En sus Marcas Listos Fuego
Fuimos estafados
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Bienvenidos a una elegante clase de Teoría General del Estado flash, en la cual he incluido una dosis de puteada, unas gotitas de indignación y un par de cucharadas de mandar al carajo al gobierno.
Verán, hace como 10.000 años éramos nómadas, reclamábamos el cuerpo ajeno poseyéndolo y degollándolo, obteníamos el pan de cada día mediante la fuerza y ejercíamos nuestra libertad sin restricciones ni leyes limitantes.
Pero un día, gracias a la revolución agrícola, nos hicimos sedentarios, formamos pueblitos y así nacieron las civilizaciones. Pero, como nos seguíamos matando, violando y mutilando, como bárbaros y salvajes, nos inventamos el 'Estado' y, con mucho dolor y escepticismo, le cedimos parte de nuestra libertad a una entelequia a la que denominamos 'gobierno' para que nos heteroadministre.
Dejamos de matar para comer, empezamos a hacer pan y venderlo a cambio de otra idea, una tal 'moneda', y empezamos una dinámica social de intercambio y contraprestaciones. De las ganancias, con más dolor, empezamos a entregarle un porcentaje al gobierno porque nos inventamos los 'impuestos'.
Pero claro, a cambio de los impuestos, el gobierno quedó obligado a construirnos caminos (sin cráteres) para transitar, edificar hospitales (con medicamentos) para curarnos, evitar inundaciones, armar a nuestros soldados y, sobre todo, pero lo más importante, con esos impuestos pagamos por seguridad.
Lean bien: la única razón por la cual nos unimos es por seguridad. Seguridad, así con mayúsculas. Lo otro viene por añadidura.
Si ya no puedo robarme el pan del vecino, ¿quién me garantiza que el vecino no se robe mi pan? Facilito: el Estado. El Estado legisla, instaura la 'vindicta pública' y permite que vivamos en armonía social.
¿Me roban? El Estado, con el monopolio de la fuerza, lleva del cogollo al delincuente ante la justicia y la justicia lo enjaula, mientras por atrás el Estado lo restaura como ciudadano de bien.
Por ejemplo, yo pago impuestos para que la Policía me dé seguridad, para que sicarios no me revienten el cerebro, para que las hijas que espero tener no sean arrinconadas en una calle sin iluminación.
Pero si nos matan todos los días, si el sicariato es, junto a la envidia, el nuevo deporte nacional, si ser asaltado es más frecuente que un estornudo, ¿entonces de qué maldita contraprestación estamos hablando?
Si debo caminar con miedo, si prefiero salir sin billetera y sin celular, ¿para qué carajos debo pagar impuestos? ¿Cómo se atreve el Estado a exigirme que respete la ley? ¿Qué hace el SRI hablando de evasores?
Perdónenme, pero si el Estado va a reclamarnos cuando no cumplimos nuestra parte, entonces debemos exigirle al Estado que cumpla la suya. En caso contrario, mejor nos hacemos nómadas otra vez ante esta gran estafa.
Si veo cadáveres todos los días, si la Policía no recibe las herramientas adecuadas para defenderme, si el Estado es incapaz de entregarme la contraprestación debida, entonces, no solo me roba el vulgar malhechor, sino también el SRI.
¿Qué diferencia existe, entonces, entre el SRI y el delincuente que me dice la bolsa o la vida? Ninguna. Par de delincuentes.
Sí, estoy enojado, rubicundo, porque me cansé de ser saqueado, extorsionado, exprimido. Justicia es pagar lo debido. No más, no menos. Injusticia es recibir lo inmerecido.
Como defensor de la ley, seguiré pidiendo que la respetemos, que jamás nos quebremos ante los que viven al margen de ella, y que siempre respondamos a los malos con el hierro de la norma.
Seguiré defendiendo el Derecho, aunque cada vez me quede más solo, aunque cada vez estas columnas sean más aire, más humo, más ilusión, frente a la sangre que dejamos regada todos los días.