De la Vida Real
El emprendimiento de la sal de sabores
Es periodista y comunicadora. Durante más de 10 años se ha dedicado a ser esposa y mamá a tiempo completo, experiencia de donde toma el material para sus historias. Dirige Ediciones El Nido.
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A comienzos de noviembre mi hijo Pacaí, que está en sexto de básica, me dijo que tenía que crear un emprendimiento para la feria que iban a realizar en el colegio.
Cuando me dice estas cosas, como ideas sueltas y no tan sólidas, sé que es una orden de la que tengo que estar pendiente, porque tarde o temprano debo entrar en acción.
Luego de unos días, como cosa suelta, me preguntó qué tan difícil sería conseguir unos frascos de vidrio con tapa de corcho y cuchara de madera.
En ese instante entré al 'place marker' de Facebook a hacer la búsqueda respectiva. Encontré una tienda.
Me mandaron el catálogo, hice el pedido y al día siguiente ya tenía los 30 frascos en mi poder. Con el tiempo, como madre de hijos colegiales, también he aprendido que nada hay que dejarlo para el final.
Tuvimos una reunión muy seria con El Pacaí con respecto a su emprendimiento. Le advertí que yo ejecutaba, pero que él debía hacer todo lo demás.
-Rey, ¿por qué quisiste estos frascos? Debías tener claro qué iba adentro.
-Má, todo es imagen, si ofrecemos cualquier cosa dentro de un lindo frasco reutilizable es más fácil de vender.
Ante esa lógica, no pude refutar más.
Hicimos una lluvia de ideas y ganó hacer sal de sabores. Escogimos cuatro: sal de ají, sal de ajo, otra de finas hierbas y también una de vino tinto.
Fuimos a comprar los ingredientes. Comencé con la sal de ají, porque había que deshidratarlo.
Reconozco que soy exagerada, y todos en la casa tosíamos y nos lagrimeaban los ojos porque deshidraté cantidades industriales de ají.
Cuando estuvo listo el ají lo mezclé con la sal. Hablo en singular porque así fueron los hechos.
Dentro de mí, pensé: "Si es una feria de emprendimiento de niños y para niños, quién va a comprar algo con ají".
Me dio ternura de mi hijo; se me hizo que su idea iba a ser un fracaso, pero ante él fui una madre optimista y entusiasta.
Al día siguiente deshidraté ajo. Si el ají nos causó problemas, no se pueden imaginar lo que fue el olor de ajo. Ya no teníamos más ventanas para abrir.
Puse vinagre en pozuelos, porque supuestamente eso ayuda a absorber los olores fuertes, pero qué va. Licué el ajo, lo mezclé con la sal y lo envasamos; eso sí fue en plural, porque hasta los ñaños ayudaron.
Mientras tanto había que hacer el logo. El Pacaí tenía la idea clara. Le pidió a su padrino que le hiciera uno. La instrucción fue:
-Debe ser un logo súper pro, que no contenga una sal en la imagen y debe tener el nombre del lugar donde fue elaborada la sal.
Mi corazón se enterneció más. ¿Qué niño iba a comprar una sal que diga Made in Conocoto?
Por suerte el padrino captó la idea e hizo algo muy sofisticado. Al ver el logo, tuve un poco más de esperanza en la venta.
Hacer la sal de vino y la de finas hierbas fue más fácil. Envasaron los niños y mi marido se encargó del etiquetado.
Para esto El Pacaí tuvo que llenar todo un plan de negocios, donde incluía el costo de producción y el precio final.
Puso: 'PVP 5 dólares'. ¿Habrá calculado bien el costo?, pensé. No dije ni una palabra. Me lo imaginaba el día de la feria solito, con su mesita llena de sales, y los niños ignorándolo por completo.
Le di ánimos mientras hacía su cartel promocional que decía: "Ayer a USD 5, hoy a precio de feria a USD 4. Lleva tu sal que condimenta tu vida". Sí, ese fue su eslogan.
Llegó el día. Llevó su caja de sales y un mantelito. Le mandé también papas fritas sin marca para que, por lo menos, se acerquen a su mesa por la comida.
Les fui a retirar de la escuela y vi su carita de felicidad.
-Ma, vendí todo. No me sobró ni un frasco. Cubrí un nicho de mercado que nadie tomó en cuenta: los profesores. Vendí tanto que tengo pedidos pendientes. Tenemos que hacer más. Má, vendí hasta las papas que me mandaste. Cada funda a USD 4. Creo que por aquí va nuestro futuro como empresarios.
Llegamos a la casa, me contacté con la señora de los frascos y salimos a comprar más ingredientes para cumplir con los pedidos pendientes. Otra vez a deshidratar el ají; esta vez menos cantidad, claro.
Sonó el celular. Era la psicóloga del colegio. Me paralicé, pensé que era alguna queja. Pero no, era para hacer un pedido de cuatro sales más.
El Pacaí, en un cuaderno, sacó cuentas de su éxito como salero.