De la Vida Real
El mejor error de mi vida fue una fiesta improvisada
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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Hace dos meses, mis mellizos cumplieron nueve años. Nunca les habíamos hecho una fiesta. Debo reconocer que soy una mamá absolutamente apática para organizar eventos. No me gusta, me estresa y pienso que todo va a salir mal. Así que año tras año, me he inventado algún pretexto para que la fiesta no se dé.
Pero esta vez mis hijos soñaban con tener una, y no podíamos seguir haciéndonos los locos. Además, los pretextos se agotaron con los años. Accedimos. Querían fiesta con piscina. Alquilé un lugar que se publicita mucho en Facebook, pero nunca fui a conocerlo, solo confié en las fotos y en el encanto de la chica que me atendió por WhatsApp.
Pagamos la mitad y acordamos que el día del cumpleaños todo estaría limpio, según nos dijeron. La chica me aseguró que no tenía de qué preocuparme y que dos horas antes del evento podría ir para arreglar el local. Tenía las compras listas: piñata, dulces, caramelos, globos, papas, cachitos y montón de comida chatarra. Lo único saludable eran los dos pasteles de chocolate que hizo la Yoli, nuestro ángel de la guarda.
La Amalia invitó a sus compañeras del grado y el Rodri a sus compañeros. Tres madres de familia me ayudarían con el transporte. La logística estaba solucionada. Me sentía una súper mamá. Tenía todo perfectamente organizado.
Llegamos al lugar y me quise morir. No solo estaba sucio, sino que era insalubre. La piscina tenía espuma verdosa y los baños eran un asco total. La cancha de fútbol era un gallinero, literalmente gallinero con gallinas y gallos incluidos, y en los arcos, ropa colgada.
Al ver ese escenario entré en pánico: "Si les traigo a los niños de ley, terminan con alguna infección", pensé. Mi marido, el Wilson, estaba furioso. Conteniéndose las iras, me dijo: "Tú me dijiste que era un lugar hermoso. ¿Cómo no viniste a conocer antes?". Y yo, llorando: "¿y ahora qué hacemos?". Respondió: "nos vamos de aquí". Agarró las cosas, las puso en el auto y nos fuimos sin dar explicación.
Pero el pánico se apoderó de nosotros. Mi prima, a quien le pedí que nos acompañe, muy calmada, nos ordenó: "vayan a retirar a los niños de la escuela y díganles a los padres que hubo cambio de planes. Voy a comprar una piscina inflable y hacemos la fiesta en la casa. Apuren".
Hasta ahora, no entiendo cómo, en medio de ese caos, alguien racional surgió, solucionó las cosas con calma y nos dio esperanza. El Wilson y yo fuimos al colegio, donde esperaban las otras mamás, y entre risas y lágrimas, les conté la tragedia.
Llegamos a la casa con 22 niños. La piscina estaba inflada y todo decorado a la perfección. Mis hijos no entendían bien qué pasaba. Les conté el horror del otro lugar, pero…: "aquí tenemos piscina con agua limpia, cancha de fútbol sin gallinas, comida, piñata y pizza".
Mi prima se dio tiempo hasta para contratar un cañón de espuma. Las madres de familia, que solo venían a dejar a sus niños, se quedaron para ayudar. Recogían ropa, organizaban mochilas y sacaban sillas. Fueron mi salvación.
En el grupo de WhatsApp que creé para la fiesta, "Fiesta Amalia y Rodri" escribí el desconcertante mensaje para los padres: "Hubo cambio de planes. El local nos canceló a última hora. La fiesta será en mi casa. Les mando la ubicación. Vengan a retirar a sus hijos a las 18:00. Gracias". Por suerte, nadie pidió explicaciones. Mandamos fotos y videos de los niños que pasaban hermoso.
En el fondo me quería morir. Me sentía culpable de no haber pensado bien. "Desde el principio y con calma, era de haber hecho la fiesta aquí en la casa. Por insegura, me dejé estafar", pensaba. La culpabilidad siempre me carcome la conciencia y el alma.
La fiesta se terminó y todos quedamos agotados. La Amalia, antes de dormir, me dijo: "Ma, fue el mejor día de mi vida. Gracias. El próximo año quiero hacer una fiesta igualita". El Wilson terminó lesionado porque pasó toda la tarde jugando al fútbol con los niños. Mientras arreglábamos la casa, me dijo: "fue el mejor error que cometiste en tu vida, Chi. La fiesta fue un éxito. Pero para la próxima vez contrato un animador. Qué sacadera de aire que ha sido este chistecito".