Una Habitación Propia
Aún sigo cantando Enanitos Verdes
María Fernanda Ampuero, es una escritora y cronista guayaquileña, ha publicado los libros ‘Lo que aprendí en la peluquería’, ‘Permiso de residencia’ y ‘Pelea de gallos’.
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Creo que uno de los primeros conciertos a los que fui en mi vida fue al de Enanitos Verdes. Tendría unos dieciocho, diecinueve, y entonces todo lo que pasaba me parecía intensísimo, fundamental.
Me parece que fue en ese concierto en Guayaquil en el que se fue la luz porque, ya saben, Guayaquil en los noventa era pura precariedad, y estos muchachos argentinos, todo lentes y todo pelo, decidieron lanzarse a capella sus canciones más conocidas.
No sé si en este momento ya entra mi imaginación de escritora, pero recuerdo un silencio como si hubiera pasado un ángel por encima de todos nosotros mientras la guitarra acústica de 'los enanos' tocaba 'Tus viejas cartas' o 'Aún sigo cantando'.
Recuerdo enamorarme de ellos como la niña que era. Recuerdo también que por un rato me fui de Guayaquil y de mi vida, que era aburridísima.
Este 7 de septiembre murió en Mendoza, Argentina, Horacio, 'Marciano', Cantero, el vocalista de Los Enanitos Verdes. El mundo miraba a Inglaterra y se ahogaba en el estrépito del fallecimiento de un monarca, mientras este muchacho de lentecitos, tan nuestro, se iba también, más callado, con su guitarrita al cielo de los que aún siguen cantando.
Yo me enteré en Twitter y, de inmediato, me recordé a esa edad, a la edad de 'enanitos', tan rotundamente pura, tan ansiosamente diferente. No lloré, pero lloré como se llora a esta edad: diciendo qué desgracia.
Ya no soy la niña que se sentó en el Voltaire Paladines, calladita, calladita a escuchar lo de "y la habitación se me hace gigante, me siento tan pequeño si no estás aquí".
Ahora ya no soy esa y, sin embargo, ahora entiendo de verdad la canción.
Este texto, obviamente, es para Marciano y todos sus marcianitos, nosotros, que en cada karaoke y en cada guitarreada le pedimos a la nena que no se peine en la cama porque los viajantes se iban a atrasar, pero también es para mi amiga Gabriela con la que a veces canto 'Tus viejas cartas' y nosotras, que ya somos viejas, nos agarramos el pecho por si el corazón se nos sale detrás de lo de '¿Y dónde quedó ahora esa hermosa ilusión de regalarte a vos lo mejor de mi amor?'.
Nos agarramos el pecho porque pasados los cuarenta ya se entienden las canciones que nos ponían a llorar de chiquillas y es peligroso porque el dolor es un marcapasos. Entonces nosotras, revolcadas por las olas de tanta vaina, tragamos agua salada y cantamos "Cada vez que te digo adiós".
Nuestras voces suenan parecidas:
"Es muy grande la ciudad si no estás bien convencido que querés llegar bien alto, aunque sea duro el camino".
La niña romántica e idealista que yo era, creía que el amor era como una canción a capella de Los Enanitos Verdes.
La mujer que soy despide en un silencio de ángel a Marciano y le susurra: "pero yo aún sigo cantando y lo voy a seguir haciendo. Una lección me dio la vida, tenés que hacer lo que el corazón diga".