Leyenda Urbana
Facebook y WhatsApp, paño de lágrimas de asaltados y agredidos por la delincuencia
Periodista; becaria de la Fondation Journalistes en Europa. Ha sido corresponsal, Editora Política, Editora General y Subdirectora de Información del Diario HOY. Conduce el programa de radio “Descifrando con Thalía Flores” y es corresponsal del Diario ABC
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La casa de sus sueños, en uno de los valles de Quito, luego de años de esfuerzo y sacrificios, se tornó en pesadilla.
Una pareja y su hijo se habían mudado hacía apenas unos meses y disfrutaban del entorno, del paisaje y de la buena vecindad.
Un día, luego de cenar, ella y su hijo subieron a sus habitaciones. El esposo se quedó en una pequeña sala mirando televisión.
De pronto, un sonido rompió el silencio. El ruido venía de abajo. Madre e hijo caminaron, lentamente, y vieron en el ventanal el reflejo de dos hombres en movimiento.
Por instantes, se paralizaron. Ella se repuso y reaccionó.
En su teléfono marcó una alerta en el chat del barrio y otra para la Policía. Los minutos se hicieron eternos.
Mientras los ladrones saqueaban, los vecinos empezaron a llegar en sus carros y, prácticamente, rodearon la casa y, con sus bocinas, hicieron ruido.
Los ladrones pretendieron huir, pero la Policía los detuvo.
El hijo bajó primero y encontró a su padre en el piso con la cara ensangrentada, la nariz fracturada y un brazo lesionado.
Por qué no sonó la alarma que, como todas las noches, activaron, inquietó más a la familia. En pocos días, se mudaron.
La “casa de los sueños” está, hoy, abandonada.
La violencia amarga la vida de familias enteras víctimas de robos, asaltos y maltrato.
En Quito ya no hay paz.
Un asalto en la Ruta Viva ha dejado secuelas psicológicas en un pasajero que llamó a un taxi para regresar a casa luego del trabajo.
A la altura del fotorradar una moto se acercó, el que iba atrás les apuntó con un arma de fuego y les hizo señas para que parqueasen a un costado.
Allí les despojó de sus pertenencias y, no satisfecho, hirió al pasajero con un cuchillo a la altura de la costilla.
La capital del Ecuador está en un grave momento. Robos y asaltos con violencia se producen a diario y en todas partes.
El fin de semana, en el intercambiador de la Ruta Viva, tres tipos interceptaron el carro en el que viajaban tres chicas que iban a la montaña con dos bicicletas. Se subieron al vehículo.
“Nos pegaron con barras metálicas, nos amarraron y llevaron al Sur”, cuentan en Facebook.
Y añaden: "a la altura de la Forestal, tomaron nuestras bicicletas y las subieron a una camioneta antigua, color blanco".
Las abandonaron amarradas, en la Argelia; las llaves del auto fueron lanzadas a una alcantarilla.
Tras momentos de agonía, se zafaron y llegaron a una gasolinera dónde pidieron ayuda.
Una sensación de desamparo vive Quito, al punto que ni en las urbanizaciones amuralladas pueden esquivar la angustia por la inseguridad.
Un mapa de la Policía señala las zonas más complicadas en materia de inseguridad, en la capital. Hasta septiembre eran siete:
Alrededores de la Ecovía, Gaspar de Villarroel, Tomás de Berlanga, Río Coca, Shyris, Chimbacalle y la Magdalena. Con certeza, han aumentado.
Días atrás, los moradores de la República de El Salvador protagonizaron un cacerolazo.
Los robos y asaltos los tiene abrumados. Gente en moto arrancha carteras y celulares. Han perdido la paz. Y la paciencia.
En la González Suárez, donde un activo Comité actúa con diligencia y desarrolla iniciativas, ayer se logró un acuerdo con la Policía para un trabajo conjunto con el vecindario, a fin de frenar los asaltos que se dan a cualquiera hora del día y la noche.
El infame ultraje a una mujer (en La Pradera, atrás del Ministerio de Agricultura), por tres jóvenes que la atacaron de manera alevosa, hiriéndola y fotografiando sus pechos, ha conmocionado a la ciudad.
La sensación de que las autoridades tienen anestesiadas las sensibilidades, impone una acción colectiva urgente. Quito está huérfana de liderazgo.
Los candidatos a asambleístas por los diferentes distritos nada dicen de la creciente violencia.
Su silencio evidencia que solo buscan el poder; no les interesa la vida de aquellos a quienes pronto pedirán el voto.
Los aspirantes a Carondelet parece que ni siquiera saben de este drama que ha añadido sufrimiento a una población agobiada por la pandemia, el desempleo y la corrupción.
Lo que pasa en Quito, pasa en todo el país. ¿Mencionarán siquiera el tema en sus programas de gobierno?
La violencia delictual es multidimensional, se ha acrecentado con la migración, la pandemia y la pobreza, pero no hay planes para encararla.
A una población que, debido al virus, ha reducido al mínimo su salida a la calle, someterla al encierro por miedo a la delincuencia es un tormento adicional que afecta su emocionalidad.
Que caminar por el barrio se haya vuelto peligroso implica un grave deterioro de la calidad de vida. Pero así estamos.
En medio de la infame indolencia de autoridades y candidatos, que se mueven en burbujas de seguridad, y nada dicen de la delincuencia que se ha tomado al país, las víctimas han encontrado en Facebook y WhatsApp un espacio para mitigar su angustia y ansiedad.