Entre la revolución y la ultraderecha
Pablo Cuvi es escritor, editor, sociólogo y periodista. Ha publicado numerosos libros sobre historia, política, arte, viajes, literatura y otros temas.
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Un amigo extranjero que ha viajado mucho me dijo que en ninguna parte había visto un ejército que fuera atacado de la manera en que fueron atacados los convoyes militares durante el paro, y que no respondiera.
–¿Siempre fue así?– preguntó.
No. Aunque las dictaduras militares de los años 70 eran calificadas de 'dictablandas' en comparación con los regímenes fascistas del Cono Sur, hubo casos gravísimos como la matanza de los huelguistas del ingenio Aztra y el asesinato del economista Abdón Calderón Muñoz.
En ese entonces los militares no se andaban por las ramas de la tolerancia y respondían a la menor provocación.
Recuerdo un mediodía soleado del 78, cuando caminábamos al almuerzo con cuatro colegas de la Facultad de Economía. Era época de bullas frente a la Universidad, pero ese rato todo estaba tranquilo.
Mirando a un camión con soldados armados con fusiles que avanzaba por la Pérez Guerrero, por puras ganas de joder, alguien del grupo gritó: "¡Abajo la dictadura!", y todos coreamos: "¡Abajo!".
El camión frenó a raya y los soldados saltaron a perseguirnos. Por suerte, todos éramos sub-30 y el temor a ser capturados y recibir una golpiza nos puso alas en los pies.
Luego cambió la política militar y se propuso el acercamiento y la colaboración con los sectores populares, sobre todo del campo. Las FF.AA. no iban a disparar contra el pueblo, lo que estaba muy bien.
Pero no se aclaró qué pasaba si grupos violentos y organizados disparaban contra las FF.AA. Hoy, eso de mirar con parsimonia budista cómo les incendian los camiones militares colabora con la sensación de desamparo.
Pero las sociedades no soportan la incertidumbre, tienden al orden, reaccionan. Peligroso dilema pues, ante la posibilidad de una nueva insurrección, se oyen voces que exigen mano firme.
Lo grave es que los conflictos que desbordan al Estado son el caldo de cultivo de grupos paramilitares y fascistas. Basta revisar la historia, empezando por Rosa Luxemburgo, la revolucionaria de origen polaco que tanto admiran los ideólogos de Leonidas Iza.
Rosa Roja fue torturada y arrojada al río en 1919, en medio de una huelga general que amenazaba derrumbar el sistema alemán. Fue el primer golpe de la reacción anticomunista que dio origen al nazismo.
Algo similar acontecía en la empobrecida Italia de la postguerra, donde las huelgas y las tomas de tierra y los caóticos disturbios alentados por socialistas y comunistas engendraron como respuesta el fascismo del exsocialista Benito Mussolini.
Mirando a nuestros vecinos, la respuesta al terror que se generalizó en Colombia y Perú fueron la dictadura de Fujimori y la represión de Uribe articulada con el Plan Colombia. (Sí, acá ya se habla de un Plan Ecuador).
A pesar de las aberrantes violaciones de los derechos humanos, ambos presidentes gozaron en su momento de alta popularidad gracias a las derrotas que infligieron a las respectivas guerrillas.
En síntesis, la estrategia de agudizar las contradicciones para provocar el estallido revolucionario suele terminar con la toma del poder, sí, pero de las fuerzas de ultraderecha.