Al aire libre
Relatos de una Expedición Nono Cabuyal en bicicleta
Comunicadora, escritora y periodista. Corredora de maratón y ultramaratón. Autora del libro La Cinta Invisible, 5 Hábitos para Romperla.
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A la costa llegas de bajadita, decían cuando contábamos el plan de viajar en bicicleta desde Quito a la playa.
Yo también creía eso hasta que Michael Dammer @eltaraumara nos dio la ruta. En cada etapa había más repechos y falsos planos que bajadas.
Los ciclistas experimentados a los que convoqué se fueron bajando de la camioneta. Sospecho que pensaban que tendrían que jalarme todo el camino, o peor, que me iba a lesionar y ahí quedaba la aventura.
El 'Pichi', aficionado a la bicicleta de ruta, había propuesto ir por la costanera. George ofreció su casa de Bahía, y el experimentado Salezgon llevaba el GPS. Y, literal, también llevó cuerda para jalarnos.
Dos días antes de la partida nos vio trotando y dijo: ¡vayan a entrenar bicicleta!
Y cuando nos preguntó por los implementos, dijimos que llevaríamos tubos y parches. Se mató de la risa: mis colegas ciclistas a estas alturas miden el ancho de la chompa, empacan la manta térmica y pesan los miligramos de cada cosa que van a cargar.
Este sueño de viajar por caminos secundarios en bici nació desde que fui como abasto al Huairasinchi.
La mañana de partir estaba nerviosa. ¿Cómo será la travesía, habrá lodo, podré avanzar? Para colmo, el día anterior me tuvieron que cauterizar la nariz. Me aguanté la anestesia, la descarga eléctrica, el desastre fotogénico de tener un tapón en la nariz y dije: "estaré en la línea de partida viva o muerta".
Cuando el Santi, mi esposo y abasto, nos dejó por Calacalí y empecé a pedalear, dije: bacán. Y a los veinte minutos estábamos perdidos. El Salezgon se justificó porque el GPS todavía no marcaba la ruta. Verdad. Había que partir desde Nono, pero por motivos del pico y placa hubo cambio de planes.
¿Estamos de apuro? No.
¿A qué nos atrasamos? A nada.
Qué belleza de camino, de paisaje, de corte de montaña y valle. Bosques de pino y chilcas, las haciendas de Nono abajo y el pueblo tan colorido y pacífico, de una sencillez nada que ver con la vorágine de Quito.
Primera parada, habas con queso.
Y dale rumbo a Tandayapa, con el río Alambi a un lado, su sonido y su luz. La vegetación de las estribaciones, quebradas, cascadas, aromas, orquídeas. 'The rain forest', con su garúa. El oxígeno del mundo.
Escribo estas primeras palabras desde Bellavista, uno de los lugares más biodiversos para avistamiento de aves en el mundo.
Allí nos esperaban una cerveza helada, sopa de zapallo, trucha con patacones, ensalada, arroz, pastel con café. Tucanes, colibríes, el tipo chucuri "cabeza de mate" y la recién descubierta especie, el Olinguito, con cuerpo de oso y cabeza de gato.
El guía Fabio me explicó que, si no fuera por Richard Parsons, dueño de la reserva, esta zona estaría devastada. Gracias a él, hay dos generaciones de moradores que ahora protegen el monte –aseveró.
Al día siguiente, 84 kilómetros por Gualea, Pacto, Mashpi, Pachijal. Otra revelación de camino y yo, en mi papayal. Ya ni pienso en la nariz, solo vivo.
Madrugamos a nadar en la cascada, inmenso santuario de Yaku Forest Lodge.
Una frase de los ciclistas al amigo que no llegó es: te perdiste lo mejor. En la Expedición Nono Cabuyal todo es lo mejor. Y la cascada, lo mejor de lo mejor.
Son 188 kilómetros y estamos en Puerto Quito. 218 kilómetros y La Concordia.
Cuatro perdidas del GPS y una del George. Siete lanzadas al agua del Pichi y una bajada de llanta del Salezgon. La nariz intacta. Estas son las cifras de la Expedición Nono Cabuyal.
Llegamos a la playa sudando los 300 kilómetros, de bajadita, empujando a ratos en las cuestas, pero sin novedad, solo agradecimiento y lógica de que no podía ser de otra forma cuando se anda con amigos por la Naturaleza.