Efecto Mariposa
Un trabajo invisible que sostiene la vida
Profesora e Investigadora del Departamento de Economía Cuantitativa de la Escuela Politécnica Nacional EPN. Doctora en Economía. Investiga sobre temas relacionados con pobreza y desigualdad.
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¿Qué sería si todos los miembros de un hogar decidieran no realizar ningún quehacer doméstico? ¿O si nadie cuidase de los niños o de las personas enfermas?
Sería el fin de todo. Así, sin más, la sociedad desaparecería, pues, tareas como las mencionadas sostienen la vida, aunque a menudo sean invisibilizadas.
De hecho, todas las actividades de trabajo de cuidado no pagado permiten gestionar y preservar la vida, a través de acciones de cuidado directas o indirectas que proporcionan bienestar físico y emocional a las personas.
El trabajo de cuidado no remunerado comprende una amplia gama de actividades que las personas realizan de forma voluntaria en los hogares o comunidades. Tender una cama, lavar la ropa, cocinar, cuidar a los niños o atender a personas de la tercera edad o con discapacidad constituyen ejemplos típicos del trabajo de cuidado.
Históricamente, las mujeres son quienes han aportado de forma mayoritaria en tiempo y, por tanto, en valor económico, a los quehaceres domésticos y a las tareas de cuidados.
Si bien los tiempos han cambiado y ahora los hombres "ayudan" a las mujeres, aún hay camino por recorrer para lograr sociedades de cuidado equitativas.
Para sustentar esta afirmación se puede examinar la Figura 1, misma que contiene distintas actividades de trabajo de cuidado y los porcentajes de hombres y mujeres que las realizan.
Para elaborar la gráfica se utilizaron datos de la Encuesta Nacional Multipropósito de Hogares de 2019, del INEC. Únicamente, se consideró la información de personas que conviven con su pareja, sin importar su estado civil.
En términos generales, en la imagen se observa que las mujeres realizan más tareas de cuidado que los hombres. Por ejemplo, el 61% de los hombres cocina versus el 96% de las mujeres.
Además, no solo el porcentaje de hombres que se dedican a la preparación de alimentos es menor, también ellos dedican menos horas a esta actividad. Según los datos de la Encuesta, el 80% de hombres dedican menos de cinco horas a cocinar, mientras que, en el caso de las mujeres, este porcentaje corresponde al 19%.
En otras palabras, las mujeres son quienes mayoritariamente se encargan de esta actividad esencial para el bienestar de las familias.
De manera similar, en el caso de los quehaceres domésticos la relación se mantiene: el 94% de las mujeres se dedica a esta tarea y en los hombres este porcentaje corresponde al 66%.
Las diferencias en los quehaceres del hogar existen independientemente del nivel de educación. En efecto, como se observa en la Figura 2, las mujeres con estudios de nivel superior y de postgrado reportan los mayores porcentajes entre quienes se dedican al trabajo de cuidado no pagado.
En conclusión, la distribución desigual de la carga de trabajo al interior del hogar aún es uno de los puntos pendientes para superar las desigualdades entre hombres y mujeres.
Este tipo de desigualdad, que persiste por las normas sociales de género y otros factores, representa un obstáculo para que las mujeres tengan las mismas posibilidades que los hombres de desarrollarse personal y profesionalmente.
Además, el hecho de que las mujeres aún sean las principales responsables de las actividades de cuidado no pagado implica que deben sacrificar su vida laboral, no por voluntad propia, sino muchas veces por obligación.
Uno de los sacrificios que las mujeres realizan, para cumplir con las tareas de cuidado, consiste en aceptar trabajos informales, quedando fuera de la seguridad social, lo cual tendrá consecuencias en el presente y en el futuro de las mujeres, y también de los hombres, pues vivimos en comunidad.
Esta reflexión sobre la distribución desigual de la carga de trabajo doméstico y de cuidado no es un señalamiento hacia un género en particular, sino un llamado a la conciencia y a la acción conjunta de hombres y mujeres.
Para avanzar en una sociedad del cuidado, equitativa con todos, se debe abogar por un pacto de corresponsabilidad en los hogares, la comunidad, el mercado y el Estado.
Las bases de este pacto deben ser el reconocimiento, la reducción, la redistribución, la remuneración y la representación del trabajo de cuidado, pilares para construir una sociedad con menos desigualdades.
Un compromiso de esta naturaleza no solo beneficiará a las mujeres, sino a todos, ya que solo así se podrá avanzar hacia un futuro en el que hombres y mujeres compartan de manera justa las responsabilidades que sostienen la vida y fomenten comunidades más equitativas y prósperas para todos.