Efecto Mariposa
Tenemos dos oídos, pero una sola boca
Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.
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La mayoría del tiempo nos comunicamos. Según algunos estudios, los adultos nos comunicamos el 70% del tiempo, en promedio.
Este porcentaje se distribuye así: el 45% del tiempo escuchamos, el 30%, hablamos; el 16% leemos, y escribimos el 9%.
Así, la comunicación ocupa una parte muy importante en nuestras vidas y saber comunicarnos es esencial para iniciar y mantener relaciones saludables, sean laborales, familiares, social o sentimentales.
Escuchamos la mayor parte del tiempo dedicado a la comunicación. De ahí que escuchar puede hacer la diferencia entre vivir en ambientes armónicos o de conflicto permanente.
Sin embargo, escuchar no es tan simple como parece. Escuchar es un arte que se está perdiendo en estos días, en los que incluso WhatssApp nos ofrece la opción de acelerar los audios, para no perder tiempo escuchando.
Y cuando hablo de escuchar me refiero a algo que va más allá del proceso físico que nos permite oír, que se limita a dejar que las ondas sonoras atraviesen nuestros oídos.
Escuchar significa comprender y sentir el significado de un mensaje. Esto implica concentrase no solo en el relato, sino en cómo se cuenta, en el lenguaje, en el tono de voz y en la velocidad de las palabras.
Pero, si tan importante es escuchar, ¿por qué somos malos oyentes?
Si escuchar es tan importante, ¿por qué somos malos oyentes?
Entre las razones que explican esta paradoja, hay algunas relacionadas con la prisa de vivir que nos impone el mundo actual, pues mientras los otros hablan nos ponemos impacientes.
Solo queremos que el otro termine de hablar, no interesa lo que tiene que decirnos, lo ignoramos y hasta lo interrumpimos, sin dejarlo terminar su idea. Solo nos importa lo que tenemos que decir.
Solo nos importa lo que tenemos que decir.
El ritmo acelerado en que vivimos ha hecho que nos volvamos multitarea, y nos vanagloriamos de serlo.
En cuanto la otra persona habla, no paramos y ganamos tiempo enviando mensajes de texto, viendo las últimas noticias en redes sociales, pensando en todos nuestros pendientes y preocupaciones; todo al mismo tiempo.
No nos entregamos de lleno a nada ni a nadie.
Además, ser mal oyente tiene que ver con el ego que nos impide escuchar al otro sin traer a la discusión, y a nuestros pensamientos, nuestras propias experiencias para ponerlas como ejemplo, incluso sin que nos lo hayan pedido.
No nos entregamos de lleno a nada ni a nadie.
El ego también nos cierra para conocer distintos puntos de vista, cuando solo es importante expresar nuestra opinión y la de los demás no se parece a la nuestra, pues no sirve.
Nuestras actitudes egocéntricas nos hacen suponer que somos superiores intelectual y moralmente frente al otro, lo que nos lleva a creer que entendemos todo mejor que los demás y que no necesitamos preguntar nada; solo asumimos.
Nos imaginamos lo que nuestros interlocutores nos quieren decir, en lugar de preguntarles, la conversación no solo queda en el aire, sino que puede convertirse en un malentendido.
Relacionado con nuestras ilusiones de superioridad está el hecho de que escuchamos para responder.
Según algunos estudios, pensamos más rápido de lo que hablamos, pronunciamos entre 125 y 175 palabras por minuto y procesamos entre 400 y 800 palabras en el mismo lapso.
La diferencia entre la velocidad de pensar y la de hablar nos hace perder la conexión con nuestro interlocutor, porque cuando pensamos para responder nos distraemos de la conversación y, por tanto, perdemos detalles importantes.
Sucede sobre todo cuando, antes de que el otro nos cuente su historia, ya tenemos un consejo que no nos ha pedido. A veces lo único que nuestros interlocutores necesitan es que dejemos que sus emociones y sentimientos fluyan para sentir un poco de alivio.
Pensar en respuestas, mientras nuestro interlocutor habla, también es una de las razones que explican por qué hay personas que nunca se acuerdan de lo que les dijeron, no es un problema de memoria, sino de atención.
Hay personas que nunca se acuerdan de lo que les dijeron.
Desarrollar el arte de escuchar no es fácil, requiere no solo de habilidades sociales, también es un ejercicio de concentración, de liberarse del ego y de los complejos de superioridad. Les hablo de ponerse en el lugar del otro.
Comprometerse a desarrollar el arte de escuchar es una forma de entregarse al otro, que va más allá de la comunicación oral.
Escuchar es permitir que el interlocutor sienta que, mientras dure el diálogo, somos de él.
Y permanecer en silencio con alguien, despiertos, sintiendo sus palabras puede ser la estrategia más efectiva para fortalecer, o salvar, nuestras relaciones de cualquier tipo.
Escuchemos más y hablemos menos. Al fin y al cabo solo tenemos dos oídos y una boca.