Los fascistas y sus admiradores siempre avisan lo que van a hacer
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Desde que subió al poder hace más de veinte años, Vladímir Putin ha anunciado lo que iba a hacer. Y lo ha cumplido: los asesinatos de opositores, el genocidio que ya practicó en Chechenia y Siria, el totalitarismo implantado con sus compinches de la KGB y los oligarcas ladrones, la venganza contra Occidente, su aspiración de reconquistar las exrepúblicas soviéticas…
Y, sobre todo, la amenaza de usar armas nucleares.
La cronista Masha Gessen denunció hace años la deriva fascista de Putin, pero recién ahora, mirando la política de tierra arrasada que lleva adelante contra otro pueblo eslavo, ya nadie duda de que es muy capaz de oprimir el botón rojo contra Occidente.
Por eso, oigo que mucha gente en Londres y Berlín –dos ciudades arrasadas en la Segunda Guerra Mundial– está dedicada a vivir frenéticamente, noche tras noche, como si, en efecto, el mundo se fuera a acabar.
Hubo otro que anunció lo que pensaba hacer, pero no le hicieron caso hasta que fue demasiado tarde: Hitler. En la primera página de 'Mi lucha', publicada en 1925, dice que la Austria alemana, donde nació, tornará al seno de la gran patria alemana.
Añade que "para la reconquista de territorios perdidos por una nación… es preciso pasar implacablemente por alto los intereses de esos territorios" porque su liberación "no se efectúa en razón de los deseos de la población oprimida".
Tal como ahora en Ucrania. ¿Y por qué logra el apoyo interno? Porque "la psiquis de la masa popular no es sensible a nada que tenga sabor a debilidad ni reacciona ante paños tibios… y siente mayor satisfacción íntima por las doctrinas que no toleran rivales que por el liberalismo, del que apenas sabe hacer uso". El pueblo termina por inclinarse ante "la energía despiadada y la brutalidad de su lenguaje".
A pesar de las semejanzas, 'Putler' se declara enemigo del nazismo y no oculta su admiración por Stalin. Sin embargo, despojado de la ideología comunista, lo que resta del modelo estalinista es el Estado totalitario, la mente criminal y paranoica, la implantación del terror interno y externo, el expansionismo y el delirio de grandeza.
Ese manejo dictatorial del poder reúne, en el club de admiradores de Putin, a personajes como Trump, Díaz-Canel, Cristina Kirchner, Bolsonaro, Marine Le Pen o Rafael Correa, quien anunció que iba a meter la mano en la Justicia y lo cumplió.
Ahora, la descarada excarcelación de Jorge Glas y su retorno triunfal a Guayaquil es un claro mensaje de lo que se viene porque, si actúan así bajo el gobierno de un Presidente que ganó las elecciones con el voto anticorreísta y ofreció combatir la corrupción, es fácil imaginar lo que sucederá al día siguiente de la instalación en Carondelet del candidato correísta, sea quien fuere, pero a la sombra de Rafael.
Archivados todos los juicios y sentencias, no quedará un correísta en las cárceles ni en el exilio: todos se unirán en una formidable marcha hacia Quito, a reconquistar el poder total, ahora sí para siempre.