De la Vida Real
Fiestas de Quito y las responsabilidades
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Hace dos semanas, llegaron tres correos del colegio de mis hijos con indicaciones de cómo se debían preparar para las Fiestas de Quito y las cosas que debían llevar para el 4 y 5 de diciembre.
Ni abrí los correos y dije: “todavía hay tiempo”.
La verdad he estado con mil cosas: el trabajo, el hogar, los guaguas...
El lunes 2 de diciembre llegué a la casa a las 5:00 de la tarde, y mi hijo mayor, de 9 años, me dice: “Ma, soy parte de la comisión de organización decorativa de Fiestas de Quito y tengo que llevar cosas para poner en la clase”.
- Pacaí, ¿es en serio? Recién me dices esto. ¿Es lunes y debes llevar esto mañana?
- Sí, má. La profe dijo que mandaron un correo.
- Ya, rey, ahorita voy a comprar.
Con la misma viada que entré a la casa, apurada y cansada, volví a salir. Me subí al auto y fui a comprar globos, un Viva Quito, confetis y unas cosas como triangulares de Don Evaristo. Me pareció lo más lindo.
- Má, todo bien, pero ¿para qué me compraste unas cosas de un viejo gordo? Eso sí me pareció lo más antiguo del mundo. Esto no voy a llevar. Está un poco clásico.
- Me dio tanta pereza explicarle a Pacaí quién era Don Evaristo, pero le dije: “Rey, busca en YouTube, porfa”.
Les preparé la cena, les bañé y les puse pijama. El instante en que les iba a contar el cuento para que duerman, mi hija Amalia, de 5 años, me dice: “Má, ¿cuándo me vas a mandar la ula ula decorada con flores para las fiestas de Quito?
Sentí frío interno. Solo le dije: “Mañana, mi reina, mañana. Ya duerman”.
Abrí el mail y casi me muero. Las dos semanas pasaron en un instante. A la mañana siguiente, pasé por un bazar para comprar la ula ula, los tres ramos de flores plásticas y un sombrero de paño para mi otro hijo. También compré silicona –esa que se pone en una pistola y se calienta–.
Fui a Quito, y la ciudad tenía un tráfico infernal. Llegué a la casa y me puse a decorar la ula ula. Pensé que iba a ser “tillos”, que era cuestión de pegar las flores y ya. Pero la realidad fue otra. Al sacar los ramos de flores, todo se desarmó y se destruyó. Les dije a mis tres hijos que me fueran pasando cada pétalo mientras yo iba pegando.
Una sincronización y trabajo en equipo increíble. El problema es que yo soy pésima con las manualidades y me quemé todos los dedos. Había silicona en el piso, en la cama, en la mesa, en las paredes, y, claro, las malas palabras iban y venían.
Bueno, la ula ula quedó una belleza, con más silicona que flores, pero quedó linda. Todos orgullosísimos de nuestra obra de arte.
Hoy fue el día del desfile. Llegamos tarde con mi marido. Yo corrí a Primaria, y él a Inicial. Cuando pasaron los guaguas ya no alcancé a tomar fotos. Solo veía que a mi hijo se le caía el sombrero de paño todo el tiempo y me acordé que jamás se lo probamos.
La ula ula se fue desarmando a cada paso que daba mi hija.
Llegamos a la casa, y mis hijos no pueden más de la felicidad. Cada uno canta una canción de Quito. Ellos están festivos. Sienten el amor a esta fecha, y yo quiero, pese al amor a mi ciudad, que se callen. La vez que insinué que sí pueden cantar todos la misma canción, mi hijo Rodrigo me respondió: “Mami, ponte en modo de Viva Quito, relájate, disfruta. Qué guapa quedas con mi sombrero gigante”.
- Má, ¿Quito alguna vez se muere?
- No, Amalia. ¿Cómo se va morir Quito?
- Es que no entiendo por qué gritan ¡Viva Quito! Si no está muerto. ¿Para qué gritan Viva Quito?
- Se dice así porque es un festejo.
- ¡QUE VIVA QUITO, CARAJO!
- El carajo estuvo de más.
- Má, yo creo que a ti no te gustan las Fiestas de Quito.
- Sí, me gustan, pero quiero descansar un rato, pero con sus gritos no se puede.
- No son gritos, má. Son canciones de esta maravilla nacional.
- Niños, descansemos todos, porfa. Pidamos pizza. No quiero cocinar.
- ¡QUE VIVA QUITO! ¡QUE VIVA QUITO! ¡Y QUE VIVA LA PIZZA!
- Si no se callan, no hay ni pizza ni Quito.
- Oye, Má.
- ¿Qué, Rodri?
- ¿Qué es el matrimonio coloquial?
- Rodri, es patrimonio cultural.
Les mando de mi cuarto para poder descansar y solo pienso en que ahora vienen la Navidad y los villancicos. Reviso mi celular, para ver si hay correo del colegio, aunque todavía faltan tres semanas.