¿Qué nos enseña el fantasma de Fujimori?
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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El fantasma de Fujimori –que en eso se ha convertido– acaba de salir en libertad gracias al indulto del Tribunal Constitucional, acatado por la presidenta del Perú a pesar de que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos había pedido que mantuvieran tras las rejas al expresidente por sus delitos de lesa humanidad.
La lista es larga: ejecuciones, torturas, desapariciones y corrupción generalizada durante su gobierno, entre los años 1990 y 2000. Por ello en Lima hubo marchas de rechazo que exhibían fotos de las víctimas y una gran tela que clamaba: # INDULTO ES INSULTO/ POR JUSTICIA Y DIGNIDAD, NO MÁS IMPUNIDAD.
¿Por qué lo sueltan, entonces? Porque el fujimorismo, liderado por su hija Keiko, tiene una fuerza parlamentaria que mantiene chantajeados a los sucesivos gobiernos. Ya en diciembre de 2017, el presidente Kuczynski, tan débil como Dina Boluarte, lo había indultado por motivos humanitarios, pero la Justicia lo volvió a encerrar.
Keiko, ella también con juicios y cárceles encima, estuvo tres veces a punto de ganar las elecciones presidenciales en el balotaje. Ahora le garantiza la famosa gobernabilidad a Boluarte a cambio de la impunidad de su papá. ¡Ah, los pactos de gobernabilidad en los que se vende el alma al diablo!
Pero, en su momento, Alberto Fujimori fue clave para las negociaciones de paz con Ecuador. El hecho de que fuera un auténtico outsider del establishment limeño y de esa cancillería con aromas virreinales, facilitó los acuerdos.
Además, a su ejercicio despótico del poder se añadió la corrupción de Montesinos y el general Hermoza. Cuando Fujimori quería atacar en agosto del 98, aprovechando el cambio de gobierno de Alarcón a Mahuad, resultó que los Migs, comprados a Bielorrusia en una oscura negociación, no tenían los repuestos indispensables.
Ecuador, en cambio, había mantenido la misma política internacional durante cuatro gobiernos, con dos cancilleres altamente profesionales y un presidente, Mahuad, que remató muy bien el asunto.
Fujimori es también un ejemplo de alguien que sale de la nada, adquiere un gran poder y pierde la cabeza. La hibris, que dicen. Cuando todo se derrumbaba en medio del escándalo de los vladivideos, huyó a Tokyo, desde donde renunció por fax a la Presidencia.
Allá, como ciudadano japonés, pudo haber vivido tranquilo con la fortuna que malversó, pero luego de haber reinado omnímodamente durante diez años (como Correa) no podía respirar sin el poder. De modo que protagonizó un retorno rocambolesco a Chile, creyendo que Perú lo iba a recibir como un libertador, pero fue extraditado y terminó con su escueta humanidad en el calabozo.
He contado antes que entrevisté a Fujimori en el Palacio de Pizarro días después de la firma de la paz. Luego de hora y media, cuando ya habíamos cerrado el tema del diferendo limítrofe, decidí aligerar el asunto.
–Hablemos ahora del ceviche.
–¿Qué pasa con el ceviche? El ceviche es peruano– replicó.
–Ya ve, ya empieza– dije bromeando, pero él no movió un músculo de la cara.
Pues la semana pasada, horas después de su salida de prisión, la Unesco le dio la razón al declarar al ceviche peruano como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
Muchos ecuatorianos estarán en desacuerdo, claro, pero resolver este diferendo puede ser una tarea más escabrosa que arreglar el problema limítrofe.