El estrafalario Milei y la ultraderecha internacional
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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La figura de Javier Milei (hábilmente construida) es la que mejor expresa un fenómeno político que se expande por América y Europa.
Como sabemos, este personaje que luce estrafalario, desquiciado, anarcolibertario como él se autodefine, y radicalmente antisocialista, fue la peligrosa respuesta que hallaron los argentinos a la corrupción inaudita y el desastre del kirchnerismo, pero también a la inutilidad de Macri, quien apareció como la alternativa empresarial a Cristina y terminó aliándose con Milei.
Tras la pandemia pésimamente manejada, la sequía, un presidente títere y una inflación demencial, los argentinos, sobre todo los jóvenes, apostaron por un showman aspaventoso, conflictivo, dogmático, que prometía derribarlo todo con su motosierra para acabar con “la casta política y los zurdos de mierda”.
Hoy, a pesar de los tropiezos y contradicciones, le sigue respaldando el 55% de los argentinos porque el tipo mantiene viva la esperanza, es carismático y peleón: no satisfecho con enfrentar groseramente a presidentes del grupo de Puebla como Petro y AMLO, acaba de generar una ruptura diplomática con España, pues acudió a la reunión de la Internacional de Ultraderecha, en Madrid, donde insultó a Pedro Sánchez y a su esposa.
No solo eso: en lugar de pedir disculpas, ha aumentado los agravios para entusiasmar a su fanaticada y distraerla de la grave situación económica. Para coronar la hazaña, el miércoles lanzó su libro contra el socialismo en el mítico Luna Park, donde habló contra el aborto y cantó rock mientras el público coreaba insultos a Pedro Sánchez.
Milei es el líder más pintoresco de una tendencia abanderada por Trump, otro showman que surgió como respuesta a las falencias del sistema democrático y ha trastrocado de tal manera los valores que los juicios penales siguen aumentando sus posibilidades de volver a la Casa Blanca y socavar definitivamente a un sistema democrático que parecía invulnerable.
Su primer reflejo en América Latina fue el excapitán Bolsonaro, antivacunas, quemador de la Amazonía y nostálgico de la dictadura militar, tal como J.A. Kast, pinochetista. En la misma cita de Madrid, el ultraconservador chileno, al estilo Milei, calificó de “travesti político” al presidente Boric, cuyos tropiezos alimentan la reacción de la derecha.
Reacción es la palabra clave. El calificativo de reaccionario tiene larga data y se confunde con el de ultraderechista o anticomunista. Si suenan a antiguo es porque efectivamente apuntan al pasado, a ese mundo jerárquico donde razas y clases sociales ocupaban el lugar que, según ellos, les correspondía. Por eso demonizan ahora las migraciones, que supuestamente amenazan a la sociedad de los blancos.
En la reunión de Madrid, donde el anfitrión era Abascal, de Vox, que añora al franquismo y combate el PSOE, participaron entre otros Marine Le Pen, admiradora de Putin como la mayoría de los presentes, que también se alinearon con el ultraderechista gobierno de Netanyahu. Por el contrario, la España del presidente Sánchez, junto con Irlanda y Noruega, acaban de reconocer al Estado Palestino, única y justa solución de un conflicto interminable.
Lo que está en juego es el futuro de la democracia en un mundo que escora hacia el autoritarismo, en el que se juntan los extremos. Quizá por eso, en América Latina, son los socialistas del siglo XXI quienes, codo a codo con Trump, los republicanos gringos y la extrema derecha europea, respaldan la guerra imperial de Putin.
Por fortuna, en Ecuador, el rechazo al correísmo no nos condujo hacia un gobierno de ultraderecha, pero es tal la indignación regional que provocan los Maduros, Ortegas, Cristinas y compañía, que muchos demócratas despistados miran a Bukeles y Mileis como una salida temporal. Gravísimo error pues, como dicen en inglés: ‘Two wrongs don’t make a right’.