Las aventuras homosexuales del Che en Guayaquil
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Lo primero que me gusta de 'Triángulo Fúser', la exuberante y fragmentada novela de Ernesto Carrión, es que un escritor guayaquileño haya tenido la audacia de meterse con un mito del calibre del Che Guevara y haya salido airoso del desafío; eso ayuda a que nuestra literatura provinciana salte las fronteras y entre a pelear en las ligas mayores.
Como toda buena novela, esta que lleva como subtítulo 'La despechada, poética y fantasmagórica vida de Ernesto antes del Che', permite varias lecturas. Dejo a los críticos literarios el vuelo epistemológico; yo me quedo con el lector de a pie que debe responder a una cuestión clave: ¿acostarse con hombres es más grave para la imagen de un guerrillero que fusilar prisioneros por centenas sin fórmula de juicio?
La izquierda dogmática rechazará la pregunta, pero quienes tienen menos de 30 años probablemente respondan que no, ni cagando, porque son tolerantes con las opciones sexuales pero no con las matanzas en nombre de una ideología o de un régimen homofóbico y mesiánico.
Por fortuna, Carrión no es sociólogo ni historiador sino poeta y novelista, de modo que, luego de una profunda investigación, utiliza diversas técnicas literarias, periodísticas y cinematográficas para recrear la época y los personajes que interactuaron y flirtearon con Ernesto Guevara durante su estadía de un par de meses en el Guayaquil de 1953.
Retrata entonces, con agudeza, desparpajo y derroche de imágenes, al puerto y sus poetas e intelectuales homosexuales con nombre y apellido, tales como David Ledesma, Jorge Maldonado Renella y José Guerra Castillo, quien, al decir de Carrión, puso la lupa en el homosexualismo de Guevara.
El asunto es que, en sus notas de viaje, el Che despacha en pocos párrafos su estancia en Guayaquil, donde era un aventurero sin un centavo que dormía en una pensión paupérrima de Las Peñas y buscaba un barco que lo sacara hacia Panamá. Tampoco sus amigos argentinos que estuvieron acá, ni sus biógrafos se interesan por ampliar la información.
Esa zona oscura, ese misterio, da carta libre a Carrión para llenarlo con su imaginación, pero alimentada siempre de muchísimos datos de la realidad. Así, por ejemplo, narra un posible encuentro del Che con William Burroughs, otro escritor abiertamente gay de la generación Beatnik que efectivamente pasó por el puerto en esos meses.
Y le sigue las huellas por La Habana a Allen Ginsberg, el de ‘Aullido’, el pana de Burroughs, cuando el mismo Che y Raúl Castro habían montado ya los campos de concentración para homosexuales. Una barbarie propia del estalinismo. Y, desde la lógica de los personajes novelescos, una gran hipocresía que Ginsberg denuncia cuando lo expulsan de la isla.
Maldita la gracia que les hará esta novela a los cubanos de Cuba (donde Carrión recibió el premio Casa de las Américas 2017) pero de la única vez que estuve allá, recuerdo que en la Unión de Escritores dictaba una charla el venezolano Denzil Romero, autor de ‘La esposa del Dr. Thorne’, novela que presenta a Manuela Sáenz como una ninfómana desbocada. Pero Romero no tenía ni de lejos la calidad poética de Carrión.
Los mitos son eso, mitos, relatos, construcciones culturales y políticas que deben ser desmontadas, criticadas, reinterpretadas por cada nueva generación en su relectura iconoclasta del pasado.
En el caso del Guerrillero Heroico, su leyenda se asentó en algunos pilares románticos: la pinta, el coraje, el haber encarnado la rebeldía de los años 60, el triunfo de la Revolución cubana que encandiló a medio mundo y la tragedia final escenificada en Bolivia.
Además, su difusión universal y su permanencia tienen mucho que ver con la canción de Carlos Puebla, “Hasta siempre, comandante”, y con dos fotos legendarias: la de Alberto Korda, que es la foto más reproducida de la historia; y aquella en la lavandería, recién ejecutado, con el torso desnudo y una mirada seráfica, un auténtico Cristo al final del viacrucis.
Pero lo que le interesa a Carrión es la fase anterior, la de ese mochilero desprejuiciado, fotógrafo, aficionado a la poesía, cuyo destino se decidió en Guayaquil pues de aquí apuntó hacia Guatemala y México, donde conoció a Fidel e irrumpió en la Historia.
Si hubiera llegado a trabajar en la Venezuela petrolera, como era su plan original, el siglo XX hubiera perdido a su héroe más romántico, fotogénico y ambiguo.