Lo que faltaba: choferes antivacunas
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Un columnista se enfada porque los medios no cubren las protestas en Canadá. Veamos. Se trata de algunos miles de camioneros que organizan convoyes en contra de la obligación de vacunarse, apoyados por otros miles de antivacunas, que exhiben una que otra esvástica nazi y defienden su derecho a infectarse e infectar sin obstáculos al resto de mortales.
Llama la atención que sean transportistas que están en contacto con mucha gente quienes enarbolen un supuesto derecho a no aceptar las restricciones impuestas por el Gobierno. Puestos a defender libertades, podrían resucitar también la torpe lucha contra el cinturón de seguridad, que tiene una historia parecida.
Recuerdo que, hacia 1980, cuando viajaba de mochilero por Europa, algunos conductores defendían todavía el derecho de los individuos a no ponerse el cinturón de seguridad.
Como ya se había decretado su uso obligatorio, argumentaban que el Estado no tenía por qué meterse en la vida de cada persona si esta quería romperse la cara contra el parabrisas.
Hoy, eso suena a lo que siempre fue: una solemne y peligrosa estupidez. Y suena también a lo que dicen los actuales antivacunas. Digo actuales pues el argumento original contra la vacuna de la viruela era que a los tontos que se dejaran inocular les brotarían ubres y pezuñas de vaca.
Pero en el siglo XIX triunfó la ciencia y se fue imponiendo la vacunación universal y obligatoria que ha salvado millones de millones de vidas, tal como se impondría luego el cinturón de seguridad al que le estoy muy agradecido pues cuando me di una vuelta de campana en Imbabura, si no hubiera sido por él, salía disparado contra el cemento y no contaba el cuento.
Lo que sí deberíamos exigir es la liberalización de las patentes, para que se pueda producir y vacunar a los más pobres del mundo, única manera de acabar con la pandemia.
¿Imposible? No, un ingeniero de la Volvo inventó y patentó el cinturón de tres puntos a finales de los años 50. Pero, pensando en cuántas vidas más se salvarían, la fábrica sueca liberó la patente para que todas las marcas lo incorporaran gratuitamente.
Así avanza la humanidad, a pesar de obtusos y narcisistas.