La tentación del sueño americano
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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La cámara enfoca a miles de migrantes que avanzan por la carretera. Uno de ellos, hondureño, joven, con sombrero y mochila, responde a la periodista: "Es el sueño americano". Literal. Vienen cubanos, venezolanos, salvadoreños… y ecuatorianos, por supuesto, como desde hace medio siglo.
Quién lo creyera: la primera ola de migrantes que partió de Manabí en los años 50, no apuntaba a EE.UU sino a Venezuela, país que, gracias al petróleo, era entonces el más rico de América Latina. Luego crecería el flujo de ecuatorianos que iban a recalar en NY, metrópolis que recibía, desde el siglo XIX, a oleadas de migrantes europeos expulsados por el hambre.
De distintas maneras, el sueño americano nos influenciaba a todos. Me incluyo pues llegué a estudiar la universidad en California en 1968 y como todavía era zanahoria, 'nice–clean–cut' se decía, fui a una peluquería de barrio. Mientras me cortaba el pelo, el maestro despotricaba en inglés contra los jipis que se dejaban el pelo largo.
Entonces distinguí sobre la mesa una revista mexicana. "Yo hablo español", le dije. "Si me pareció, pero a algunos de la raza no les gusta que les identifique". Dijo raza.
Pues sí, eran dos mundos distintos: los que querían mimetizarse o blanquearse y quienes cuestionaban a fondo el ‘american way of life’: jipis, panteras negras, activistas contra la guerra de Vietnam y sindicalistas como César Chávez que esos mismos días hacía una huelga de hambre exigiendo mejores condiciones para los trabajadores agrícolas, muchos de ellos braceros mexicanos, indocumentados y temporales, que venían a la cosecha de uva.
Luego, en una fiesta en Los Ángeles, donde había poquísimos ecuatorianos, conocí a un forjador quiteño que trabajaba en las mansiones de Hollywood. "¿De los artistas de cine?", pregunta de cajón. "No, esos no pagan. Hago balcones de hierro para los judíos ricos".
Había pegado centro, en lo económico y en lo simbólico, pues, según G. Belinchón, fue "un puñado de judíos procedentes del centro y del este de Europa, de familias paupérrimas" quienes crearon en los estudios de Hollywood la imagen del 'american way of life', que era el condumio del sueño americano, o, puesto en otros términos, de la sociedad de consumo.
En Miami, en cambio, más que el sueño, fue el escape americano de un millón de cubanos, sobre todo "blancos" de clase alta y media que venían huyendo de la Revolución y se integraban rápidamente, pues Washington alentaba su anticomunismo. En La Pequeña Habana el español era la lengua al uso, a tal extremo que alguien puso un curioso letrero en una tienda: en lugar del clásico "Se habla español" anunciaba "English spoken here".
De ese roce de lenguas que empezó con los chicanos de la frontera y los puertorriqueños en Nueva York, fue desarrollándose el espanglish, elaborada muestra del mestizaje.
Diez años después pasé un mes en Nueva York haciendo un reportaje a fondo sobre la colonia ecuatoriana que hasta entonces solo aparecía de vez en cuando, en El Universo, con una foto pagada bajo el título: "Ecuatoriano (o ecuatoriana) que triunfa en el extranjero", aunque ya era parte del folclor nacional el 'cholo-boy' que volvía de la Yoni hablando en espanglish y ataviado de un modo estrafalario para impresionar a los panas.
Más discretos eran los numerosos meseros de Little Italy que provenían del Austro ecuatoriano y eran bien acogidos, pues tenían fama de buenos trabajadores, cumplidos, no conflictivos.
Se repetía (sin pruebas) que había 300.000 ecuatorianos en La Gran Manzana. Y se contaban las historias del cruce dramático por el río Bravo y de las chicas obligadas a prostituirse en Tijuana, dramas así, que se cuentan desde entonces, aunque todavía no pesaban las mafias del narcotráfico.
Junto a las diversas formas de explotación laboral y las "camas calientes", estaban las historias de éxito que alimentaban el mito. Pero la crisis ecuatoriana de finales de siglo vendría a cambiar los patrones de la migración: del sueño americano pasaríamos al sueño español. (Continuará).