El feo, el malo y el Bono de Desarrollo Humano
PhD en Economía. Especialista en desarrollo. Coordinadora del Centro de Investigaciones Económicas de la Universidad de Las Américas.
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Justo antes de la pandemia, en Ecuador menos del 40% de las personas tenía acceso al pleno empleo, es decir, ganaba al menos el salario básico o trabajaba menos de 40 horas a la semana aún queriendo trabajar la jornada completa.
En lo que llevamos de la pandemia, hay 200.000 desafiliaciones al IESS y esperamos perder hasta fin de año 400.000 empleos más. Según el FMI, el organismo más conservador, el PIB de Ecuador caerá en 2020 un 5% y crecerá en 2021 un 3%. El saldo es negativo; así que la recuperación se dará, sí, pero lentamente.
En este escenario solo podemos esperar un aumento de la pobreza. Las estimaciones más prudentes auguran un incremento de en torno a cinco puntos. Si en diciembre de 2019, según el INEC, el 25% de la ciudadanía estaba en condición de pobreza, esperamos que casi un millón de personas deje de tener los ingresos mínimos para poder subsistir.
El aumento esperado de la pobreza es un fenómeno mundial, pero las herramientas de las que disponen otras regiones no tienen nada que ver con las nuestras.
Estados Unidos ha aprobado un paquete de ayudas económicas de dos billones de dólares, el más grande de su historia.
La Comisión Europea tiene un plan de de recuperación de 2,4 billones de euros para proteger las vidas, los medios de subsistencia y el empleo.
Todos los países han presentado ya un programa de ayudas económicas directas a las familias, una suerte de Bono de Desarrollo Humano (BDH) para las personas en condición de pobreza.
Ante la perspectiva de un aumento seguro del número de personas susceptible de recibir ayuda económica en Ecuador, los estudios arrojan dos grandes conclusiones:
El Bono es un complemento a unos ingresos informales, tradicionalmente esporádicos e inferiores al valor de la Canasta Básica Familiar, de USD 716 en Ecuador. Es decir, el Bono ayuda sí, pero solo con el BDH no se puede vivir.
No produce familias que no quieren trabajar. Los hijos de las familias que recibieron el bono mejoran significativamente la capacidad productiva de sus padres, logran insertarse económicamente en la sociedad y rompen con la pobreza crónica, sobre todo si el Bono está condicionado a mantener en el sistema educativo a los hijos y a que reciban atención médica preventiva, como es el caso de Ecuador.
En el caso de ser puntuales, permiten en épocas de crisis evitar la condición de pobreza y sostener a la clase media y vulnerable.
El debate sobre si debe existir el Bono, en una sociedad que busca no dejar a nadie atrás, generar oportunidades y tener una verdadera cohesión social, pierde fuelle. Los retos para el análisis son otros.