Una Habitación Propia
Fernanda Evitativa tiene que morir
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
Actualizada:
Mi segundo nombre es evitativa. No es cierto, es Fernanda, pero podría ser Fernanda Evitativa.
Es un trastorno, lo de evitar. Se llama Trastorno de la Personalidad por Evitación y se caracteriza por eludir situaciones sociales o interacciones que impliquen un riesgo de rechazo, crítica o humillación.
Eso.
Básicamente todas las relaciones que he establecido en mi vida se han caracterizado por elevar a niveles exponenciales los buenos momentos y huir como de la peste de los enfrentamientos por simples y naturales que sean.
Como el perrito de Pavlov aprendí que así hay que vivir, que así hay que amar, que así se relacionan las familias.
Las familias Pavlov: ante la menor incomodidad soltar un chiste.
Ese aprendizaje me destrozó la vida.
El otro día un amigo queridísimo me dijo una cosa muy dolorosa, dolorosa como trescientas puñaladas. Algo no les había dicho: las cosas no me resbalan, me duelen a un nivel enfermizo, me traspasan como un rayo a un árbol y se quedan así, encendidas, y transforman mi corazón en un llano en llamas.
Y, sin embargo, Fernanda Evitativa no responde, no dice me hiciste daño, no pregunta por qué hiciste o dejaste de hacer esto que me está comiendo el cerebro y el alma.
La situación no podía ser más ridícula: el niño, suyo, acababa de llegar de la piscina y se instaló frente a la tele en la parte más fresca de la casa, suya, y nosotros, los adultos, nos movimos a la zona más calurosa, lejos del aire acondicionado.
Hay una ola de calor mortal donde vivimos mi amigo, su hijo y yo.
Yo soy de otros tiempos, es decir, de mi padre, y, por eso, que los adultos se muevan a la incomodidad para dejarle el confort a los niños me resulta un sinsentido.
Intenté corregir esa anomalía en el sistema, o sea, niños incómodos y adultos cómodos, y mi amigo me habló muy serio por primera vez.
“Mafe, tú no tienes hijos, no sabes nada de los niños, de su cansancio, de sus rutinas”.
Me invento lo que sigue después de tú no tienes hijos porque después de tú no tienes hijos empecé a sentir el rayo vivo y enfurecido dentro de mi tronco. Todo se calentó: los ojos, el pecho, el vientre que no ha albergado ni a un niño ni a nada.
Todo menos la lengua, la boca.
Me quedé, como siempre, en silencio.
“No me gusta cuando callas porque evitas decir lo que sientes”.
Pocas cosas me han dolido tanto en los últimos tiempos como esas cinco palabras que salieron, seguro sin maldad, de la boca de mi amigo íntimo:
“Mafe, tú no tienes hijos”.
Tenía que haberle dicho que había sido cruel, crudelísimo, que cómo era posible que tocara el centro del centro del centro de mi dolor con una daga al rojo vivo.
Tenía que haberle dicho que cómo era posible que en una tarde calurosísima de verano, después de ceviches y helado, me hubiera hecho tanto daño.
Tenía que haber tragado esa marea de agua hirviendo, respirado hondo esa peste a chamusquina (la chamusquina de mi corazón a la brasa como un anticucho) y hablar.
“No, amigo, no tengo hijos, es verdad, pero ¿por qué me lo dices como si por no tener hijos soy una persona insensible, mala, egoísta, estúpida?”.
“No, amigo, no tengo hijos y tú sabes perfectamente que eso, mi condición de yerma, es lo que convierte mi vida en una tragedia de García Lorca: la tía Mafe, la perpetua tía Mafe”.
No hablé. Claro que no. En mi casa se suelta un chiste cuando estallas en combustión espontánea de dolor. Después de que te dicen las cosas más horrorosas, en mi casa, hay que soltar una carcajada y hacer que el hijo de ese dolor, el fetito del daño, se sume a los otros dolores no nacidos hasta hacer crecer el monstruo.
A veces el monstruo crece tanto que lo único que puedes hacer es alejarte de esa persona.
Tal vez poner diez mil kilómetros entre tú y ella. Entre tú y ellos.
Investigo un poco más sobre el Trastorno de la Personalidad Evitativa en una página médica.
Dice:
“Las personas con trastorno de personalidad por evitación tienen intensos sentimientos de inadecuación y se adaptan en forma inapropiada evitando situaciones en las que puedan ser evaluados negativamente. Las enfermedades asociadas son frecuentes. Los pacientes a menudo tienen también trastorno depresivo mayor, trastorno depresivo persistente, trastorno obsesivo compulsivo, o un trastorno de ansiedad (p. ej., trastorno de pánico, particularmente fobia social [trastorno de ansiedad social]). También pueden tener otro trastorno de la personalidad (p. ej., dependiente, limítrofe)".
"La investigación sugiere que las experiencias de rechazo y marginación durante la infancia y los rasgos innatos de ansiedad social y evitación pueden contribuir al trastorno de personalidad por evitación. La conducta de evitar situaciones sociales se detecta a los 2 años. Los pacientes con trastorno de personalidad por evitación tratan de no interactuar con otras personas, incluso en el trabajo, porque tienen miedo de que van a ser criticados o rechazados o que la gente los desapruebe".
"Estos pacientes asumen que van a ser criticados y los va a desaprobar hasta que pasan rigurosas pruebas que demuestren lo contrario. Por lo tanto, antes de unirse a un grupo y formar una estrecha relación, los pacientes con este trastorno requieren garantías de apoyo y la aceptación sin críticas. Los pacientes con trastorno de la personalidad por evitación añoran la interacción social, pero temen colocar su bienestar en manos de otros".
"Debido a que estos pacientes limitan sus interacciones con la gente, tienden a ser relativamente solitarios y no tienen una red social que podría ayudarles cuando lo necesiten. Estos pacientes son muy sensibles a cualquier comentario crítico, de desaprobación, o burla. Están atentos a cualquier señal de una respuesta negativa a ellos".
"Su apariencia tensa, ansiosa puede provocar burlas o bromas, pareciendo así confirmar sus dudas sobre sí mismos. La baja autoestima y un sentido de inadecuación inhiben a estos pacientes en situaciones sociales, especialmente nuevas. Las interacciones con las personas nuevas se inhiben porque los pacientes se consideran a sí mismos como socialmente ineptos, poco atractivos e inferiores a los demás. Se preocupan de ruborizarse o llorar cuando se les critique”.
Ni me ruboricé ni lloré cuando mi amigo me dijo que no tengo hijos y que por eso no entendía al suyo, al que, además, quiero con todo mi corazón.
Este texto, que estoy escribiendo, es mi forma de dejar de ser evitativa y decir: “se que no querías hacerlo, pero me hiciste daño”.