Aquí Estambul, en la mitad de todo
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Mientras los ecuatorianos hacemos equilibrios en la línea imaginaria que separa el hemisferio Norte del Sur, Estambul se autodefine como “the meeting point of the world” pues ha sido desde la Antigüedad el lugar de encuentro y desencuentro de Asia con Europa, o, en términos históricos, de Oriente con Occidente.
Un choque culturalmente muy rico pero también sangriento, que hoy se expresa en dos genocidios simultáneos: el de Rusia en Ucrania, un poco al norte, y el de Israel en Gaza un poco al sur.
Sin embargo, la vida continúa y la política también. Cuando aterrizamos, el lunes, la gran noticia era que Erdogan había recibido una paliza en las elecciones municipales.
La lira turca está en caída libre desde hace dos años, la inflación supera el 70% y mucha gente anda cansada del autócrata que metió retro a las reformas laicas y modernizadoras del siglo pasado y alimentó el fundamentalismo.
Quizá la historia de Santa Sofía –actual Hagia Sofía, principal atractivo turístico de la gigantesca y desordenada urbe–, ilustre mejor que nada este ir y venir de ejércitos y religiones, de lenguas y de dioses. Fue durante diez siglos, hasta la caída de Constantinopla en manos del imperio otomano, la gran basílica del cristianismo ortodoxo y modelo de la arquitectura bizantina. Los 500 años siguientes se convirtió en mezquita, pero durante la onda modernizadora de Mustafá Kemal Atartük fue secularizada y transformada en monumento histórico hasta que Erdogan la volvió a convertir en mezquita hace cuatro años.
Hoy, la Virgen y el Niño de la cúpula están cubiertos con una tela y es parte de los atractivos del majestuoso edificio, pero, si me preguntan a mí, más armónica y luminosa es la Mezquita Azul, que queda cruzando la plaza y cuyo acceso es gratuito. En Sofía te dan en la cabeza, como en varios restaurantes y en los taxis, cuyas tarifas hay que negociar en un inglés elemental.
Negociar con los mejores negociantes de la historia, le digo a la Paula, siempre llevas las de perder. Pero ella, cuya bisabuela llegó al Ecuador con pasaporte turco, por aquello de la sangre chuta se siente como Pedro por su casa al ingresar Gran Bazar, que ha cedido su encanto centenario a la homogenización global del turismo.
Escribo esto horas después, en el amplio apartamento que, vía Airbnb, conseguimos a una cuadra de la plaza central de Taksim, donde se daban las grandes manifestaciones reprimidas con mano de hierro por Erdogan durante la primavera árabe que acá no cuajó. Hasta la ventana llegan los llamados a la oración de la mezquita vecina, desde el amanecer a la noche. Hay acá tantas mezquitas como iglesias existen en el centro colonial de Quito, pero se destacan más con sus minaretes, desde donde los ulemas entonan sus convocatorias con una modulación que algún rato engendró al flamenco, me parece.
El peso de la tradición se siente en estas calles empinadas en las que muchas mujeres caminan cubiertas totalmente de negro bajo el sol abrasador. En cambio, gatos de todos los pelajes deambulan con absoluta libertad y parsimonia por toldos y veredas y en la puerta de nuestra casa venden mejillones fritos, aunque más colorida es la suculenta gama de golosinas que se exhiben en las vitrinas de numerosas dulcerías.
Ahora bajamos por el barrio de Galatasaray –nombre famoso por el equipo de fútbol– hacia el Cuerno de Oro, un brazo de mar que sale del Bósforo y es surcado por embarcaciones de diverso calado, algunas de las cuales navegan por el mar de Mármara hacia la isla donde se refugió Trotski cuando huyó de la Rusia de Joseph Stalin, el modelo de Putin.
Hemos llegado al muelle del que zarpa el ferry al otro continente. Es un día cálido y soleado de primavera, pero en la cubierta panorámica del barco sopla un viento frío todavía. La vista es espectacular. Como si nada, en quince minutos habremos pasado de Europa al Asia.