Con Criterio Liberal
¿Es ético contactar a los pueblos no contactados?
Luis Espinosa Goded es profesor de economía. De ideas liberales, con vocación por enseñar y conocer.
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Me llama bastante la atención cómo se está dando un juicio en la Corte Interamericana de Derechos Humanos sobre los Pueblos no contactados y, prácticamente, toda la sociedad parece coincidir en que los derechos humanos de los no contactados es seguir estando no contactados… pero a mí me parece que no necesariamente es así.
Es llamativo cómo no se está teniendo un debate sobre qué es nuestra civilización, y si tenemos la obligación de ayudar a otros seres humanos a vivir mejor, si sabemos que pueden vivir mucho mejor.
Yo más bien creo que esto se debe al mito del buen salvaje que aún está tan arraigado en nuestras sociedades, que parecen creer que la vida de los indígenas en la Amazonía es idílica y pacífica, pues no han de sufrir toda la supuesta maldad de nuestra civilización. De hecho, de manera muy llamativa, la Corte Interamericana de Derechos Humanos pone entre comillas la expresión civilización.
Pero pensémoslo, las condiciones objetivas en las que viven estas personas son durísimas, diríamos que inhumanas. Sin luz eléctrica, sin medicinas, sin ropa, a la intemperie, sin acceso a más información o conocimiento, con una baja esperanza de vida y rodeados de violencia (todas las noticias que tenemos de ellos en décadas son de masacres).
Si supiéramos que cualquier otro ser humano o conciudadano estuviese viviendo así, consideraríamos un deber humanitario y una obligación del Estado socorrerles, ¿por qué no con estas personas?
Es llamativo el que no se conozca ningún caso de pueblos contactados ni de personas que hayan decidido volver a vivir a la selva de manera aislada, pues es evidente que las condiciones son tan duras que nadie las desea para sí mismo.
El documental First Contact: Lost tribe of the amazon, ofrece una muy interesante perspectiva, pues los ex no contactados no desean volver a su modo de vida anterior, como no lo ha hecho (¿casi?) ninguna tribu o pueblo o persona.
Sin embargo, damos por asumido que estas personas deben vivir así, sin ni siquiera conocer cómo es vivir de otra manera, ¿se puede considerar a esto una elección libre e informada?
Como bien señala el intelectual ecuatoriano Inkarri Kowii (y les recomiendo seguirle la pista, pues está llamado a aportar al debate intelectual) es llamativo que los supuestos abogados o representantes de las asociaciones indigenistas saben lo que los indígenas no contactados desean, arrogándose su representación, cuándo es evidente que no se han contactado con ellos para saber cuál es la voluntad de sus representados.
De hecho, lo que se está poniendo en duda son los derechos humanos. Porque por definición los derechos humanos son iguales para todos los humanos, son universales.
Y si no existe ningún derecho a que los demás no traten con nosotros (más bien consideramos un derecho poder interactuar con otros) ¿Por qué se supone que estas personas están condenadas a no interactuar para que permanezcan en la ignorancia de que existen otras formas de vivir?
Es llamativo que todo el proceso se esté llevando sin aportar un dato clave: cuántos taromenanes y cuántos tagaeri quedan. Se especula que son entre 100 y 300 los unos, que eran unas pocas decenas hace décadas los otros.
Dato clave, pues evidentemente toda pretensión de conservación de territorio se ha de basar en el número de personas que sean, no requieren los mismos recursos si son cuatro que 400.
Esta indeterminación puede hacernos sospechar que, en realidad, quienes promueven este juicio no buscan el bienestar de estas personas sino argumentos para su agenda política e ideológica, con el ataque a la actividad petrolera y económica del país.
Pero es que, además, si un pueblo está aislado requiere de un número mínimo de miembros para sobrevivir (que se puede situar en torno a los 300) y siendo pocos tendrán que caer necesariamente en la endogamia, con las consecuencias que esto tiene.
Y este es un punto importante, lo más probable es que si se les deja aislados se extingan, y con ello su cultura y sus conocimientos.
Uno de los argumentos esgrimidos para su aislamiento (cuestionable para mí), es la conservación de su cultura. Puede ocurrir que las vidas de los últimos miembros de estas comunidades sean muy duras y sacrificadas, sin llegar nunca a legar su acervo, que desaparecerá irremediablemente.
Claro que hay muchos otros argumentos, como el de que las enfermedades a las que nunca han estado expuestos les pueden afectar mortíferamente. Pero eso entonces ya sería una cuestión práctica de cómo minimizar los riesgos y tener preparada atención para las enfermedades que les puedan atacar.
Considero que, la presencia de unos seres humanos en los límites de nuestro entorno ajenos a nuestra civilización y modo de vida, plantea unos dilemas morales sobre la humanidad y el derecho mucho más amplios y difíciles de los que veo que se están debatiendo.
Como mínimo, deberíamos argumentar más por qué vamos a dejar a unas personas seguir viviendo en condiciones tales, negándoles aquello que nosotros disfrutamos y valoramos.
De hecho, el concepto de derechos humanos nació con cuestionamientos semejantes durante la conquista de América por parte de los españoles, y las conclusiones a las que llegó la Escuela de Salamanca, con el padre Francisco de Vitoria como mayor exponente (y por eso a día de hoy así se denomina la sala del Consejo de las Naciones Unidas en Ginebra).