En sus Marcas Listos Fuego
¿Estaba drogada Sanna Marin?
PhD en Derecho Penal; máster en Creación Literaria; máster en Argumentación Jurídica. Abogado litigante, escritor y catedrático universitario.
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Justo cuando Finlandia quiere entrar a la OTAN, llega este escándalo tan 'relevante'. Se filtró un video de su primera ministra, Sanna Marin, bailando "provocativamente", con blusa negra pegada al cuerpo y pantalón blanco, mientras "claramente borracha" mueve la cintura y canta abrazada de sus amigas a todo pulmón.
¿Por qué es necesaria esta columna? Porque este evento es la excusa perfecta para hablar de dos temas fundamentales en Ecuador:
¿Tienen los funcionarios públicos derecho a una vida privada sin intromisiones?
¿Es moralmente correcto que una alta mandataria baile y se emborrache?
Vamos en ese orden.
¿Tienen los funcionarios públicos derecho a una vida privada sin intromisiones?
Esta tiene una respuesta jurídica, resuelta múltiples veces por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, por la Corte Interamericana de Derechos Humanos y por casi todas las Cortes Constitucionales del mundo, incluida la ecuatoriana. Así que vamos a aprender juntos con este resumen.
La persona que decide optar por un cargo público acepta que dicha posición la somete al escrutinio y al escarnio público, es decir, acepta tácitamente estar bajo la lupa de la ciudadanía y del periodismo y que sus actuaciones sean revisadas, indagadas, criticadas y hasta expuestas, pues se convierte en una persona pública altamente expuesta que genera hechos noticiosos. ¿No le gusta? No sea funcionario público y punto.
Por ello se habla en la doctrina y en la jurisprudencia de un "honor atenuado" y de la obligación a una "tolerancia extendida".
Es por esta razón que cuando alguien publica una noticia (derecho a la información que debe ser cierta, contrastada y verificada) o una opinión (derecho a la libertad de expresión, y las opiniones no son verdaderas ni falsas), el personaje público no puede -por regla general- utilizar el Derecho Penal para encarcelar a un periodista o quien opina por un "delito contra el honor".
Es más, el Derecho es claro, el funcionario público debe incluso tolerar críticas ofensivas, duras, fuertes, como por ejemplo, es mi derecho humano a la libertad de expresión pensar que un partido político que financió su campaña con dinero de las FARC es un partido de narco-políticos.
O es mi derecho decir: "este asambleísta es un inútil, si existiesen requisitos académicos y profesionales para ocupar la curul, el tipo no estaría pasando ni las aguas". Pues vaya sabiendo, señor asambleísta, que eso opina un ciudadano que a fin de mes le paga el sueldo a usted y a los inútiles de sus asesores, que ni entre siete son capaces de cambiar un foco.
¿Pero y la vida privada? Allá vamos, allá vamos. Los funcionarios públicos sí tienen derecho a una vida privada libre de intromisiones, siempre y cuando dicha vida privada no afecte o se inmiscuya directamente con su función pública.
Así, un funcionario público tiene el derecho humano ¿a qué creen? Pues a comportarse como un humano. Entonces les voy a contar un secretito: los funcionarios públicos también se masturban, también tienen sexo, también se emborrachan, también tienen malos días y gritan a sus hijos descarriados, también se enamoran.
O sea, hacen lo mismo que hacen ustedes y nada de eso tiene por qué ser reportado, informado, filmado, fotografiado y expuesto, porque incluso se puede llegar a afectar derechos de terceros y la intimidad familiar. Por eso esta vida privada, que nada tiene que ver con el desempeño de sus funciones, ha de ser intocable y se encuentra protegida.
Pero habrá ocasiones que lo que pasa en la vida íntima importa en el exterior, por ejemplo, cuando un defensor del pueblo tuvo un proceso penal por violencia intrafamiliar, por agredir a su mujer en la intimidad.
O cuando un presidente farrea con narcos en su vida privada, cuando un sacerdote católico dedicado a la política tiene sexo e hijos regados por ahí (se supone que es célibe, una de las virtudes -sacrificios- que lo hacen puro frente al electorado), etcétera.
En estos casos, porque esa vida privada afecta la vida pública, se la puede exponer y dicha exposición es aceptada por quien voluntariamente, sin que nadie le haya obligado, decide optar por una función pública.
Ahora vamos con la segunda pregunta.
¿Es moralmente correcto que una alta mandataria baile y se emborrache?
Mientras las democracias exijan que sus mandatarios sean homo sapiens y no androides, esos seres humanos, si bien deberán tener una conducta más formal por la importancia del cargo que les reviste, seguirán siendo personas.
Esto quiere decir que cuando no están en funciones, tienen derecho a desfogarse, a divertirse, a tener una vida privada. La función pública no los hace de cera. Siguen siendo de carne y hueso, también ríen, también lloran.
Y como yo no creo en esa cosa tan difusa y subjetiva a la que se llama moral, porque ya vemos que en esta tierra tropical para algunos es moral lamerle las botas a corruptos sentenciados o adoctrinar a los hijos a creer más y leer menos, lo que les daré es solo una opinión, y como toda opinión, o la toman o la dejan.
Sanna Marin tiene derecho de hacer en su vida íntima lo que le dé la gana mientras ello no afecte su capacidad administrativa. ¿Puede hacer orgías? Adelante, y que sean masivas y le deseo una gran noche.
¿Puede consumir alcohol? Pero claro, siempre y cuando no le ponga hielos al whisky ni gaseosa al vino.
¿Puede pegarse un porrito? Siempre y cuando su eslogan de campaña no haya sido algo parecido a "prometo luchar contra las drogas y erradicar ese veneno de la sociedad".
¿Ven? Solo se les pide ser consecuentes con lo que profesan y si ella no profesó el combate a las drogas y cree en la legalización, pues le deseo un buen 'viaje' en su vida privada y sobriedad absoluta en el mando del cargo al día siguiente.
Miren, es increíble ver como la sociedad, de todo el mundo, en cuanto toma su teléfono, se convierte en un cúmulo de vírgenes bíblicas.
Permítanme generalizar (verán que generalizar jamás significa decir todos, sino la mayoría). Aquí la mayoría toma alcohol, se da de puñetes, hace chistes machistas, es violenta, dice malas palabras, perrea hasta el suelo, ¡pero uy! Cuando un personaje público hace eso, se acomodan las enaguas.
Y "ay comadre, qué vulgar este miserable, no tiene respeto, no ha leído el Manual de Buenas Costumbres de Carreño, Diosito nos libre de estas nuevas y degeneradas generaciones" (colóquele voz de tía).
Y bueno, las opiniones, ya lo dijimos, no son ni verdaderas ni falsas, pero sí las hay muy pendejas o bien pensadas. Mi consejo: siempre procurar, antes de escribir en las redes sociales, tomarse unos minutos hasta que se conecten los dedos con el cerebro.
Y tú, Sanna Marin, súbele el volumen, que me alegra infinitamente que, pese a los pesares de esos cargos de tanta responsabilidad, aún te puedas divertir.