de formación, construcción y de debate ideológico, espacios en los que, respetando la individualidad y los matices, se alcanzan acuerdos mínimos respecto a los mejores caminos para garantizar el bienestar del ser humano.
Por lo expuesto, un candidato sin ideología carece de visión de desarrollo y de esa necesaria escala de prioridades que orientará sus decisiones.
Es así que, una vez en el poder, el supuesto “apolítico” pierde rápidamente el norte, cayendo en contradicciones programáticas, alianzas inverosímiles y acciones totalmente carentes de sostenibilidad a largo plazo.
Hoy vivimos en el error de la negación ideológica. Sin embargo, no nos damos cuenta de que la supervivencia de la democracia y de la libertad depende de recuperar, a todo nivel, el necesario debate ideológico. Pues, finalmente, la contraposición de ideales disímiles es la suprema prueba de civilidad.